El desarrollo de los biocombustibles a partir de los granos tradicionales como la soja y el maíz tienen, también, su lado oscuro al que se le debe prestar particular atención. Esto se origina en la presión política de los países más necesitados, al ser dichos granos importantes partícipes en la elaboración de alimentos para seres humanos. En estos días hemos visto cómo Inglaterra festejó la apertura de una importante fábrica de bioetanol.
El discurso de inauguración afirmaba que dicha instalación ayudaría, en un futuro cercano, a sacar de circulación el equivalente a 100 mil autos que polucionan día a día las calles. Pues bien, el contrapunto a estas frases no se hizo esperar y desde organizaciones relacionadas con el hambre y la pobreza sostuvieron que sería más importante tener a 100 mil niños sin hambre, en lugar de dedicarse a producir combustibles con los mismos granos.
Esto es muy parecido al «perro que se quiere morder la cola», ya que es necesario revertir el daño ecológico que ocasionamos en el mundo, mediante el uso de combustibles fósiles, y por el otro debemos atender todas las necesidades alimenticias.
Es evidente que esta cuenta, por ahora, no cierra fácilmente. Hay que tener en cuenta que es posible comenzar a producir biocombustibles con otras materias primas que no sean soja, maíz y sorgo. Me refiero al tártago, la jatropha curcas, la chia, la palma y la celulosa, entre algunas otras.
En un principio el tema parece sencillo. Sin embargo, para transformar esto en hechos hay que incentivar la investigación y la inversión.
Obviamente que anunciar que se sembrará palma para destinarlo a una fábrica de biodiésel suena muy emprendedor, pero también deberíamos tener en cuenta algunas cuestiones fundamentales: ¿qué logística necesita su producción?, ¿qué cantidad de hectáreas en producción necesita una industria de éstas para ser rentable?, ¿tendremos el marco de resguardo político para pensar en invertir sin sobresaltos?, ¿ensamblan adecuadamente estas industrias con el cuidado del medio ambiente y el consumo de agua potable?, ¿la dirigencia tiene una vocación agroindustrial concreta?
Estos y otros interrogantes deben encontrar una respuesta adecuada si se pretende atraer inversiones importantes para este rubro.
El Estado, a través de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación en conjunto con el INTA, el INTI y otras instituciones, deberían dar orientación para estas acciones.
De ese modo, se podrá incentivar la investigación privada, el desarrollo de proyectos y la factibilidad de la pronta puesta en marcha de estas industrias. En simultáneo, es necesario continuar produciendo cada vez más aceites, harinas y otros productos que requieren de la transformación industrial y el agregado de valor a nuestra producción agropecuaria.
Este paso no es muy difícil de dar y tendría un alto impacto para que Argentina active rápidamente la agroindustria. Es el tipo de actividades que debemos poner en funcionamiento. No podemos dejar de aprovechar esta gran oportunidad, puesto que estamos en condiciones, por suelos y climas, de producir gran cantidad de granos para el consumo humano y, al mismo tiempo, tenemos excelentes condiciones ecológicas para la puesta en marcha de la producción y transformación de las materias primas anteriormente mencionadas.
El Gobierno debe actuar con incentivos económicos concretos, reales y de fácil ejecución a través de desgravaciones impositivas, facilidades crediticias y acciones en pos de una mejora logística que apoye la agroindustria.
Por César A.Gagliardo para La Nación
El autor es presidente de Artegran S.A.
Fuente: La Nación