La noticia de la semana fue la inauguración de la imponente planta de Renova en Timbúes. Con una capacidad de “crushing” (molienda y extracción de aceite) de 20.000 toneladas por día, es la más grande del mundo. Renova, un joint venture entre el grupo familiar Vicentín y la compañía internacional Glencore, invirtió 500 millones de dólares en el emprendimiento.
Con esta nueva planta, la capacidad de molienda de soja en la Argentina alcanza las 220.000 toneladas por día. Se obtiene aceite crudo y harina de alto contenido proteico. En los últimos cinco años, muchas de estas plantas invirtieron en líneas de elaboración de biodiesel, convirtiendo al aceite de soja en biocombustible. Argentina es el mayor exportador mundial de harina, aceite y biodiesel.
Se consolida así el cluster más eficiente y competitivo del planeta: hace quince años, una planta “grande” molía 2.000 toneladas por día. Ahora la escala se multiplicó por diez. Desmet, la empresa belga proveedora de los extractores (el elemento clave del crushing) tuvo que hacer una reingeniería completa para atender los nuevos requerimientos.
Considerando paradas técnicas, hoy el país puede procesar más de 60 millones de toneladas anuales. Este año se espera una cosecha de 54 millones. El 90%, en un radio de 400 km de Rosario. Esto es parte de la competitividad de una cadena que arranca con la semilla, fruto de un desarrollo genético excepcional, combinando genes de tolerancia a herbicidas con un germoplasma que hoy se exporta a toda la región e incluso a los Estados Unidos.
Continúa con el sistema de siembra directa, que ahorra el 70% de combustible y mejora la calidad de los suelos al incorporar la materia orgánica de los residuos de cosecha. Este año AAPRESID, la organización que impulsó el desarrollo de la directa, cumple 25 años. Hoy las sembradoras son casi todas de diseño y fabricación nacional. Las compañías internacionales de maquinaria agrícola abrevan en la misma fuente: la experiencia y creatividad de los productores argentinos.
Los cultivos se protegen de malezas y plagas con agroquímicos eficaces, también formulados en el país. Se aplican con pulverizadoras automotrices de gran ancho de labor, con botalones que ahora han incorporado la fibra de carbono para aumentar aún más su capacidad. El mundo mira azorado estos desarrollos, que pronto serán incorporados por las grandes corporaciones internacionales.
El empleo de inoculantes biológicos es otra especialidad local: permite sustituir la fertilización con nitrógeno, explotando la fijación simbiótica a través de bacterias del género Rhizobium, que nodulan en las raíces de la leguminosa. Hemos encontrado a una de ellas (Rizobacter) en el Farm Progress Show del corn belt estadounidense, donde vende las cepas desarrolladas por la investigación pública y privada de la Argentina. Están en varios países europeos y africanos. Las grandes compañías globales de ciencias de la vida han tomado nota de estos desarrollos, y ya adquirieron un par de operaciones locales del mismo rubro.
Los efectos en el upstream y el downstream no son suficientemente conocidos ni mucho menos, reconocidos. Para abastecer a estas fábricas, entran y salen por día más de 10,000 camiones. Cada uno tiene 18 cubiertas, consumen más de dos juegos por año. Medio millón de neumáticos que se exportan convertidos en productos del complejo soja.
Esta cadena ha entregado, en los últimos diez años, uno de cada tres camiones, con el flete pago, en el puerto. Si pudo hacerlo, no es consecuencia de alguna ventaja comparativa natural, sino del esfuerzo colectivo generando competitividad. El único plan oficial que acompañó esta epopeya ha sido la captura de la renta tecnológica. Imaginemos lo que puede suceder el día en que planifiquemos mirando la naturaleza de las cosas.
POR HECTOR A. HUERGO
Fuente: Clarín suplemento Clarín Rural