Entrevista con Luis Alberto Moreno, presidente del BID.
Según el directivo, en la Argentina, la crisis de los alimentos se superará incorporando más tecnología a la agroindustria.
El presidente del Banco Interamericano de Desarrollo está viajando con mayor frecuencia a la Argentina. Uno de los motivos es que el BID tiene para desembolsar préstamos por más de US$ 5400 millones, mientras prepara un programa para los próximos cuatro años que oscilará entre US$ 6000 y 8000 millones.
En su última visita firmó los acuerdos de varios créditos para mejorar la calidad educativa (US$ 630 millones) y el desarrollo del sector agropecuario (US$ 400 millones en total). Antes de trasladarse a Ezeiza en medio de la humareda que cubría a Buenos Aires en la mañana del viernes, Luis Alberto Moreno dialogó con LA NACION sobre varios temas, pero principalmente sobre un problema que no es sólo eje de debate en la Argentina: cómo compatibilizar el aliento a la producción de alimentos con la necesidad de que no aumente la pobreza a raíz de la mayor inflación que provoca la suba de sus precios internacionales. «Este es el mayor reto para la humanidad en este momento», sostuvo.
-El aumento de los precios internacionales de los alimentos plantea un dilema a países productores como la Argentina. ¿Hay que aprovechar la oportunidad para producir más, o evitar el impacto sobre la pobreza?
-No hay una respuesta fácil para este problema. Si se recorren los países de América latina, o incluso los de Asia, todos, sin excepción, tienen presiones inflacionarias importantes. El origen de este fenómeno arranca en los precios de los combustibles, que a su vez encadena a los de agroquímicos, fertilizantes, etc., todos los cuales han contribuido a los mayores costos de producción de alimentos en el mundo. Todo esto, en una etapa en que se han incorporado al consumo millones de trabajadores en China e India. En este escenario, las presiones inflacionarias se ven más en los países emergentes. Para resolver este problema, la única respuesta en esta dirección puede encontrarse en alguna medida en la Argentina. En los últimos cinco años, el aumento de la producción de granos, que pasó de 44 millones a casi 100 millones de toneladas, se dio en dos direcciones: una, por el uso de tecnología (mejores tractores, cosechadoras, sembradoras, etc.) y otra por la difusión de transgénicos. Hoy el tema de la suba de costos es tan grave que, en los países de Africa, los pequeños agricultores ni siquiera pueden sembrar. Y en países con poca producción agrícola, como los centroamericanos y del Caribe, el incremento de precios de los alimentos pone en aprietos sus economías. Paralelamente, los biocombustibles, que hasta hace poco aparecían como una respuesta importante en términos de seguridad energética, ahora parecen ser los culpables de todo y eso tampoco es cierto. O sea que éste es un problema que está para quedarse. Una forma de encararlo es con mejoras de la productividad; o sea, incorporación de mayor tecnología en los procesos agroindustriales. Y sin duda, en países como la Argentina, el gran reto es seguir incorporando valor a la producción.
-Si la suba del petróleo aumenta los costos de producción de alimentos, lo mismo que el desarrollo de biocombustibles, ¿cómo debería atenuarse, entonces, el impacto de este fenómeno en la pobreza?
-No es cierto que el aumento de las áreas cultivadas se destine íntegramente a la producción de biocombustibles. Yo creo que hay temas sobre los que nadie habla en este sentido. Por ejemplo, que la producción de maíz es la manera más ineficiente de hacer biocombustibles. Esto se está planteando ahora en los Estados Unidos, aunque hay mucha presión de los productores.
-Pero en países como la Argentina, ¿cómo puede evitarse que lo que es una bendición para los productores se convierta en un castigo para los consumidores de alimentos, especialmente los más pobres?
-Este es el mayor reto para la humanidad en este momento, porque compromete las metas del milenio para erradicar el hambre y la desnutrición. Para un país como la Argentina, insisto, no hay una respuesta fácil. Pero seguramente requerirá muchísima discusión en materia de políticas públicas; sin duda, de esfuerzos del Gobierno, y va a cambiar de gobierno a gobierno.
-¿Hay consenso sobre cómo manejar la producción de biocombustibles en este contexto?
-Yo diría que en realidad hay un gran disenso. A mí me llama la atención que en América latina, que produce el 40% de los biocombustibles en el mundo y tiene una gran oportunidad de convertirse en un factor de «energía verde» o aprovechar otras fuentes como la energía eólica, de la noche a la mañana haya surgido este debate. Creo que detrás de ese debate hay otros intereses, como la energía nuclear. Nunca se pensó que los biocombustibles fueran a reemplazar al petróleo; pero sí pueden ayudar a amortiguar el impacto de los mayores costos energéticos, por ejemplo en áreas como el transporte público. Pero a esto no se llega en ocho días.
-¿Qué rol pueden cumplir los organismos multilaterales como el BID?
-Yo creo que nuestro rol es de mediano plazo. Por caso, estamos analizando cómo mitigar el problema del hambre en países como Haití, donde el impacto social del encarecimiento de los alimentos es enorme. Hay países latinoamericanos a los que la suba de los alimentos les sirve y otros a los que los golpea aunque, comparativamente, no tanto como a países de Africa. Nuestro rol es, por una parte, atender a los sectores más pobres y vulnerables; por ejemplo, a través de subsidios, pero sin sacrificar políticas que conduzcan a una mayor productividad agrícola. Esto último significa mejorar sistemas de riego, de infraestructura vial y portuaria, etcétera.
Por Néstor O. Scibona
Para LA NACION
Fuente: La Nación