Foto: Carolina García estudió en la Universidad Nacional de Río Cuarto.
Una cordobesa busca biodiésel en las algas mendocinas.
Es una alternativa más ecológica que la de la soja. No es un cultivo alimenticio ni necesita tierras fértiles. Por si fuera poco, consume CO2 y aguas residuales.
Los biocombustibles parecen ser una de las salidas al calentamiento global que el hombre está provocando con el uso de petróleo. Pero el etanol y el biodiésel son muy discutidos. Están muy lejos de ser la solución más verde.
Si hay un verdadero biocombustible ecológico es el que se podría producir a partir de microalgas. Una joven microbióloga cordobesa participa de uno de los pocos proyectos argentinos que busca el “oro verde”.
Carolina García (24 años) es de Monte Maíz, se recibió en la Universidad Nacional de Río Cuarto y ahora trabaja en la Universidad Nacional de Cuyo (Uncu), en Mendoza.
El biodiésel producido a partir de la soja tiene tres desventajas: es un cultivo que también sirve para alimentar personas, en el proceso de refinación se sigue emitiendo gases de efecto invernadero y se necesitan tierras fértiles.
Con las microalgas pasa todo lo contrario. Primero, no necesitan tierras cultivables. “Estos bichos sólo necesitan muchos días de sol para que hagan fotosíntesis. En Mendoza hay 300 días diáfanos por año. Además, las tierras mendocinas son desérticas, pero las algas no necesitan tierras cultivables”, cuenta Carolina.
Segundo, enfrían la atmósfera, porque utilizan el dióxido de carbono atmosférico, principal gas de efecto invernadero, para crecer. Tercero, las algas crecen en aguas cloacales o residuales de las industrias que se pueden reciclar productivamente.
“La ecuación es perfecta, porque asociamos tierras que no se cultivan, gas de efecto invernadero y efluentes cloacales”, señala Carolina.
En la primera etapa ya demostraron que es posible “engordar” estos microorganismos mendocinos para que sobreproduzcan aceite, que luego se transformará en biodiésel.
Carolina entiende que el proceso no presenta ninguna desventaja, pero señala que todavía hay que estudiarlo a fondo para poder llevarlo a una escala productiva. “La productividad es altísima comparada con otros cultivos utilizados en biocombustibles”, asegura.
Las algas que utilizan no constituyen una especie particular, sino un conjunto de microorganismos autóctonos que ya crecen en aguas servidas de Mendoza, en usinas termoeléctricas o refinerías.
El proceso implica aislarlos para que el grupo alcance un estrés fisiológico que lo hace “engordar” y producir más aceite. No es poco: el aceite equivale al 50 por ciento de su peso.
Esto primero se realizará en laboratorio en pequeños volúmenes y luego se experimentará en ensayos mayores para finalmente alcanzar una mediana escala a cielo abierto en piletones.
Un problema que todavía no está completamente resuelto es cómo se extraerá el aceite de estos piletones. El residuo que queda también puede ser utilizado como balanceado de animales o en otras industrias.
El proyecto es dirigido por Jorge Barón y participan biólogos, químicos e ingenieros. La universidad cuyana logró sumar a Dorial Management, una empresa privada que aportó 100 mil dólares.
Un iniciativa similar ya está funcionando en Chubut. Allí existe una planta que produce en forma continua 10 toneladas por día de biodiésel a partir de microalgas.
Se trata de la primera planta industrial de biocombustible construida y en funcionamiento del país. El Gobierno chubutense, uno de los socios del emprendimiento, utiliza lo producido para abastecer sus vehículos.
Fuente: La Voz