Este influyente académico de la London School of Economics reniega de las soluciones ultraconservacionistas que buscan frenar el desarrollo y asegura que manejaremos mejor la situación si usamos nuestro potencial tecnológico para negociar una crisis que ya no podrá evitarse.Por John Gray
Una atmósfera de irrealidad domina el debate sobre el cambio climático. Fuera de un lunático sector marginal que cuestiona el consenso científico, la gente ahora acepta que un cambio en el clima del mundo está en marcha y que ese cambio ha sido provocado por la actividad humana. Muchos científicos incluso hoy creen que el cambio climático es de mayor escala -y posiblemente más abrupto- de lo que se creía hace sólo unos pocos años. Si bien no puede haber certeza en ninguna rama del conocimiento humano, parece razonable concluir que la necesidad de una respuesta política efectiva es más urgente que nunca.
Pese a esto, gobiernos y sociedades parecen trabados en un patrón de pensamiento que, virtualmente, garantiza que cualquier medida que se tome será ineficaz o contraproducente. Gran parte del discurso público es altamente moralista, lo que produce medidas meramente simbólicas -que tendrán muy escaso impacto práctico, si es que lo tienen-, o demandas de una reconstrucción total de la economía global. Hay una desconexión sistémica entre la escala del problema y la respuesta que se le da, y es difícil resistirse a la sospecha de que el verdadero objetivo de muchos debates es generar un estado de comodidad psicológica en vez de concretar resultados en el mundo real.
Uno de los motivos de este estado de cosas es la falta de disposición a confrontar la magnitud del problema. El cambio climático no siempre fue causado por la humanidad -la mayoría de los cambios climáticos importantes en la historia del planeta se dieron antes de que hubiera humanos- pero el actual cambio es un efecto secundario de un fenómeno humano muy poderoso: la industrialización mundial. Las sociedades industriales dependen de combustibles fósiles para sus necesidades energéticas y es esta dependencia lo que está en la base de la descarga de carbono a la atmósfera. En efecto, el cambio climático es la otra cara de la globalización; al avanzar y acelerarse la globalización, lo mismo sucede con el calentamiento global. Esto no se debe sólo a que las emisiones tienden a incrementarse con la globalización, ya que las emisiones son sólo la mitad del problema o aún menos.
La industrialización mundial causa a la vez un rápido crecimiento poblacional y la destrucción continua de la biosfera como consecuencia de la agricultura y el uso de biocombustibles. Al dañar la biosfera, estamos debilitando los mecanismos naturales del planeta para regular el clima. Se prevé que la población humana global crecerá en alrededor de 2000 millones de personas en los próximos 20 años. Toda esa gente buscará tener un estilo de vida similar al que actualmente disfruta la minoría más acomodada. Eventualmente el crecimiento poblacional se amesetará y el número de seres humanos comenzará a declinar, pero mientras tanto las presiones sobre el planeta aumentarán.
Un consenso engañoso
Las soluciones estándar propuestas por gobiernos occidentales, economistas especializados en el desarrollo y ambientalistas se concentran en la energía renovable y el desarrollo sustentable, además de la redistribución económica entre los países ricos y pobres. Este enfoque elude los vínculos existentes entre el cambio climático, el avance de la globalización y la población humana en aumento. Algunos ambientalistas sugieren revertir la globalización y adoptar estilos de vida de baja tecnología, basados en la autosuficiencia local, pero una población de 9000 millones no puede sostenerse con una combinación de granjas orgánicas y turbinas eólicas. Los economistas especializados en el desarrollo nos dicen que el problema es el uso de recursos per cápita, no el exceso de población, pero las demandas humanas ya sobreexigen la capacidad del planeta y, en cualquier caso, no existe la más remota posibilidad de una redistribución de recursos a gran escala y en el nivel global.
Hay un consenso bien-pensant respecto de que la economía mundial debería diversificarse para abandonar el petróleo. Ese consenso no toma en cuenta el hecho de que para algunos países -Irán, Rusia y Venezuela, por ejemplo- las reservas petroleras son la principal fuente de su poder geopolítico. Los economistas neoliberales creen que, al volverse más caro el petróleo convencional, se volverán más viables los combustibles alternativos y la crisis climático-energética se resolverá por sí sola. El problema es que la mayoría de las alternativas, tales como las arenas bituminosas, son más sucias que el petróleo convencional. Es más, incluso si los países occidentales pudieran encontrar una alternativa sistémica a los combustibles fósiles (algo difícil de imaginar) el petróleo se seguiría extrayendo y usando. En este escenario, los países productores de petróleo tendrían un incentivo para extraer más rápidamente sus reservas buscando evitar tener que venderlas a precios más bajos en el futuro. La crisis ambiental no puede resolverse exclusivamente sobre la base de las fuerzas del mercado.
