Ya todos sabemos que la soja es importante para la Argentina. Pero a veces no alcanzamos a comprender hasta qué punto. Veamos lo que está ocurriendo y saquemos conclusiones… Argentina es el mayor exportador mundial de los dos derivados más importantes del procesamiento de soja: el aceite y la harina de alto contenido proteico. Alcanzó el primer lugar en el podio luego de 20 años de continuas inversiones privadas en plantas y puertos de última generación, acompañados por obras de infraestructura (también privadas) como el dragado y balizamiento de la hidrovía del Paraná. Los embarques alcanzaron los 25.000 millones de dólares anuales, con una balanza comercial enormemente favorable ya que los únicos insumos que se importan son las materias primas de algunos fertilizantes.
Con esta posición tan relevante, la Argentina es formadora indiscutible de precios en ambos productos, además de incidir también en la cotización del poroto. A mayor procesamiento, menores embarques de soja como grano, lo que entona su precio. Conviene recordar que este es el básico agrícola que exhibió mayor dinamismo en las últimas dos décadas, cuando se duplicó su demanda por acción de dos drivers: la transición dietética de los países asiáticos y de Medio Oriente (más necesidad de harina de soja para producir proteínas animales), y más necesidad de aceite para uso alimenticio y para biodiesel.
Precisamente, en los últimos años la Argentina comenzó a convertir parte del aceite de soja en biodiesel. De pronto, se encontró liderando también el mercado mundial de este combustible renovable. Y por supuesto, también se convirtió en formador de precios.
Primer corolario: la Argentina incide decisivamente en los precios internacionales de todo el complejo: el poroto, la harina, el aceite y el biodiesel.
Segundo corolario: como hay vasos comunicantes entre todos ellos, cualquier cosa que suceda con uno de los términos incidirá en la ecuación final.
Bueno, ¿qué está pasando? El año pasado, los embarques de biodiesel iban viento en popa. Lo mismo sucedía con el consumo doméstico, impulsado por la política de aumentar el corte del gasoil con biodiesel (una forma de sustituir las crecientes importaciones del derivado del petróleo). De pronto, el gobierno dio un giro de 180 grados. Duplicó las retenciones al biodiesel y bajó el precio del mercado interno. Se complicaron las exportaciones. Y el corte, que había superado el 10%, bajó al 5.
Consecuencias: pararon las plantas de biodiesel, y empezó a volcarse más aceite al mercado mundial. La situación se agravó cuando la Unión Europea, el principal comprador de biodiesel, comenzó a restringir las importaciones. Los embarques del 2012 habían superado los 1800 millones de dólares. En lo que va del año, no llegan a 400 millones. Una catástrofe para la balanza comercial.
Pero ahí no termina el drama. Al aumentar la oferta de aceite de soja crudo, los precios comenzaron a derrumbarse. En los últimos diez meses cayeron nada menos que un 35%. Esto generó un margen negativo en la molienda. Conviene exportar el grano. Entonces se da una situación inédita: escasea la harina de soja, que por primera vez vale más que el grano. Aunque no compensa la caída del precio del aceite.
Tercer corolario: la cuestión del biodiesel desencadenó una cascada negativa, que ahora, con la decisión europea de imponer derechos de importación del 25%, amenaza con convertirse en una catástrofe.
Solución: pelearle a la UE porque sus argumentos son truchos. Y aumentar inmediatamente el corte local, lo que además significaría un tremendo ahorro de divisas por sustitución de importaciones. Y evitaríamos que se siga derrumbando el precio del aceite de soja, que a su vez arrastra al de girasol, donde la Argentina también manda.
Por Héctor A. Huergo
Fuente: Diario Clarín Suplemento Rural