Entrevista con Sandra Díaz/Especialista en cambio climático.
Integra el equipo que ganó el Nobel de la Paz. Asegura que la solución es cambiar el modelo de desarrollo y consumir menos. Para ello, se debe presionar a los gobiernos. Disertará el jueves, a las 19, en el auditorio Carlos Ortiz.
Lucas Viano
Quizá de su época de estudiante, cuando viajaba desde su Bell Ville natal a Córdoba para estudiar Biología en la Universidad Nacional de Córdoba, Sandra Díaz (46 años) recuerde con nostalgia las banquinas de las rutas cordobesas pobladas de aves y árboles nativos. Ahora se le viene a la mente una imagen apocalíptica: una ciudad toda de cemento rodeada por campos de soja. “¿Quién quiere vivir en un lugar así?”, pregunta.
Sandra es investigadora principal del Conicet y desde 1994 integra el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), que recibió el premio Nobel de la Paz, junto con Al Gore, en 2007.
Disertará este jueves, a las 19, en el auditorio “Carlos Ortiz” de La Voz del Interior , en una conferencia organizada por el Conicet y auspiciada por el diario. En esta entrevista cuenta qué podemos hacer los cordobeses para evitar una catástrofe climática y fija un plazo: en los próximos 30 años se juega el destino del planeta.
–¿Por qué habla de cambio global y no de cambio climático?
–Junto al cambio climático, hay otros cambios también antrópicos que son tan importantes y que combinados producen efectos más dramáticos que si actuaran por separado. Por ejemplo, en Córdoba llueven más que hace 50 años. No es un cambio muy dramático e incluso puede pensarse que es positivo. Sin embargo, este cambio de clima se combinó con la demanda internacional de alimentos y mejoras en las tecnologías que hicieron de la soja un producto rentable incluso para sembrarla sin regar en regiones de la provincia donde en la década del 1960 no llovía lo suficiente.
–¿De esos cambios, cuál es el más problemático en Córdoba?
–En Argentina y Córdoba el principal problema hoy es el cambio en el uso de la tierra especialmente, para sembrar soja. Sin embargo, si uno se basa en las proyecciones climáticas a 100 años, el calentamiento global va a tener efectos más dramáticos porque para esos años ya entran en juego otros factores como el derretimiento de los polos.
–¿Cómo se revierte esta situación?
–Hay que cambiar el modelo de desarrollo. Los especialistas prevén diferentes escenarios de acuerdo con el modelo de desarrollo del mundo. Si no realizamos ningún cambio en nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza el resultado puede ser catastrófico. El destino del planeta se juega en los próximos 30 años.
–¿Qué implica cambiar de modelo?
–Significa encontrar alternativas a los combustibles fósiles. Los biocombustibles como solución masiva no es una alternativa, es una locura. La energía nuclear es una alternativa para parar el calentamiento global, pero hay que ver los otros costos. Hay que buscar otros paradigmas energéticos que hagan hincapié en los renovables. Pero para frenar realmente el cambio global vamos a tener que abandonar nuestros patrones de consumo y consumir menos.
–Muchos de estos cambios dependen de decisiones gubernamentales. ¿Cómo pueden contribuir las personas comunes?
–Son decisiones que deben tomar los gobiernos pero que no las van a tomar en la medida en que la gente no los presione. Se sigue incentivando el transporte individual en autos que cada vez más costosos en términos ambientales. Pero, a su vez, el que quiere consumir menos no puede, porque el transporte público no funciona correctamente y andar en bicicleta por la ciudad de Córdoba es de alto riesgo. Los gobiernos deberían fomentar un sistema público de transporte eficiente, limpio y barato, o facilitar el uso de las bicicletas. Otra forma de ahorrar carbono es frenar definitivamente la deforestación. Para ello, la gente debe presionar.
–¿Qué hace el Estado para revertir el modelo?
–Sólo puedo decir que no se hace lo suficiente y que hace falta hacer muchísimo más.
–¿Qué perdemos los cordobeses con la sojización del territorio norte de la provincia?
–Se pierde la protección que da el suelo y la vegetación. Los grandes espacios verdes son reguladores del clima regional y también retienen agua. Las consecuencias son una mayor amplitud térmica y agua que llega más sucia a los reservorios y por lo tanto de menor calidad. También hay suelos más erosionados porque se pierde el efecto esponja de los bosques. Se pierde el disfrute de los paisajes y su aporte al turismo. ¿Se imaginan a Córdoba toda de cemento y rodeada por campos de soja? ¿Quién quiere vivir en un lugar así? Con la pérdida de biodiversidad vegetal, también hay una merma en la polinización de las plantas por las abejas, lo que afecta a la producción de miel. A su vez, los habitantes de la región dejan de practicar la ganadería de subsistencia. Eso tiene un costo social que repercute en la ciudad de Córdoba. Pueden parecer pequeñas cosas que no impresionan porque siempre las hemos tenido gratis.
–¿Cuánta conciencia tiene el cordobés sobre este tema?
–Los cordobeses no están conscientes porque la gente está acostumbrada a medir los costos directos, privados y monetarios. Lo que no da réditos económicos a corto plazo no sirve. No pensamos, por ejemplo, cuánto vale poder ir un domingo a tomar mate con la familia a un lugar verde. Los cordobeses no debemos renunciar a los espacios verdes de la ciudad. Sin ellos y con el crecimiento sostenido que tiene el parque automotor en Córdoba y la densidad de edificios, la calidad del aire va a bajar drásticamente y se va a perder la regulación térmica. Córdoba va a ser un horno.
Fuente: La Voz del Interior