Con ese razonamiento cartesiano que lo caracteriza, el consultor Orlando Ferreres está convencido que el combustible no convencional, que conocemos como shale gas o shale oil, y está cambiando la geopolítica mundial, también impacta en las energías alternativas. Especialmente, en los biocombustibles que nacen del maíz y de la soja. Por lo pronto, el shale está transformando a Estados Unidos que, de acuerdo al experto Thomas Murphy, verá incrementada su producción en este tipo de explotaciones entre 50 y 70% en 2040.
Y en esa lógica de mayores volúmenes y menores precios para el petróleo, la obtención del shale castiga a otras energías como los biocombustibles. Murphy sostuvo, durante una charla con periodistas la semana pasada en el Instituto de Petróleo y Gas, que el shale deprime a esa industria. Así las cosas, si la cotización de la soja y del maíz llevaba en su interior la posibilidad de ser utilizada como petróleo, ahora puede declinar.
Claudio Molina, Director Ejecutivo de la Asociación Argentina de Biocombustibles, se opone a esa perspectiva tan desalentadora. En la Argentina y según contabiliza Molina, existen 37 fábricas de biocombustibles con una capacidad instalada total de 4,6 millones de toneladas anuales. De ese conjunto, diez plantas producen 3,3 millones de toneladas anuales. Son las que mandan y pertenecen a verdaderos colosos industriales, desde Cargill, Dreyfus y Bunge, de capitales multinacionales, a las locales Aceitera General Deheza, la cooperativa ACA, el grupo Eurnekián y Molinos, entre otros.
Para el experto Enrique Gobbé lo que determina el precio de los granos son los accidentes climáticos. “El planeta no tiene grandes stocks a lo sumo entre 10 y 14% de la producción global, por lo tanto si hay sequía los precios se elevan y si, como sucedió este año en Estados Unidos el clima fue benévolo, la cotización se desinfla. Para Gobbé el shale no incide en absoluto.
Pero más allá de los argumentos de unos y otros, lo cierto es que el shale irrumpe como un nuevo actor en los mercados que no convendría ignorar.
Silvia Naishtat
Fuente: Diario Clarín