En realidad, ninguna de las soluciones estándar tiene mayor incidencia en el problema. La actividad humana ha causado la actual oleada de cambio climático, pero eso no significa que la acción humana pueda detenerlo. El planeta no es un reloj al que pueda darse cuerda y detener a voluntad. Aunque los seres humanos dejaran mañana de polucionar la atmósfera, el calentamiento global no se detendría, porque está incorporado al sistema de la Tierra. Incluso podría acelerarse como resultado de una reducción del opacado global (el efecto de opacado de aerosoles en la atmósfera, que contrarresta parcialmente los efectos de calentamiento de los gases de efecto invernadero). Esto no significa que no haya nada para hacer. Todo lo contrario: se puede hacer mucho para mitigar los efectos del calentamiento global en marcha y hasta podría haber alguna perspectiva de desacelerar su avance. Pero las respuestas que pueden ser más efectivas requieren de un pensamiento más realista del que se ha evidenciado hasta la fecha. Y suponen tener confianza en soluciones tecnológicas que serán muy desagradables para aquellos que ven en la crisis ambiental una oportunidad para asumir poses moralistas que les permiten regodearse en su admiración por sí mismos.
El punto de partida del pensamiento realista en esta área debe ser la aceptación de que el cambio climático con efectos negativos no puede evitarse. Se debe poner el acento en evitar que cause daño a la vida civilizada. Los países emergentes requerirán ayuda para adquirir las instalaciones que aún no tienen y esto no se hará realidad si no hay una buena disposición a usar tecnologías frente a las cuales los movimientos ambientales han sido virulentamente hostiles. Por supuesto que hay muchas cosas que la tecnología no puede hacer. No puede, por ejemplo, rejuvenecer sistemas biológicos dañados (quizás se pueda recuperar especies extintas usando su ADN, pero no los hábitats en los que vivieron). No hay solución tecnológica que pueda resolver totalmente la crisis energético-climática del mundo, que es resultado de demandas excesivas de la humanidad al planeta. Aun así las soluciones tecnológicas serán indispensables para navegar los rápidos que se avizoran: las tecnologías que pueden demostrar ser más útiles bien pueden incluir a aquellas a las que más comúnmente se demoniza.
Reducir la huella humana
Los ambientalistas han persuadido al púbico -y a muchos políticos-de que los problemas ambientales pueden superarse si vivimos más naturalmente. Si esto fue cierto alguna vez, ya no lo es. El imperativo dominante es reducir la huella humana en el planeta. Con una población global de 9000 millones, esto sólo puede lograrse explotando soluciones de alta tecnología al máximo.
Tanto la energía nuclear como los alimentos genéticamente modificados presentan serios riesgos, pero no podemos darnos el lujo de contar con soluciones libres de todo riesgo. Es más que dudoso que los métodos de producción agropecuarios tradicionales -orgánicos o no- puedan garantizar alimentos para la población humana que existirá hacia mediados de este siglo. El tipo de agricultura intensiva que se ha desarrollado desde la revolución verde es un proceso basado en petróleo -de hecho, es la extracción de alimentos del petróleo- que por sí misma promueve el calentamiento global. Probablemente nuestra única esperanza de limitar el daño futuro al medio ambiente es usar energía nuclear y alimentos genéticamente modificados que, con todos sus peligros, no llevan a la destrucción de la biosfera.
Hay una paradoja que no puede ser comprendida por el pensamiento convencional. La raíz última de la crisis ambiental es la disyunción entre el crecimiento industrial exponencial y los recursos naturales del planeta. Simplemente como cuestión matemática, el crecimiento de la población humana, la producción y el consumo no pueden continuar para siempre; inevitablemente nos chocaremos con las limitaciones de una creciente escasez de recursos, tales como el petróleo, el agua potable y la tierra cultivable, que son inalterablemente finitos. De hecho, probablemente no estemos lejos de llegar a los límites, experiencia que se volverá cada vez más severa en el siglo por delante. Nuestro actual sistema económico, basado en el crecimiento exponencial, claramente no es sostenible.
