La puja se da entre las fortalezas y las debilidades; de la apuesta por la tecnología contra las limitantes estructurales; de ese duelo dependerá el crecimiento esperado o el estancamiento tan temido.
En el horizonte se asoma una montaña productiva que cada vez parece más grande. Los analistas ya están hablando de una cosecha posible, para 2020, de 135 millones de toneladas en todos los cultivos, con picos de 150 millones que podrían representar ingresos por 32.000 millones de dólares, esto es, 9000 millones más por encima del promedio de ingresos de los últimos cuatro años.
Pero ¿cuál es el camino para llegar a esa montaña productiva? ¿Es una utopía hablar de esas cifras cuando todavía no se llegó a los 100 millones previsibles para el final de esta década y el promedio de los últimos cinco años fue de 85 millones de toneladas? Sí y no.
Si, porque con las actuales limitantes institucionales, estructurales y técnicas, será imposible arrimar a la meta y la condena es el estancamiento. Y no, porque con las fortalezas y oportunidades que tiene el interior productivo argentino, el país está en condiciones de llegar a esa montaña productiva. es la ruta del crecimiento.
Esta semana la Fundación Producir Conservando (FPC) sacó a la luz esas proyecciones, pero advirtió, como hizo, por su parte, la Asociación Maíz y Sorgo Argentinos (Maizar), que para llegar a esos resultados será necesario sortear esa serie de limitantes.
En el trabajo que presentó el lunes pasado la FPC, con Gustavo Oliverio y Gustavo López a la cabeza, se señala además un aumento de la superficie sembrada, que pasará de los 30 millones de hectáreas (promedio del último quinquenio) a 40 millones, con mejoras en los rendimientos del orden del 15 al 20 por ciento, gracias a la aplicación de la mejor tecnología disponible y en un marco de excelentes condiciones climáticas.
La montaña es posible
«La megatendencia de crecimiento de Asia y de los países emergentes es una gran oportunidad para la Argentina, especialmente en el sector de agroalimentos y otros bienes básicos», vaticinó el economista Juan Llach, de la Universidad Austral, durante el mismo seminario, al citar un trabajo que realizó con María Marcela Harriague, de la Universidad Nacional de Río Cuarto.
A esas mismas oportunidades se refirieron los presidentes de las cuatro asociaciones de las cadenas por productos, sentados en un mismo estrado en el Congreso Maizar. Precisamente, el presidente de esta entidad, Santiago del Solar.
«El mundo nos ofrece una gran oportunidad para transformar maíz en carnes, leche, en productos de la molienda húmeda y seca, pero la mayor capacidad transformadora del maíz es la creación de empleo genuino y federal. Para esto, no pedimos que nos aseguren rentabilidad; sólo necesitamos reglas de juego claras», agregó.
Se refirió también al trabajo conjunto que realizan con sus pares del trigo, soja y girasol para mejorar la cadena de valor con el esquema de fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas (FODA).
Del Solar señaló que «ese diálogo institucional constituye la primera fortaleza» y así «se han logrado consensos en la búsqueda de mercados abiertos, transparentes, sin intervenciones y con eliminación de los derechos de exportación».
Del Solar estuvo acompañado por los presidentes de Asagir, Ricardo Negri, y de Acsoja, Miguel Calvo, y Santiago Lavourt, de Argentrigo.
Así, cada uno a su turno enumeró otras oportunidades, como el desarrollo de la adopción de tecnologías y biotecnologías como motorizadoras del aumento de los rindes en cultivos cada vez más sanos, y el inmenso potencial en la generación de empleo, con un alto impacto en las comunidades del interior.
Escollos
Del otro lado de la balanza están las debilidades y amenazas, esas que hay que combatir si se quiere llegar a la cima de la montaña productiva de granos.
Entre las primeras está el escaso financiamiento en el largo plazo; las altas inversiones en los cultivos; la infraestructura deficiente: no hay rutas, ni vías, ni silos suficientes para transportar y almacenar los volúmenes soñados ; la falta de reconocimiento de la propiedad intelectual; la histórica baja inversión en investigación; la migración de cultivos a ambientes menos favorables; las políticas públicas, y la falta de incentivos a la producción e investigación.
Y entre las amenazas, los disertantes señalaron los subsidios y las barreras arancelarias y paraarancelarias en países competidores; la intervención nociva en los mercados, como el cierre de las exportaciones que afectan las inversiones; los derechos de exportación que afectan la competitividad y la expansión de los cultivos.
En este contexto, Llach se refirió al impacto negativo de las políticas son sesgo contrario a los agroalimentos, con lo cual «la Argentina deja de producir algo más de 21.000 millones de dólares, de los cuales se exportarían casi 12.000».
Por Roberto Seifert
De la Redacción de LA NACION
FUENTE: LA NACION