Entrevista con Carlos Pedro Blaquier, presidente de Ledesma
Afirma que el tipo de cambio es bajo y que le resta competitividad a la industria; cree necesario repensar las retenciones.
En la Argentina de los cimbronazos económicos, cumplir 100 años no es poca cosa. Ingenio Ledesma, la empresa que dirige Carlos Pedro Blaquier, es uno de los pocos casos que llegó a las tres cifras sin ser vendida jamás a un grupo extranjero. Ledesma se ha convertido en una empresa que traspasó los límites de ingenio y se ha convertido en un verdadero grupo económico. Blaquier, que dirige la compañía desde 1970, aceptó una entrevista con LA NACION para resumir la historia de la centenaria empresa.
-¿Cuál fue la mayor dificultad y cuál el mayor acierto que enfrentó Ledesma?
-La mayor dificultad fueron los problemas económicos de los comienzos, durante la presidencia de Enrique Wollmann. El mayor acierto fue que todas las conducciones de la compañía fueron muy insistentes tras el logro de los objetivos propuestos.
-¿Qué significado tiene eso para la economía argentina?
-Ser empresario en la Argentina es una tarea que ha tenido muchos momentos difíciles, y por eso muchos empresarios argentinos optaron por vender sus empresas al exterior. Brasil, por el contrario, fomentó siempre la industria nacional, y hoy tiene un parque industrial muy superior al de la Argentina y básicamente en manos de empresarios nacionales. Yo no tengo nada contra la industria extranjera, pero reconozco que sus grandes decisiones las toman fuera de nuestro país y que los dividendos se los llevan al exterior.
Existe un lugar común acerca de que uno de los males del país es la carencia de un empresariado autónomo, con conciencia del sistema y estrategia política, y de que ése es un factor principal de la incapacidad de la sociedad argentina para preservar consensos en el largo plazo.
-¿Qué opina de esa tesis?
-Pienso que la incapacidad de la sociedad argentina de preservar consensos en el largo plazo es un problema político provocado por el hecho de que los cambios de gobierno suelen producir cambios muy profundos en la política económica del país.
-¿Cómo ve las perspectivas del país?
-Creo que las perspectivas son muy buenas, pero hay que saber aprovecharlas, y esto es otro asunto.
– ¿Qué opina de la nueva legislación sobre biocombustibles?
-El problema energético es un problema mundial muy complicado. El gobierno nacional ha tomado medidas muy acertadas en materia de biocombustibles, y eso nos ayudará a independizarnos un poco de los combustibles fósiles. Ledesma va a construir próximamente una planta de biocombustibles a partir de la caña de azúcar.
-Alguna vez escribió que «no hay federalismo político sin federalismo económico…».
-Por supuesto que no hay federalismo político sin federalismo económico. El Congreso tiene una deuda para con el país: establecer el sistema de coparticipación de impuestos, como lo dispone la Constitución Nacional, de modo que las provincias dejen de depender de la buena voluntad de la nación.
-Hace tres años solía confesar: «No es justo quejarse de las retenciones con un tipo de cambio tan alto». ¿Cree que esa afirmación sigue siendo válida?
-Cuando el tipo de cambio era realmente alto, lo que le quitaban al campo por retenciones se lo devolvían por los muchos pesos que el campo recibía por cada dólar que exportaba. Pero las cosas cambiaron. Hoy el tipo de cambio es bajo y le quita competitividad a la industria local. Creo que en una situación como la actual estamos obligados a repensar el tema de las retenciones. Brasil y Uruguay no tienen retenciones.
-Usted pertenece a un ambiente social muy reacio al peronismo, pero conserva un bastón de mando regalado por Perón y en el balance de sus escritos no hay condena absoluta al peronismo ni al caudillismo.
-El hecho de que yo no sea peronista no significa que sea antiperonista. En cuanto al caudillismo, digo en el último párrafo del epílogo de mi Manual de historia argentina : «Las mayorías argentinas han respondido casi siempre a la conducción de un caudillo. Es el sistema preferido por la mayor parte del pueblo argentino».
La estrategia de Ledesma
-¿Por qué decidió la profesionalización de la conducción de la empresa?
