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La producción de granos tiene valor agregado en sí misma por el elevado nivel de tecnología Foto: Archivo
Es frecuente escuchar a políticos que al hablar de agro sentencian: «No podemos seguir exportando commodities, en su lugar tenemos que exportar productos de «alto valor agregado». Después, en general, hacen un solemne silencio, como quien da el tiempo suficiente para absorber el concepto con el que nos acaban de iluminar. Y luego, suelen retomar con énfasis extendiendo su explicación, poniendo como ejemplos, que es mucho mejor exportar galletitas en lugar de trigo, o que es mejor exportar copos de maíz en cajas, y no maíz a granel. Y así citan diversos casos de productos trasformados de la industria alimenticia.
Todo esto se dice, sin tener en cuenta que tales mercados existen, pero son muy pequeños en relación con el comercio internacional de commodities. Y para acceder a esos mercados la única manera de hacerlo, es abrir nuestra economía, bajar el AEC (arancel externo común) del Mercosur y firmar tratados libre comercio. Y de esa manera, tener una doble vía de importaciones y exportaciones que permita acceder a más mercados, y ahí sí, vender tanto commodities como otros productos de la industria alimenticia también.
La complejidad de la producción agropecuaria hace que un insumo sofisticado, como puede ser una imagen satelital, una semilla genéticamente modificada, el piloto automático en un pulverizador, o la agricultura de precisión, sean transformados vía una enorme agregación de valor en productos terminados como granos, aceites, harinas, carnes, lácteos, etcétera.
Producir cada vez más con menos insumos y menor impacto ambiental es una manera de agregar valor.
El «valor agregado» es sencillamente la generación de riqueza que se da o no en el proceso. En contraposición, no agrega valor transferir riqueza de un sector a otro artificialmente amparado por una norma creada ad-hoc. Hay artificios de diversa índole, como lo son los altos aranceles de hasta un 35 % a la importación de agroquímicos formulados y bienes de capital. O el escalonamiento de diferenciales de derechos de exportación para productos agro, que generan inequidades y cuestiones hasta a veces absurdas como la que paso a ejemplificar.
El biodiésel en argentina se exportó durante muchos años por debajo del valor de su insumo (aceite) con lo cual se generaba una paradoja que, por supuesto hizo prender luces en el mercado internacional, y los consiguientes paneles en OMC. Vender biodiesel más barato que su materia original (el aceite), es comparable a exportar más barato la nafta que el petróleo crudo. Eso sucedió en argentina por el simple hecho que había un altísimo «diferencial» de DEX (derechos de exportación) entre el aceite y biodiesel, que llegó a superar el 20 %.
Este proceso funcionaba en definitiva como una destrucción de valor para argentina. Proceso que se lo arropaba como «Agregado de valor». En este caso no exportábamos valor agregado, exportábamos diferencial de impuestos por una ventanilla en particular. Y con esto, se daba la paradoja que el chacarero de Firmat, Chacabuco, Lajitas o Rio IV financiaba y subsidiaba no solo a la industria aceitera local, sino que también a consumidores que llenaban el tanque de gasoil en Francia, Italia, Alemania o EE. UU. con biodiésel a precios más baratos que su costo.
Cuestión similar, no con cifras tan exageradas en lo referente a diferencial del biodiésel, sucedía con el aceite y harina versus poroto de soja. Un conocido representante de la industria aceitera recientemente reconoció, que ese diferencial arancelario, que se eliminó en 2018, le generaba una ganancia extra para su empresa de 150 millones de dólares al año. Difícil comprobar esa cifra, pero da la idea de la magnitud de lo que estamos hablando cuando tomamos la industria en su conjunto.
El maíz
El producto bruto maicero, trabajo realizado por Maizar, ilustra cómo la creación de riqueza de la cadena casi se duplico en una década. Y el 87 % del valor generado en toda la cadena antes de impuestos, lo crean la producción de maíz en grano, carnes y lácteos. Y el 13 % restante es valor agregado del comercio, transporte e industria. En ese trabajo se pueden ver las magnitudes y donde se crea la riqueza en esa cadena tan importante.
Error grave seria pensar que las cadenas agro se agotan en pocos productos. El desarrollo de estas se va a lograr con una economía más abierta, y con la infraestructura del agro que hoy existe, como los mercados a futuro, las bolsas de cereales, la velocidad de adopción de tecnologías por los productores, los puertos, las ganaderías y el entramado de las redes de confianza intra-cadena, potenciados por una apertura al mundo como la que se impulsó en el periodo 2016-2019. Solo así va a continuar expandiéndose la riqueza del agro.
Ingresaremos a una nueva etapa, un mundo post pandemia, que va a seguir reclamando lo que sabemos producir. Pero la competencia internacional esta vez va a ser más despiadada, tanto por atraer el escaso capital como por la creación de oportunidades que brinden a inversores en cada país. De acuerdo cómo movamos las fichas y los acuerdos internacionales que firmemos o no, serán los resultados de los próximos años. O nos subimos al tren, o la dejamos pasar otra vez.
¿Pero dónde está el valor agregado? ¿Dónde lo podemos encontrar? El valor agregado está en lo que estamos haciendo, y en todo lo que podemos hacer en una economía más abierta. Y ese valor se construye sin prebendas, con apertura, competencia y transparencia. Metro a metro.
Por: Santiago del Solar
Productor agropecuario. Ex Jefe gabinete Ministerio Agroindustria.
FUENTE: DIARIO LA NACION/ARGENTINA