Los comentarios críticos del número tres del Departamento de Estado norteamericano, Nicholas Burns, sobre la actitud del gobierno argentino de autorizar a Hugo Chávez la realización de un acto en Buenos Aires, en repudio al viaje latinoamericano del presidente George W. Bush, reflejan el cambio experimentado en la política exterior de Estados Unidos en relación a América latina, originado en la derrota del mandatario estadounidense en las elecciones legislativas y estaduales del 6 de noviembre. 

Estados Unidos se replegó de la región, en términos político-estratégicos, en los últimos seis años, tras el 11 de septiembre de 2001. América latina en su conjunto, y ante todo América del Sur, no constituyó una prioridad estratégica para Washington en su lucha contra el terrorismo transnacional. Su abstinencia favoreció el avance de Chávez en la zona.

Cuando las elecciones del 6 de noviembre mostraron el rechazo de la opinión pública norteamericana a la guerra en Irak, Bush inició un viraje político de signo multilateral y diplomático, que se manifestó, en primer lugar, en el acuerdo de desnuclearización de Corea del Norte -logrado por intermedio de la iniciativa de China- y en la participación de Estados Unidos en la conferencia de seguridad convocada por el gobierno de Irak, con la presencia de Irán y Siria.

Washington replantea su relación con América del Sur y ensaya una reformulación cuyo eje es el acuerdo estratégico con Brasil sobre biocombustibles, en el marco del giro de 180 grados de su política exterior en el mundo, post 6/11. Este acuerdo con Brasil es de vital importancia para la seguridad nacional norteamericana, debido a que buena parte del petróleo que EE.UU. recibe del exterior procede de países inestables u hostiles en Medio Oriente, África y América latina (Venezuela).

El primero que advirtió la dimensión política y estratégica del acuerdo entre Washington y Brasilia fue Hugo Chávez, quien señaló que «el etanol y los biocombustibles son absolutamente irracionales y antiéticos. Pretender usar el agua y las buenas tierras que quedan en América latina, capaces de producir alimentos, para fabricar combustibles destinados a los vehículos de los ricos, me parece cosa de locos de remate».

Lo cierto es que la reconstrucción del eje entre Estados Unidos y Brasil en torno al tema energético tiene una importancia política equivalente al acuerdo entre Franklin Delano Roosevelt y Getulio Vargas en la Segunda Guerra Mundial, que transformó a Brasil en el principal aliado de Estados Unidos en América latina. La Argentina, aferrada a la neutralidad, sufrió entonces las consecuencias de su ausencia política al reformularse el sistema de poder regional y mundial. Hoy, los biocombustibles se convierten en la nueva divisoria de aguas en el continente. La cuestión, como en 1940, es si la Argentina estará nuevamente ausente.

Es obvio que el país tiene una gigantesca potencialidad en el desarrollo de biocombustibles. La Argentina, hasta ahora, mira desde afuera el desarrollo de este proceso crucial, que signará por muchos años la política sudamericana, con implicancias mundiales, al igual que sucedió en la década del 40. Si por medio de una retórica de confrontación, que responde exclusivamente a necesidades de política doméstica, mantiene su ausencia, la consecuencia será una profundización de su irrelevancia internacional y de su aislamiento en el mundo.

Las palabras de Burns revelan que Estados Unidos, a partir de las elecciones del 6 de noviembre, volvió a colocar a América de Sur en su pantalla de radar. Esto hace que episodios que hasta hace poco tiempo hubieran sido considerados intrascendentes para la Casa Blanca, adquieran ahora relevancia política. Estados Unidos volvió a América del Sur. La política exterior es siempre un mundo de realidades.

Por Jorge Castro para la Nación 

El autor es presidente del Instituto de Planeamiento Estratégico.

Fuente: Diario La Nación