Al mismo tiempo, no hay manera de salir de este dilema con crecimiento lento o sin crecimiento. En China, el crecimiento continuado es una precondición de la estabilidad política: si los cientos de millones de personas que están ingresando en el mercado laboral no encuentran los puestos de trabajo que necesitan, el resultado será el conflicto social. Lo mismo vale para otros países emergentes, e incluso para las sociedades más avanzadas. Sean o no democráticos en su forma, la mayoría de los gobiernos del mundo ahora dependen para su supervivencia del consentimiento popular, y este consentimiento no se dará en circunstancias en las que se dé crecimiento estático -o negativo- por períodos prolongados.
Actualmente los gobiernos se ven obligados a estimular el crecimiento para escapar al impacto deflacionario de la crisis financiera. En algunos sentidos es una estrategia peligrosa. Se puede prever que en poco tiempo volverán los altos precios de los commodities de hace pocos años. El retorno al crecimiento económico alimentará también tensiones geopolíticas. La primera Guerra del Golfo fue una guerra por recursos y, como Alan Greenspan observó recientemente, el petróleo también fue un factor crucial entre las causas que detonaron la guerra contra Irak. La recuperación económica sin duda vendrá acompañada de una intensificación de la competencia por el patrimonio de recursos naturales del mundo. También se puede decir con seguridad que a medida que el calentamiento global derrita el hielo ártico, esa región del planeta se convertirá en una zona de conflicto geopolítico cada vez más intenso.
Como sea, reiniciar el crecimiento es una parte necesaria de cualquier respuesta adecuada al cambio climático. Se habla mucho de «crecimiento verde» (en el sentido de energía renovable y cosas por el estilo). No puede haber duda de que la energía alternativa debbería ser parte de nuestra respuesta, la energía solar sin duda se ve particularmente prometedora; la energía nuclear, que es esencial desde mi punto de vista, no es por cierto una bala de plata. Lo que debe incluir toda recuperación del crecimiento, como su componente más vital, es la investigación y el desarrollo de tecnologías que puedan cubrir necesidades humanas y limitar al mismo tiempo el impacto humano en el planeta. Las granjas verticales que se están desarrollando actualmente en Estados Unidos, por ejemplo, quizás no satisfagan la sensibilidad estética urbana, pero si permiten que algunas tierras vuelvan a ser salvajes estas torres agropecuarias bien podrían demostrarse valiosas.
Podría argumentarse que un enfoque de alta tecnología para enfrentar la crisis ambiental no demanda mucha mano de obra y, por tanto, no cubrirá las necesidades del mercado laboral global. Pero si no puede detenerse el cambio climático, habrá mucho que hacer para enfrentar sus efectos. El nivel de los mares se elevará y tendrán que ser reforzadas las defensas costeras. Se necesitará crear sendas seguras para la vida salvaje, como se ha hecho en Holanda, y en algunos casos se devolverán tierras a los mares. La vida en las ciudades necesitará ser reconsiderada de manera que requiera un menor consumo de energía. Los refugiados ambientales -de los que podría haber muchos millones- necesitarán socorro. Estas son tareas potencialmente vastas y requerirán todos nuestros recursos humanos. No hay motivo para que gran cantidad de gente quede sin empleo.
El principal obstáculo para la implementación de una política efectiva es una generalizada mentalidad de negación. Hay intensa resistencia a la idea de que la crisis climática no es totalmente solucionable y a enfrentarse al hecho de que el calentamiento global continuará no importa lo que hagamos. Pero estas conclusiones son resultados inevitables tanto del mejor conocimiento científico disponible como de cualquier evaluación realista de la política global. Las dificultades que enfrentaremos en las próximas décadas serán masivas y, en algunos contextos, posiblemente ingobernables. Manejaremos mejor la situación si renunciamos al pensamiento no realista y usamos nuestra creatividad tecnológica para negociar una crisis que ya no podrá evitarse. Al limitar nuestros objetivos incluso podremos terminar viviendo más felices.
© 2009, John Gray
Quién es el autor
John Gray es un influyente filósofo político nacido en Durham, Inglaterra, en 1948. Profesor de Pensamiento Europeo en la London School of Economics, es autor de numerosos libros y ensayos. En ellos ha examinado -y en ocasiones cuestionado- numerosos aspectos centrales de la realidad, desde la ciencia hasta las contradicciones del capitalismo, aunque, como dice el escritor español Antonio Muñoz Molina en una nota sobre Gray publicada en El País de España, «su tema central son los variados espejismos de la modernidad y el progreso».Es autor de obras como Falso amanecer, Las dos caras del liberalismo o Contra el progreso y otras ilusiones.
Fuente: La Nación