Conclusiones del XV Congreso de Aapresid.
Los más de 1900 productores que asistieron a la Bolsa de Comercio de Rosario abrevaron la idea de que la actividad se encamina con más fuerza a la especialización y con estrategias definidas para cada una de sus variables.
ROSARIO.- Terminó una campaña y la Argentina quedó a un paso de los 100 millones de toneladas de granos. La moderna tecnología y los servicios volvieron a ser claves en ese logro. La agricultura, inmersa en un proceso de desafíos donde todos los años hay productores que buscan hacer más hectáreas, producir más por milímetro de agua, conocer mejor cada ambiente, diseñar estratégicas específicas para cada zona, intensificar y detectar oportunidades de negocios y gerenciarlos con visión empresarial, dio otra muestra de que no se detiene. ¿Qué viene ahora?, ¿Cuáles son los nuevos desafíos? Aunque parecería no existir una sola respuesta, por lo que se comentó en el XV Congreso de Aapresid -su lema de este año fue Reinvención y prospectiva-, realizado entre el martes y ayer en esta ciudad con la presencia de más de 1900 personas, la agricultura marcha hacia una mayor especialización en cada una de sus variables.
Esto es, desde lograr el mejor aprovechamiento del ambiente, incorporar cultivos de cobertura hasta más intensificación (con dobles cultivos, franjas de cultivos e intersiembra, por ejemplo) y la creación de estrategias para cada zona, teniendo en claro qué permite hacer el agua y cómo administrar este recurso. Se habla de una agricultura más diversificada con más rotaciones (hoy de los 19 millones de hectáreas bajo siembra directa en la Argentina, la mitad es monocultivo de soja) y atenta a oportunidades como los biocombustibles.
Pero hay más: la agricultura va a tener que afrontar lo que el profesor Otto Solbrig, de la Universidad de Harvard, de los Estados Unidos, definió como el «cambio global», que no incluye sólo el denominado cambio climático, sino también otras cosas, como las consecuencias del crecimiento demográfico (en los últimos setenta años la población se multiplicó por tres), el consumismo, la globalización económica y el fuerte uso de recursos como los combustibles fósiles (en siete décadas la utilización de energía fósil se multiplicó al menos por cinco).
Según Solbrig, si no suben los rendimientos hacia 2050 van a hacer falta 750 millones de hectáreas más que las que hoy se cultivan. Hoy la superficie cultivada en el mundo es de 1500 millones de hectáreas, lo cual representa 0,25 hectárea por persona. Por la tecnología cayó la superficie necesaria.
En este contexto, en el sector se debate cómo seguir creciendo y qué aporte va a hacer la tecnología. Se trata de pensar si el crecimiento va a ocurrir con más producción por unidad de superficie, con más área o mediante una combinación de ambas cosas.
«El incremento de la productividad por unidad de superficie va a ser el pilar fundamental para dar respuesta a la demanda mundial en número de habitantes. Ese incremento de productividad va a venir de la mano de la incorporación de tecnología y ganancia genética. Por otro lado, está en nuestras manos mejorar los ambientes (de producción). No podemos conformarnos con buscar los mejores ambientes; debemos crearlos», señaló Jorge Romagnoli, presidente de Aapresid.
Desafíos
¿Hay que crecer entonces en productividad o por área?, preguntó LA NACION. «Las dos no son excluyentes y pueden ser simultáneamente, pero hoy con los valores de la tierra y de los arrendamientos hay que pensar seriamente en un crecimiento de productividad, en mejores rindes», respondió.
«No son incompatibles; hay que adaptar a cada zona los cultivos y aplicar la tecnología. Por ejemplo, en biocombustibles hay una serie de cultivos que no van a competir por el uso del suelo de los cultivos tradicionales. Lo que no debemos es caer en el error de avanzar irresponsablemente sobre áreas de mucha sensibilidad en su ecosistema», comentó, por su parte, Gastón Fernández Palma, vicepresidente de Aapresid.
El productor Roberto Peiretti tiene una mirada similar respecto de cómo responder al crecimiento de la demanda de productos agrícolas. El habla de una «combinación» entre crecer por aumento del rinde y crecer por expansión del área. «A juzgar tanto por lo ocurrido en el pasado, a lo largo del cual los aumentos de productividad ,aunque enormes, nunca alcanzaron para evitar la expansión por área, como por las proyecciones futuras de la probable evolución de la demanda, no parece posible, al menos en el corto plazo, que la expansión por área pueda dejarse de lado», indicó.
Sin duda, hoy en el sector hay diversas experiencias que tienden hacia una mejor ingeniería productiva.
Entre esas experiencias se encuentra la que Martín Ambrogio realizó en la localidad de San Basilio, en la provincia de Córdoba. Allí, en esta campaña, hizo a nivel de lote, intercultivos en franja de maíz y soja (6 franjas de maíz y 5 de soja de 800 metros de largo por 18 surcos de ancho, a 52 centímetros entre surco).
La experiencia dejó un resultado favorable: el incremento de rendimiento logrado con la siembra de maíz como intercultivo en franjas, comparado con el sistema tradicional de monocultivo, fue de 810 kilos (8 por ciento más); en soja hubo subas de 241 kilos a favor del cultivo en franjas (6 por ciento más). En maíz en franjas hubo rindes de más de 10.000 kilos, en tanto que en soja se registraron más de 40 quintales.
Se trata de una experiencia que Ambrogio vislumbra con potencial en tierras del sur y oeste de Córdoba, La Pampa y San Luis, donde hay suelos de escasa estructura superficial, baja capacidad de almacenaje de humedad, fuertes vientos y lluvias limitadas. «Se generan microcortinas capaces de proyectar la capa límite del viento de 3 a 5 veces la altura del maíz, sirviendo el maíz de cortina de viento a la soja», señaló.
Intensificación
Al margen de esta experiencia, se pudo observar que cada vez más se tiende hacia una mayor intensificación. Al respecto, Romagnoli mostró, por su parte, la diferencia de resultados entre una rotación estándar (11 cultivos en ocho años; trigo/soja-maíz-soja) y otra más intensiva, con más cultivos (14 cultivos en ocho años), sobre todo gramíneas. Claramente, con la rotación más intensiva hubo más producción por milímetro de agua, mejor eficiencia del uso del agua y mayor cobertura, entre otros resultados.
Si bien el vínculo de la agricultura con el «cambio global» y los temas productivos ocuparon gran parte de la agenda del congreso, también hubo un espacio para las estrategias para una agricultura con valor agregado.
Para destacar, en este punto, Marshall Martin, del departamento de Economía de la Universidad de Purdue, en los Estados Unidos, dijo que «agregar valor exige un cambio de mentalidad, de posicionamiento, no sólo de producir sino de buscar la necesidad del cliente».
Según el experto, el agregado de valor se tiene que dar en distintos niveles, desde los productores chicos hasta los más grandes.
Por Fernando Bertello
Enviado especial
Fuente: La Nación