Avanzar lo antes posible en la búsqueda de consenso para frenar el calentamiento global es una decisión de las Naciones Unidas que, por cierto, encuentra escollos.
El chileno Ricardo Lagos tiene la responsabilidad, junto a la noruega Gro Harlem y el surcoreano Hang Seung-soo de encontrar acuerdos entre los países con distinto grado de desarrollo.
Lagos le dijo a La Voz del Interior que lo considera posible.
–¿Ve con optimismo esta posibilidad o cree que el problema es mucho más serio de lo que los gobiernos lo presentan?
–El problema es serio, pero ahora por primera vez nadie discute que el calentamiento global es producto de la acción del ser humano en este planeta Tierra en los últimos 250 años. Tenemos que tomar medidas porque nosotros somos responsables. De igual manera, la buena noticia es que ya no tenemos el debate científico. Antes algunos decían que no era así, que esto correspondía a grandes oleadas que se producían en la historia de la humanidad.
La otra buena noticia es que el costo de abordar esto es viable: 0,1 por ciento del crecimiento del Producto eventualmente. Y, por lo tanto, tenemos que ser capaces de una manera equitativa de repartir las cargas entre países desarrollados y en vías de desarrollo. Los países en vías de desarrollo, que hasta ahora no estamos constreñidos por el Protocolo de Kioto (firmado en 1997, pero que recién entró en vigor en 2005), debemos también hacer un esfuerzo. La clave está en el convenio original, porque éste establece que debe hacerse de manera equitativa. Entonces, la discusión es qué se entiende por equitativo.
–¿Cómo se zanja esa discusión?
–Tenemos una tarea por delante. Esta conversación, 15 días atrás, sería distinta, porque no existía (la cumbre de países industrializados reunidos en) el G8, Hoy, ¿qué es lo importante? Que Estados Unidos aceptó que esto se haga dentro del marco de Naciones Unidas. Y, como dice el acuerdo de Kioto, para discutir “sustanciales” reducciones (hay que resolver qué quiere decir “sustanciales”). Pero es importante lo que ocurrió en tanto la Unión Europea, Japón y Canadá estuvieron de acuerdo en las reducciones que ellos han estimado para el 2050. Y esto también es una situación nueva.
–Parecería que la preocupación del norte es cómo van a asumir los compromisos y para el sur las consecuencias climáticas.
–Todos vamos a tener consecuencias. El mundo ha cambiado desde que discutimos Kioto. El principal emisor, en uno o dos años más, va a ser China. Y de acuerdo a Kioto, ni China ni ninguno de los grandes emisores ni los que venimos de un mundo en crecimiento entramos en juego. Entonces, el tema requiere dos o tres carriles distintos de análisis.
–¿China y la India hacen valer su decisión de generar riqueza para no someterse a estas reglas?
–Ellos lo plantean básicamente con un argumento histórico. Dicen: el problema del calentamiento global, si se mide anualmente, tiene que considerar que comenzó durante la Revolución Industrial, cuando ellos no tenían nada que ver. Y, por lo tanto, lo que los países desarrollados han contaminado es mucho más de lo que ellos históricamente lo hicieron. Tampoco sería razonable decir: “Déjeme usted llegar a los niveles de contaminación suyos y ahí me pongo entonces el cinturón”. Es que el que llega después tiene una ventaja porque puede hallar formas más eficientes de consumo energético.
–La iniciativa de Estados Unidos, que involucra a Brasil, sobre biocombustibles, ¿cómo encaja en este marco?
–Hay un conjunto de alternativas energéticas que no contaminan, entre ellos los biocombustibles. Hay, sí, algunos elementos críticos en otro sentido: se sostiene que va a encarecer los alimentos. La verdad es que en el caso de Brasil está muy lejos de eso porque la calidad de sus tierras es muy distinta. Y lo segundo es que, en algunos casos, se dice que el etanol u otros pueden producir otros efectos secundarios negativos. Pero colocaría el tema de los biocombustibles como un elemento adicional al de las energías no convencionales o renovables, tal el caso del viento o la energía solar.
Fuente. La Voz del Interior