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Argentina tiene potencial para crecer en la producción de biodiesel y etanol apuntando a la exportación y al mercado interno, pero hacen falta políticas que acompañen.
La Argentina cuenta con ventajas estratégicas para desarrollar sus recursos renovables en forma de energía eléctrica y como biocombustibles líquidos.
El Desarrollo Económico del siglo XXI rompió el viejo paradigma de la economía, consolidado a partir de la primera revolución industrial, donde el problema clásico de las firmas consistía en maximizar sus funciones de ganancia ignorando costos con impacto social. De esta manera la economía del siglo XXI, cambia el paradigma anterior, y el problema de la maximización de la ganancia queda atado a una condición de borde: el compromiso de producir en sintonía con las restricciones que impone el medioambiente, y en línea con los acuerdos sobre el cambio climático.
Este nuevo enfoque económico tiene un impacto relevante en la microeconomía energética, por sus características de ser una industria capital intensiva y estar expuesta a variadas externalidades. Un mensaje contundente en la visión de economía sustentable es que el sector energético no puede quedar entrampado en políticas de corto plazo. El desarrollo del potencial energético que puede devolvernos abundancia relativa, fuentes diversificadas, servicios de calidad y precios (tarifas) competitivos, depende de metas, planes, estrategias, reglas y horizontes que reconcilien a la Argentina con un proyecto de largo plazo. En ese proyecto, la energía y los biocombustibles tendrán sus políticas de Estado.
Planta de etanol de la firma Bio4, en Río Cuarto, Córdoba. En la Argentina hay un enorme potencial para continuar desarrollando la producción de etanol a partir del maíz y la caña de azúcar.
En la transición a una matriz energética global más limpia, la Argentina cuenta con ventajas estratégicas para desarrollar sus recursos renovables en forma de energía eléctrica y como biocombustibles líquidos. La estrategia energética de largo plazo es funcional a un cambio de la estrategia productiva que privilegie el valor agregado exportable. Si convertimos la proteína vegetal en proteína animal y biocombustibles agregamos entre 5 y 6 veces más valor. Pero para ello debe haber un acople entre la estrategia energética y un modelo de desarrollo alternativo orientado al mercado externo. Biocombustibles para el mercado argentino y para el mercado mundial.
El mundo cambiará su paradigma de movilidad vehicular, dejando paulatinamente los combustibles fósiles para virar a autos eléctricos y celdas de hidrógeno. El cambio mencionado tendrá una transición prolongada en la cual se deberán utilizar combustibles con menores emisiones de gases de efecto invernadero para hacer frente a los compromisos asumidos a nivel global.
En este contexto, nuestro país utiliza su gasoil mezclado con un 10% de biodiesel y sus naftas con un 12% de bioetanol. Tras 10 años de promoción, el bioetanol elaborado a partir de maíz en Argentina se produce a precios similares a la referencia de exportación del mercado brasilero, el cual cuenta con más de 70 años de tradición.
Por su parte, la cadena de valor del biodiesel dedicada a la exportación está integrada verticalmente, es muy eficiente, y cuenta con una gran escala y alta concentración. La dedicada al mercado interno es de menor escala, distribuida en varias provincias y menos eficientes. Ambas podrían convivir con reglas de juego que apunten a la convergencia de competitividad y eficiencia.
La inclusión de los biocombustibles en un sistema impositivo diferencial al de los combustibles líquidos permitiría reducir sensiblemente el costo fiscal de su utilización, y permitir que los mismos comenzaran a competir libremente con los combustibles líquidos: el biodiesel con el gasoil y el GNL y el bioetanol con la nafta y el GNC. Además de sustituir importaciones de combustibles líquidos, la entrada masiva de los biocombustibles agregaría mayor grado de competencia en un mercado de pocos jugadores. Para lograr ello, hay que permitir el ingreso de tecnología existente en el mundo, como la flex fuel, que permite que un automóvil funcione perfectamente con bioetanol o naftas. En el caso del biodiesel, se podría avanzar en la venta de biodiesel en mayores proporciones donde la tecnología así lo posibilite.
La reforma impositiva podría ir acompañada con la creación de un Fondo Compensador de Carbono, que podría establecerse a partir de las relaciones de indiferencia necesarias entre las materias primas y el petróleo para que el precio de los biocombustibles sea competitivo. La opción de un Fondo Compensador puede resultar novedosa y conveniente para desarrollar una industria de biocombustibles que compita con sus sustitutos fósiles sin estar tan atada al movimiento relativo del precio del petróleo y las materias primas.
Hay que buscar una convivencia viable y competitiva de largo plazo entre los biocombustibles y los combustibles fósiles. Todo en una estrategia de largo plazo que reconcilie las necesidades de una microeconomía energética sustentable con una macro estable en una nueva estrategia de desarrollo de valor agregado exportable.
Por Dr. Daniel Montamat y Lic. Agustín Torroba
FUENTE: CLARIN RURAL/DIARIO CLARIN/ARGENTINA