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Científicos rosarinos diseñaron una forma de hacer celulosa con la cascarilla del cereal que las empresas tiran. Estiman que pueden producir 400 mil toneladas del material y generar nuevos puestos de trabajo
El año pasado 1.2 millones de toneladas de cascarilla de soja fueron quemadas, mezcladas al alimento del ganado o tiradas a la basura por las cuatro principales empresas que lo exportan o lo transforman en biodiesel.
Fue el descarte de las 54 millones de toneladas producidas en Argentina. Para el científico rosarino Guillermo Picó era un desperdicio por partida doble. Sabe que con un simple método de laboratorio podía transformarlas en 400 mil toneladas de celulosa, el material usado para hacer papeles y que viene de la tala de miles árboles cada año. Picó también conocía cómo sacarles una serie de enzimas que sirven para esterilizar un instrumental médico y hoy son importadas. En todos los casos significa crear nuevos puestos de trabajo. “Nos dedicamos a rescatar lo valioso de lo que no vale nada. Es algo muy expandido en Brasil, Colombia y México. Parece que acá los residuos no molestan ni contaminan”, dice a El Ciudadano.
Pico dirige el Instituto de Procesos Biotecnológicos y Químicos de Rosario (IPROBYQ) de Conicet. En 2000 empezó a pensar cómo aplicar lo que había aprendido en la facultad para reducir la contaminación seduciendo a las empresas no con una certificación en ecología sino generándoles más dinero. Hace tres años creó el instituto que funciona en la Facultad de Bioquímica y Farmacia de la UNR (Suipacha y Santa Fe). Dirige a 18 investigadores y 30 personas más, entre becarios y alumnos de la carrera. Juntos intentan aislar las moléculas valiosas del descarte que hacen las principales industrias de Santa Fe: la frigorífica y la cerealera. El proyecto más avanzado es el de la soja, el poroto mágico que cambió la fisonomía del país hace más de dos décadas, y que concentró capitales en el Gran Rosario y el sur de Santa Fe. La idea de Picó fue usar la cascarilla –calculada en el 2 por ciento del total producido– para hacer celulosa y evitar la tala de árboles en un contexto donde cada vez hay más consumo. Según el último estudio publicado por el Ministerio de Ciencia, la necesidad de papel aumentó casi un 10 por ciento entre 2007 y 2011.
Los principales productores de papel están en Jujuy, Tucumán, Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires, donde en la firma Papel Prensa produce 600 toneladas anuales. A nivel mundial, de América del Sur sale un tercio del papel consumido, según la Organización Mundial de Conservación. Lo alarmante, insisten desde Nación, es que Argentina tiene un atraso tecnológico y de medidas que protejan al medio ambiente, como el tratamiento de afluentes de las plantas de celulosas. Más preocupante, siempre según el informe del Ministerio, sólo un cuarto del papel en el país es reciclado.
“Queremos usar un desperdicio, desarrollar tecnología nacional con profesionales de acá y generar valor agregado para cuidar el medio ambiente y no depender de las importaciones”, explica Pico. Para el científico, el instituto está preparado para ofrecer alternativas por la calidad de los científicos formados en la educación pública y la inversión sostenida del Conicet. “El problema es mantener la inversión del Estado, y el interés y compromiso del empresariado nacional. El empresario quiere recuperar la inversión para ayer y en ninguna parte del mundo funciona así. Llevar el método a escala industrial tiene un costo”, opina el director del instituto de la UNR.
Pico trabaja con Nadia Woitovich Valetti, David Giordano y las doctorandos María Emilia Brassesco, Bárbara Bosio y Paola Camiscia en el laboratorio. Diseñaron formas de obtener celulosa pura y también sacarle a la cascarilla enzimas que en la actualidad son importadas para esterilizar equipo de cirujanos, por ejemplo. Otro proyecto del instituto es usar la única parte de la vaca que tiran los frigoríficos: el páncreas. El resto, inclusive el pelo y las uñas para hacer gelatina o pinceles, encuentra un destino en otras industrias. Por la cantidad de enzimas que tiene para la digestión el páncreas no puede comerse. Ni como una parte pequeñísima de una salchicha. Es que al cocinarla activaría la molécula y le arruinaría la panza a una persona.
“El páncreas tiene una enzima carísima. Los productores de cuero la importan cuando quieren usar menos cromo (altamente contaminante) que las técnicas tradicionales para ablandar el material. Algunos productores de China se llevan los páncreas de acá para después vendernos la enzima. Acá los tiramos”, agrega.
Por Agustín Aranda
FUENTE: EL CIUDADANO