Un informe preparatorio de las Naciones Unidas difundido en Viena, que resume una extensa investigación científica, advierte que se pueden evitar las consecuencias catastróficas del calentamiento global, si se disponen medidas efectivas y recursos viables, las llamadas «tecnologías limpias», que permitirían reducir la emisión de los gases contaminantes.
Para que eso sea factible, es menester que los centros de decisión que conducen la actividad económica de los países desarrollados cumplan con las normas aprobadas en el Protocolo de Kyoto diez años atrás, en las cuales se fijó el objetivo de reducir los gases que provocan el llamado «efecto invernadero». El Protocolo de Kyoto es un tratado internacional que entró en vigor en febrero de 1995. Su objetivo es concretar los compromisos adquiridos en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, dirigida a reducir aquellos gases contaminantes causantes del efecto invernadero.
El protocolo no ha sido ratificado por dos de los Estados responsables de buena parte de las emisiones a la atmósfera de gases causantes del efecto invernadero, Australia y los Estados Unidos. La negativa de estos países se funda en que la ratificación afectaría su política económica y que no se establecen obligaciones concretas para los Estados en vías de desarrollo (sobre todo, China y la India), que mantienen importantes niveles de emisiones. Empero, ya hay varios estados de los Estados Unidos que se han comprometido, unilateralmente, a ajustarse a los objetivos de Kyoto.
Esta situación, unida a las posturas de figuras políticas de relieve, como las del ex vicepresidente Al Gore, ha llevado una valiosa cuota de comprensión sobre el tema al pueblo norteamericano. Por otra parte, la producción de nuevas «tecnologías limpias» abre un panorama atractivo a la industria de ese país. Indicio de esta diferencia de concepto es que han aumentado las inversiones destinadas al desarrollo de biocombustibles y al uso de energías producidas por fuentes renovables.
Tal como se describe en el informe, la actual situación ambiental destaca que los daños se han concentrado en el deterioro de formaciones coralíferas, la elevación del nivel del mar, la sucesión de huracanes y ciclones, el derretimiento de hielos y glaciares y olas de calor que han ocasionado pérdidas de vidas humanas y daños en la flora y la fauna del planeta. Gran parte del perjuicio señalado se estima como irreversible, pero podría ser contenido si se tomaran medidas rápidas y eficaces.
Quizá no haya aún una verdadera sensibilidad para advertir que es indispensable adoptar una actitud diferente para evitar que todos los habitantes de los países más desarrollados y los de los más pobres sufran las consecuencias de este fenómeno. Es imprescindible que las personas y los gobiernos tengan la suficiente lucidez para tomar conciencia de que es necesario actuar de inmediato para evitar padecimientos que aún ni siquiera imaginamos.
Es mucho lo que se puede hacer en el escenario de cada país: desde acciones de gran impacto, como la protección de los bosques o la puesta en marcha de sistemas eficientes para el tratamiento de residuos, hasta pequeños aportes, como el uso más eficiente de energía en los hogares. Se trata de un problema mundial. En los últimos años todos hemos contribuido, en alguna medida, al calentamiento global. Hoy son las próximas generaciones las que nos reclaman cambios en nuestras costumbres para evitar daños irreversibles y costosos.
Fuente: La Nación