El biodiesel, la fase superior de la soja, agoniza. La única política de alguna manera “pro agro” que había impulsado el gobierno en los últimos años, está sufriendo un severo jaque. En el peor momento. Para la soja y para el país.
La noticia es que el gobierno, apremiado por el desastre de la refinería de YPF, decidió aumentar el corte de biodiesel en el gasoil a razón del 1% por mes, pasando del actual 7% hasta llegar al 10% en junio. Esto es bueno, porque revierte la tendencia de los últimos meses. Pero la realidad es que se trata de un simple manotazo de ahogado, consecuencia del descalabro de la refinería de YPF de Ensenada tras el trágico aluvión del mes pasado. Y según trascendió, es absolutamente coyuntural. Ni bien recupere su marcha la destilería de YPF, o llegue el gasoil importado de apuro por la petrolera estatal, volvería a reducirse el corte.
Trascendió que tres áreas del gobierno K ya le firmaron el acta de defunción: el ministerio de Economía, el ministerio de Industria y el secretario de Comercio. Habría una línea de resistencia en el área de Energía y de Agricultura, pero sus esfuerzos sucumben ante el embate conjunto de Kicillof, Deborah Giorgi y Guillermo Moreno.
Hay que reconocer también como un punto a favor las gestiones de Cancillería, cuyos funcionarios de carrera están dando batalla contra el proteccionismo de la Unión Europea, empeñado en trabar el ingreso de biodiesel extra zona (Argentina e Indonesia son los principales afectados).
En los últimos veinte años, recuerdo solo dos medidas a favor de la expansión agrícola, con su abanderada la soja. La primera fue la liberación al mercado de la tecnología RR, en 1996. Fue el punto de partida de la gran expansión. La segunda, la sanción de la ley 26093 de biocombustibles, en abril de 2006. Es la que estableció el corte obligatorio de biodiesel con el gasoil. Llegó en un momento en el que se percibían problemas de mercado para la colocación del enorme volumen de aceite generado por la molienda de soja. La industria del crushing se había expandido pari passu con el crecimiento de la producción, gracias a la gran demanda de harinas proteicas.
La Argentina se convirtió en poco tiempo en el principal exportador mundial de este producto, llave maestra de la producción de proteínas animales a nivel mundial. La transición dietética de grandes contingentes humanos que salían de la pobreza aseguraba y asegura una fluida colocación de los pellets de soja. Pero el co-producto, el aceite, se topaba con la competencia de otros aceites, como el de palma, y el proteccionismo de China, el principal cliente.
La gran alternativa fue convertirlo en biodiesel. Las empresas de crushing vieron en este producto no solo una alternativa para escalar en la cadena de valor agregado, sino una forma de quitar aceite de soja del mercado mundial. Con inversiones por más de mil millones de dólares, hoy hay 25 grandes plantas que convirtieron a la Argentina en el principal exportador de biodiesel. Esto tuvo impacto en las cuentas nacionales, porque se logró sostener el precio de un producto importante en la paleta exportadora como el aceite crudo. En el corto plazo, la demanda de aceite es muy elástica: pequeños excedentes producen grandes caídas de precio.
El aumento del corte en el mercado interno permite sustituir importaciones de gasoil, y además sostener un desarrollo que lleva al país por el sendero de la oleoquímica. Argentina domina hoy el mercado mundial de glicerina vegetal, una maravillosa molécula hoy más demandada que la de origen petroquímico. En el mundo, la soja argentina está presente antes del desayuno: la glicerina es la base del dentífrico de mayor venta.
Pero hay funcionarios a los que “les parece” que esta es una industria que no vale la pena. Errores de esos que se pagan.
Por Héctor A. Huergo
FUENTE: CLARIN SUPLEMENTO RURAL