-La reflexión autocrítica es muy importante. Cuando cambian las circunstancias, hay que cambiar de rumbo para no estrellarse.
– ¿Por qué no se tentó con la incursión en otros sectores? ¿Pagó algún costo por esa decisión?
-El mundo se ha especializado mucho y no es fácil hacer eficientemente cosas diversas. Ledesma se diversificó, pero en sectores vecinos, y cada vez que lo hicimos empezamos perdiendo dinero. Cuando aprendimos, comenzamos a ganar dinero.
-¿Qué consejos le daría a alguien que desarrolla una empresa familiar?
-En toda empresa familiar llega un momento en que, por razones de complejidad, la profesionalización de los niveles gerenciales se hace indispensable.
-La elite azucarera fue siempre vista como la más conservadora del país. Y la organización social de los ingenios, como una especie de feudalismo. En los 60, al ingeniero Arrieta le reprochaban tener un «yerno socialista», por Usted…
-Al ingeniero Arrieta le gustaba que le dijeran eso, porque el nunca hubiera aceptado un yerno «quedantista». El no tuvo más que una hija mujer, y no le hubiera permitido casarse con un hombre que no hubiese podido ser su sucesor. Arrieta cambió muchas cosas de los tiempos de Wollmann, su suegro, y sabía que yo tendría que hacer otro tanto con respecto a las cosas de él para adecuar a Ledesma a las nuevas circunstancias. Por eso, algo menos de tres años antes de morir, cuando ya estaba muy enfermo, me nombró su vicepresidente, es decir, su sucesor.
La visión de la dirigencia azucarera como conservadora y la organización social como feudal es un mito. Si queremos calificar a la industria azucarera como feudal en sus orígenes, también tenemos que calificar como feudal a las estancias de la pampa húmeda de aquel entonces.
-Aparte del ingeniero Arrieta y de otros interlocutores de Ledesma, ¿hay alguien más que lo haya ayudado a pensar las cuestiones empresariales?
– Tuve la suerte de tener dos grandes maestros. Cronológicamente, primero, mi padre, Carlos Blaquier Alzaga, que era ingeniero agrónomo y un excelente administrador de campos; segundo, mi suegro, Herminio Arrieta, que era ingeniero civil y un destacado administrador de industrias.
-Usted es abogado, pero además se graduó en Filosofía. Ha escrito sobre Filosofía y Teología. Se le conocen también varios poemas. ¿Cómo influyó esa gimnasia intelectual en su vida de hombre de negocios?
-El ser empresario, el sentir un gran placer por la vida empresaria, no me ha impedido desarrollar mis vocaciones intelectuales por las que tengo una gran afición. De joven fui un cuestionador y eso me acercó a la filosofía, que luego me ayudó en la vida empresaria porque me hizo aguzar el espíritu crítico. Cuando era alumno del colegio Champagnat, tenía muy buenas notas salvo en religión porque lo discutía todo. El hermano Sixto, un gran maestro que era muy religioso y muy tolerante, me daba un asiento en su despacho y me prestaba un libro para que leyera durante lo que faltaba de la hora de religión. Años después, con el hermano Sixto retirado en la casa matriz, cerca de Lyon, lo visité porque tenía un cáncer terminal. Nunca olvidaré esa despedida.
-Es un gran coleccionista de obras de arte, platería, libros…
-Esta vocación la heredé de mi padre que fue un gran coleccionista. Todo auténtico coleccionista es un amante de la belleza.
-Me gustaría que dijera una palabra sobre la mansión La Torcaza.
-La Torcaza fue construida sólidamente con materiales nobles y resistentes al deterioro. Y, sobre todo, La Torcaza es un intento de sobrevivir, a pesar de mi muerte inevitable, por medio de la belleza.
-He visto varias esculturas, algunas en madera, que se le atribuyen. ¿Hay que esperar novedades en ese sentido?
-[Risas] Escribir es como esculpir ideas, y hacer una escultura es como convertir la materia en una idea. Yo soy un escritor por vocación y un escultor por entretenimiento. Por eso no creo ser un buen escultor.
Por Carlos Pagni para La Nación
Fuente: La Nación