Por grande que sea el desafío de transformar los sistemas productivos, se trata de un proceso que ya está en marcha en el país y que, aspiramos, a mediano plazo podrá consolidarse en una tendencia irreversible. Hablamos de una propuesta que desalienta por completo lo que alguna vez fue el modelo del «granero del mundo» y promovemos una alternativa más integrada y equitativa: una Argentina que produzca alimentos y energía renovable para el mundo. Y como esta alternativa se genera sustentablemente en las mismas comunidades que originan las materias primas, además de competitividad, garantiza mayor desarrollo y calidad de vida.
Desde el INTA, como organismo dependiente del Ministerio de Agricultura de la Nación, avanzamos con convicción por este camino y apostamos con gran expectativa al hito que constituyó el primer Congreso de Valor Agregado en Origen, que se realizó esta semana.
Sabemos que la transformación de los granos en productos terminados implica un cambio de paradigma que no es sencillo dar y, por eso mismo, enfatizamos la necesidad de hacerlo de forma asociativa con pares o instituciones para potenciar las posibilidades ya latentes. Desde el acondicionado hasta la logística, del transporte a la cadena de frío y la comercialización en góndola, todo puede realizarse asociativamente con escala y organización competitiva.
Abordaremos con mucho énfasis todas las economías regionales, desde las cadenas de la pampa húmeda hasta las propias del vino, la caña de azúcar, la actividad apícola, el maní, el algodón, para que sirvan como modelo las experiencias y las resoluciones conjuntas que permitieron formar asociaciones, clusters y cámaras de productores.
En esta aventura de transformación nacional hacia un país agroalimentario y agroindustrial, el Congreso también tuvo presente los aspectos cualitativos de la producción, puesto que no es posible terminar un producto con una materia prima sin calidad. En este sentido, será fundamental incluir a la trazabilidad, la inocuidad y la certificación de procesos agroalimentarios que necesitan llevarse a cabo para cumplir con las demandas que exigen los mercados internacionales y allí las herramientas de agricultura de precisión pueden a ayudar a producir «alimentos por ambientes», al igual que la preservación de calidad en las etapas de cosecha y poscosecha.
Agregar valor a nuestra producción también contribuye estratégicamente a solucionar problemas que superan al sector agropecuario en sí: aumentar el trabajo en los pueblos del interior, evitar los éxodos rurales, fortalecer la capacidad de la industria nacional y posicionarlas en mercados internacionales.
La Argentina es uno de los líderes internacionales en sistemas de producción y calidad agropecuaria-agroindustrial: con 40 millones de hectáreas cultivables -prácticamente una por habitante-, un récord histórico de 2300 kg de granos por persona por año, 31 cadenas agroalimentarias que aportan el 15 por ciento del PBI y representan la mitad del valor de las exportaciones totales, 1,87 millones de puestos de trabajo directos generados por el sector y materia prima suficiente para producir alimentos para 400 millones de personas cada año.
En este sentido, los excedentes indican que aún hay mucho margen para crecer y que conviene trabajar con miras al mercado externo, aspirando a ser un proveedor global de alimentos terminados al mundo, arribando a 2020 con un valor exportable del sector agroalimentario y agroindustrial de 100.000 millones de dólares, cifra muy superior a los 40.000 M/US$ del año 2010.
Por Mario Bragachini para LA NACION.
FUENTE: DIARIO LA NACION