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Estamos comiendo petróleo

petroleo-alimentos-crisisEl alza de los precios del petróleo y de los alimentos entró en la agenda mundial.

Los líderes de los distintos países comenzaron a referirse a las posibles causas del problema, que puede derivar en una pérdida de la capacidad industrial global, el aumento de la pobreza y las hambrunas en importantes regiones del mundo. 

 El hecho de que dos fenómenos ocurran simultáneamente hace sospechar una causa común. Se acude entonces a distintas hipótesis que liguen estos fenómenos. Las dos más difundidas entran dentro de lo que podríamos llamar las explicaciones tranquilizadoras, en el sentido de que no cuestionan el modelo de desarrollo actual, basado en la utopía del crecimiento ilimitado.

Dentro de estas explicaciones, encontramos las que reconocen las consecuencias que está generando la producción de biocombustibles sobre los precios de los alimentos. Por otro lado, encontramos las que centran el problema en los capitales especulativos que, debido a la crisis de las hipotecas en Estados Unidos, se han pasado a las commodities .

Estas son explicaciones propias de la tradición económica neoclásica, que sólo ve problemas de mercado, inversión, tecnología, rentabilidad, precios y competitividad. Para esta tradición, en la que hay que incluir también al marxismo, los recursos naturales son sólo una variable más del proceso económico.

Los economistas formados en esta escuela parecieran desconocer los principios de la termodinámica, que nos pone límites inexorables, y descreen de las leyes de la naturaleza y de nuestra dependencia de los recursos no renovables de nuestro planeta. Así se explica que, por ejemplo, Robert Solow, premio Nobel de Economía por sus teorías sobre el crecimiento, haya asegurado que, llegado el caso, «el mundo podría, en efecto, arreglárselas sin recursos naturales».

Cuesta imaginarse la vida y la sociedad en un mundo sin aire, sin agua y sin energía. Milton Friedman, también premio Nobel y padre de la liberal Escuela de Chicago, sostuvo en un reportaje, poco después de la segunda crisis petrolera de 1980: «Supongamos que el petróleo escaseara: el precio subiría y la gente comenzaría a usar otras fuentes de energía. En un sistema adecuado de precios, el mercado puede hacerse cargo del problema».

Pero, obviamente, Friedman no se preocupó por definir cuáles son esas fuentes de energía y hoy, ante el alza constante del precio del crudo y las dudas técnicas sobre el desarrollo de energías alternativas, el mercado parece que no puede hacerse cargo del problema. Todo lo contrario, el problema se agrava porque en el sistema actual de producción mundial de alimentos los hidrocarburos tienen un rol fundamental, de tal forma que energía y alimentos están unidos como nunca en la historia de la humanidad.

Es en este punto donde debemos abandonar las hipótesis tranquilizadoras y empezar a asumir que el problema es mucho más profundo y de difícil solución, ya que hay que reconocer que nuestra civilización industrial está llegando a un punto donde deja de ser sustentable.

Hasta la revolución industrial, la población mundial tomó cada vez unos mil años para duplicar su número. En la segunda mitad del siglo XX, la duplicación se hizo en apenas dos décadas.

Este crecimiento poblacional sólo fue posible gracias a la gran transformación agrícola, la llamada Revolución Verde, que se desarrolló durante las décadas de 1950 y 1960.

La Revolución Verde fue el resultado de la industrialización de la producción agrícola. Gran parte de este avance fue producto de las nuevas especies híbridas que generaron una mayor productividad de los granos y del reemplazo de los ecosistemas naturales, especialmente de los bosques tropicales, para utilizarlos en agricultura.

Esto generó una importante pérdida de biodiversidad que atenta contra la sustentabilidad del desarrollo: el 90% del alimento del mundo es derivado de sólo 15 cultivos y 8 especies animales. En menos de treinta años, la producción mundial de granos se incrementó en un 250 por ciento.

Este incremento fenomenal de los alimentos fue posible gracias a los combustibles fósiles, que proveyeron la energía necesaria. El sistema alimentario mundial es cada vez más dependiente del petróleo y del gas, en forma de fertilizantes, pesticidas, sistemas de riego y maquinarias, sin contar el transporte que permite un movimiento global de los alimentos.

La Revolución Verde incrementó el flujo de energía hacia la agricultura en un promedio de 50 veces respecto de la agricultura tradicional. Por cada caloría de alimentos, el sistema alimentario de Estados Unidos consume 10 calorías de hidrocarburos. ¡Nos estamos alimentando a petróleo!

El régimen energético basado en los combustibles fósiles tiene un carácter sistémico: no se reduce a una cuestión tecnológica, sino que constituye una forma de organización social, modo de producción y patrones de consumo, estilos de vida y movilidad, sistema financiero mundial, globalización y geopolítica. Esto nos obliga a pensar en nuevas formas de desarrollo, donde la inclusión y la justicia social no sean sólo una consecuencia del crecimiento, sino de otras formas de vivir en sociedad.

En 1970, cuando el mundo nadaba en petróleo y éste se cotizaba a menos de 3 dólares el barril, Henry Kissinger escribió con su habitual capacidad estratégica: «El que controle el petróleo controlará las naciones; el que controle los alimentos controlará a los pueblos». Y este pensamiento dominó la política de los países industrializados de estos últimos treinta años. La invasión de Irak por parte de George W. Bush y sus aliados y los subsidios agrícolas de Europa y Estados Unidos son claros ejemplos de esta estrategia.

Hoy, con el petróleo a más de 130 dólares y con síntomas de escasez, este pensamiento es más actual que nunca, con el agregado de que el que domine el petróleo dominará tanto a las naciones como a los pueblos, porque la producción de alimentos depende de los hidrocarburos. Es en este contexto en el que la Argentina debe pensar su modelo de desarrollo, más allá de los problemas coyunturales, mientras seguimos comiendo petróleo.

Por Víctor Bronstein para La Nación

El autor es director del Centro de Estudios de Energía, Política y Sociedad (Ceepys); profesor e investigador de la UBA.

Fuente: La Nación

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