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MAS ALIMENTO Y MAS ENERGIA, LA OPORTUNIDAD DE LA BIOECONOMIA

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El autor afirma que el debate alimentos versus energía plantea una falsa disyuntiva y que el sector productivo local está en condiciones dar respuesta a las demandas sociales y ambientales.

 

La columna titulada “Una cadena que el mundo teme y admira”, publicada en este mismo espacio, dejó la idea de que estamos frente al peligro de una nueva primarización de nuestra economía. Los argumentos parecen válidos y el peligro, real. Plantea que continuar actuando caso por caso no es una opción y que hay que pensar de nuevo el papel del sector en nuestra economía y sus formas de inserción en el mundo, y es aquí donde los escenarios existentes pueden ofrecer opciones superadoras.

Son fundamentos de los escenarios actuales, a futuro, o más bien reflejos de otros tiempos en las discusiones actuales. Tiendo a pensar en esta segunda opción por varios motivos. Uno de ellos es que ciertos argumentos, como el de “alimentos vs. energía”, no se reflejan en la evidencia empírica.

El propio director general de la FAO, hablando en el Foro Global de la Agricultura y la Alimentación en Berlín en 2015, reconoció que se producen más alimentos y más energía que hace diez años y que lo que ha ocurrido es que los biocombustibles son una suerte de sistema de sostén de precios, lo que termina incentivando la producción.

Independientemente de esto, también hay evidencia de que el problema en el tema de la seguridad alimentaria no es de oferta, sino -en la mayoría de los casos- una cuestión de acceso y demanda.

Por otra parte, la realidad es que si se quieren controlar las emisiones –hoy estamos en el récord histórico de concentración de CO2 en el ambiente a nivel global– los biocombustibles son indispensables, quizás no en el largo plazo pero si en la transición, en un contexto donde los avances tecnológicos han ido permanentemente incrementando la eficiencia y competitividad de su producción.

“Descarbonizar” o no hacerlo ha dejado de ser una opción; es un imperativo. Esto no es aún una percepción generalizada, pero se va en esa dirección, las discusiones sobre los subsidios a los combustibles fósiles en las reuniones satélites de la OMC dan fe de ello.

Estamos en un mal momento, pero como reflejo de condiciones que difícilmente se mantengan.

Por otra parte, fronteras adentro la Argentina viene produciendo más alimentos y más bioenergía y las condiciones a futuro son que podemos seguir creciendo y, muy probablemente, más allá de los relativamente modestos objetivos que se plantean.

Los argumentos están en las capacidades del sector, en la calidad de los recursos que tiene el país y en el hecho de que lo que hay que hacer ya se ha hecho en el pasado reciente. La oportunidad, sin embargo, está en plantear una renovada discusión estratégica sobre el papel del sector y cómo se inserta en el mundo.

Hoy las opciones son muy distintas que las que han venido prevaleciendo, la nueva biología potenciada por su convergencia con otras ciencias -la tecnología y las ingenierías- está cambiando la cartera de productos –alimentos, energía y materiales en producción conjunta y no competitiva– y reformulando los límites y relaciones intersectoriales entre la “agricultura” y los otros sectores de la economía.

Al mismo tiempo, en el mundo están cambiando los sistemas alimentarios y no solo en términos cuantitativos. Vamos hacia un mundo urbano, donde el concepto de alimentación se refiere a sistemas mucho más complejos y dinámicos, pero sobre todo, diferentes a los tradicionales, donde otras “utilidades” y aspiraciones de los consumidores pasan a ser determinantes.

Hoy nuestro país aporta partes componentes a ese sistema, dentro de un modelo –exitoso en algún momento– que evidentemente no alcanza para resolver nuestros problemas de pobreza y genera recurrente crisis –tanto de conjunto como en la economías regionales. Reproducir la trayectoria a otro nivel difícilmente cambiaría significativamente las cosas.

Somos buenos en lo que hacemos, la tecnología que viene potencia esas capacidades y el mundo empieza a valorizar otras aspiraciones diferentes a las que hoy prevalecen y a las que podemos aportar competitivamente. Deberíamos empezar a pensar estratégicamente la hoja de ruta que ponga junto esto y nos dé visión estratégica que, proactivamente, oriente y contenga a las políticas productivas y comerciales necesarias para hacerla realidad.

La bioeconomía ofrece esa oportunidad y quizás ha llegado el momento de reflexionar estratégicamente sobre cómo aprovechar lo que ella propone, usar el potencial de la biología moderna para reequilibrar las demandas sociales de mayor consumo y bienestar con las crecientes restricciones ambientales.

POR EDUARDO TRIGO

ESPECIAL PARA CLARIN RURAL

FUENTE: DIARIO CLARIN/SUPLEMENTO CLARIN RURAL

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