La 17° Cumbre sobre Cambio Climático que comenzó este lunes en la ciudad sudafricana de Durban necesitará algo más que suerte y buenas intenciones para sellar un acuerdo internacional vinculante que sustituya al Protocolo de Kioto, que expira a finales de 2012.
La urgencia no es antojadiza. El de Kyoto es el único tratado global que ha establecido límites legales sobre las emisiones de carbono y ahora pende de un hilo. Por eso, los delegados de los casi 200 países que debatirán hasta el 9 de diciembre han centrado sus expectativas en apuntalar el Fondo Verde, creado en la Cumbre de Copenhague de 2009, por el medio del cual los países desarrollados se comprometieron a desembolsar cerca de u$s 100.000 millones para 2020.
Aunque el debate sobre el Fondo tampoco tiene el camino allanado. El principal puntos de discusión está referido a las fuentes de ingresos y la intención de crear nuevos impuestos para sostenerlo, que podrían incluir tasas sobre los transportes aéreos y marítimos, o sobre las transacciones financieras.
Una verdad incómoda
Como todos los años, los días previos a las cumbre se divulgaron distintos informes que ofrecen un panorama sombrío sobre el estado actual y el futuro de los gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono (CO2).
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) advirtió que si sigue la tendencia de las emisiones «resultará en un aumento global de las temperaturas de entre 3 y 6 grados para fin de siglo». Como resultado, serían más intensas las olas de calor, los ciclones y las sequías.
En la misma dirección, un reporte del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) señaló que «es casi seguro que se darán incrementos en la frecuencia y la magnitud de los extremos de temperaturas cálidas en el siglo XXI».
Se sumó a la tendencia la Organización Meteorológica Mundial (OMM), que reveló que los principales gases de efecto invernadero batieron nuevos récords de concentración en 2010. «Alcanzó una vez más niveles nunca antes registrados desde la época preindustrial», indicó su secretario general, Michel Jarraud.
Voces escépticas
Pese a la contundencia de los resultados de los estudios científicos, las distintas voces que se escucharon en la previa de Durban sembraron más escepticismo que esperanzas. La comisaria europea de Acción por el Clima, Connie Hedegaard, admitió que las negociaciones serán un «juego difícil», y adelantó que el Viejo Continente no se quedará «solo» en el intento de recortar las emisiones nocivas si no lo hacen al mismo tiempo EEUU y China.
Pero el gigante asiático ya fijó su posición a través de sus voceros: no aceptará objetivos vinculantes de reducción de emisiones de gases. Tampoco se espera que EEUU otorgue una sorpresa en momentos en que la administración Obama enfrenta un difícil presente económico y una campaña de reelección por delante.
Las expectativas se han ido diluyendo pese a que el Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, instó «a los líderes a abordar el cambio climático con urgencia». El director ejecutivo del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), Achim Steiner, encendió un alerta al sostener que «el mundo no está haciendo lo suficiente y esto es algo de gran preocupación». Tove Ryding, coordinadora de política climática de Greenpeace, directamente rebajó las pretensiones a que se confeccione «un calendario y un plan para obtener un acuerdo tan rápido como sea humanamente posible».
Pero quizá quien estuvo más cerca de condensar en una frase el ánimo de incertidumbre que sobrevuela el inicio de la Cumbre de Cambio Climático fue Christiana Figueres, secretaria ejecutiva de Naciones Unidas. Aunque fue optimista en que las naciones del mundo alcanzarán tarde o temprano un acuerdo admitió que «cómo lo van a lograr y qué tan rápido está por verse».
Por Carlos Pagura
Fuente: Ambito Financiero