La confesión de Al Gore de que se había equivocado al promocionar la producción de etanol a partir de maíz replantea las responsabilidades éticas del político en la aldea global.
Es infrecuente que un político reconozca lealmente sus errores, sobre todo cuando ha sido vicepresidente y candidato a presidente de una de las mayores potencias del planeta y, además, Premio Nobel de la Paz 2007. Es el caso de Al Gore, quien en estos días reconoció que incurrió en un grave error cuando se transformó en paladín de la adopción de la tecnología para producir combustibles a partir del maíz.
En su momento criticamos a Gore porque, existiendo centenares de millones de personas que prácticamente en todo el mundo padecen hambre y desnutrición, era inconcebible que se promocionara la destrucción de alimentos para mantener un elevado e irracional consumo de combustible, aunque fuesen presuntamente no contaminantes.
De regreso de su error, Al Gore declaró que hizo una apuesta equivocada por los biocombustibles, porque no tuvo en cuenta algunos de los principales factores negativos de esa tecnología. El principal de ellos, denunciado por organizaciones científicas y técnicas gubernamentales y ONG, es que para producir etanol se quema más energía de la que puede obtenerse utilizando ese cereal como materia prima. El combustible puede ser menos contaminante que los de origen fósil, pero –amarga paradoja– el proceso de producción es en sí mismo fuertemente contaminante.
Y algo más preocupante: en momentos en que la humanidad comienza a identificar a las penurias en el aprovisionamiento de agua como uno de los mayores problemas, se emplean grandes volúmenes de agua para producir etanol.
Además, su creciente difusión tendría en lo inmediato otro efecto muy pernicioso, porque en forma sincrónica con el crecimiento de la demanda del maíz, se elevaría su cotización en los mercados internacionales y arrastraría hacia arriba las cotizaciones de otros agroalimentos.
A pesar de todas esas advertencias de científicos y técnicos de alto nivel, los presidentes de los Estados Unidos Bill Clinton (demócrata) y George W. Bush (republicano) apostaron fuerte por el etanol e influyeron para que países en desarrollo –Brasil y China, por ejemplo– siguieran sus ejemplos. El objetivo era reducir la dependencia del petróleo proveniente de los árabes.
No será fácil desmontar las gigantescas y costosas estructuras de producción de etanol, ni será inmediata su reconversión mediante técnicas que reduzcan a niveles razonables los factores negativos señalados. En forma paralela, se obtenían avances importantes en el frente energético, como la recuperación de metano del subsuelo, la energía atómica más segura y con menos residuo de plutonio y los promisorios progresos en la generación de energía fotovoltaica.
El reconocimiento del error político no debe enmendar el debate sobre si los biocombustibles son una alternativa seria, ante los riesgos mencionados, además del impacto en los alimentos.
FUENTE: LA VOZ