La sociedad argentina estaba a favor de la expropiación de YPF. Y la mayoría de los dirigentes políticos, excepto el conservador Mauricio Macri, también. El Senado aprobó la ley el 26 de abril de 2012 con 63 votos a favor, tres en contra y cuatro abstenciones. Y la Cámara de Diputados hizo lo propio en mayo con 207 votos a favor, 32 votos en contra y 6 abstenciones. ¿Mereció la pena para Argentina? No la expropiación en sí, sino la forma en que se hizo: cerrando las puertas a una compensación negociada para terminar pactando el pago de 5.000 millones de dólares en bonos. ¿Por qué no se intentó llegar a un acuerdo hace dos años? “Porque el Gobierno creía que iban a llegar a raudales los inversores extranjeros al yacimiento de Vaca Muerta”, afirma una fuente de Repsol próxima a las negociaciones. “No esperaban este resultado”.
Tal vez ni Repsol esperaba este resultado hace dos años. El Gobierno español se vio desbordado en su día y reaccionó con prepotencia. Aquel vídeo amenazante del ministro de Industria, José Manuel Soria —“Si hay esos gestos de hostilidad, estos traen consigo consecuencias”—, quedó en la bravata que era. Al año siguiente España intentaba que Cristina Fernández acudiera a la Cumbre Iberoamericana de Cádiz y fue ella quien se negó por razones de salud. Y Soria se convertiría meses después en una pieza clave para que Repsol retomara las conversaciones. Pero consecuencias sí hubo. España subió los aranceles al biodiésel argentino en 2012 y al año siguiente se sumaron otros países europeos. En 2013 Argentina exportó a Europa 500 millones de dólares menos que en 2012.
Repsol extendió su campaña contra el Ejecutivo argentino a los grandes centros de análisis internacionales y a los juzgados de EE UU. El gabinete jurídico tuvo muy claro que la empresa debía hacerse oír en los mercados. La tarta que ofrecía Argentina a los inversores era muy golosa: el yacimiento de Vaca Muerta es el segundo del mundo en shale gas y el cuarto en petróleo no convencional. Más de un prestigioso economista argentino auguraba que las multinacionales no tardarían en llegar. Pero encima de la tarta no dejó nunca de zumbar el moscardón de Repsol. Tras más de un año, y a pesar de los ímprobos esfuerzos del nuevo gerente argentino, Miguel Galuccio, no entró en Vaca Muerta un solo dólar procedente del extranjero.
Y al cabo de ese tiempo, en julio de 2013, solo la estadounidense Chevron firmó un contrato por el que se comprometía a invertir 1.500 millones de dólares en Vaca Muerta. Claro que Chevron obtuvo un beneficio inmediato: consiguió que el Supremo argentino le quitara del cuello la soga de un embargo por valor de 20.000 millones de dólares que arrastraba por una denuncia ambiental en Ecuador. Pero la mayoría de las grandes petroleras prefirieron ver los toros desde la barrera.
El exsecretario de Energía argentino Jorge Lapeña (1983-1989) opina que la expropiación “poco amigable” restó credibilidad al Gobierno ante los inversores. El expresidente de YPF Daniel Montamat (1987-1989) afirma que Argentina perdió dos años de aprendizaje en Vaca Muerta, para saber cuáles son los pozos de mayor rendimiento. Otras fuentes del Instituto Argentino del Petróleo y del Gas señalan que solo se ha perdido un año, ya que se ha triplicado la actividad que había con Repsol. Nunca se podrá cuantificar con precisión las oportunidades que dejaron de llegar. Pero el daño tuvo que ser lo suficientemente significativo como para que el Gobierno haya decidido ponerle fin al contencioso. Ahora, Cristina Fernández tal vez desee explicar a los argentinos por qué no quiso acordar esta misma compensación hace dos años.
Fuente: El País/España