Exxon mintió durante décadas: conocía el cambio climático desde los años 80
La petrolera texana financió sistemáticamente a los negacionistas
Conocía la existencia del cambio climático, al menos, desde 1981
Pese a ello, ocultó datos y mintió sistemáticamente a la sociedad
«Creo que ExxonMobil se enfrenta a pérdidas potenciales de miles de millones de dólares; podría ser una de las mayores acciones judiciales colectivas de la historia». Con estas palabras se refería el pasado martes el Secretario de Estado de EEUU, John Kerry, a la perspectiva que tiene ante sí la mayor petrolera del planeta, que está siendo investigada por mentir durante décadas a la sociedad y a sus accionistas acerca de los efectos que el consumo de hidrocarburos tendría sobre el clima.
En una serie de artículos bautizada como «Exxon: The Road Not Taken», elaborada conjuntamente por InsideClimate News (medio ganador de un premio Pulitzer) y periodistas de la Universidad de Columbia, publicada en el gigantesco diario Los Angeles Times y que utiliza como fuente decenas de documentos internos de la compañía, se demuestra que la empresa estadounidense estudiaba con atención el efecto invernadero y la influencia de los oceános en la circulación global de CO2 al menos desde comienzos de la década de los ochenta.
¿Recuerda dónde estaba usted en 1981? Porque en Exxon, sus científicos trabajaban ya para crear un modelo que estimase la relación entre carbono y temperatura en la atmósfera: la compañía cifraba entonces en 3ºC el aumento de temperatura global (y en 10ºC el de los polos terrestres) si el CO2 atmosférico seguía aumentando y llegaba a duplicar los valores previos a la revolución industrial. Era sólo el resultado de esfuerzos anteriores, porque -que se sepa- la compañía ya se había planteado la existencia de un incipiente cambio climático en 1977.
Saber y mentir
Utilizando su potente departamento de investigación científica, la compañía evaluó durante años las consecuencias del consumo masivo de hidrocarburos y, mucho antes de que la cuestión se diese por sentada en la comunidad científica, llegó a la conclusión de que provocaría un cambio climático a escala global con consecuencias potencialmente irreversibles.
Sin dejar de financiar la ivestigación científica, la posición de Exxon se volvió más cerrada conforme sus propios estudios iban demostrando que el cambio climático era real y estaba causado directamente por la actividad humana.
Llegado 1989, el año de la catástrofe de su petrolero Exxon Valdez frente a las costas de Alaska, la compañía encabeza una coalición de multinacionales destinada única y exclusivamente a negar el cambio climático: la Global Climate Coalition, un leviatán del lobismo y las relaciones públicas impulsado fundamentalmente por Exxon, la filial estadounidense Shell Oil, y la británica British Petroleum.
Esta alianza de multinacionales siembra durante más de una década las dudas sobre el cambio climático, financia estudios científicos contradictorios que pese a ser contestados por otros investigadores alcanzan sistemáticamente las portadas de los medios de comunicación, y apoya a aquellos políticos más proclives a no tomar ninguna medida que pueda reducir el consumo de hidrocarburos.
Mentir y ganar
Entre los logros más notados de esta coalición de Exxon está el de haber contribiudo a que Estados Unidos no firmase el protocolo de Kyoto, el primer acuerdo internacional para reducir las emisiones de carbono.
Durante esa década dorada, Exxon se dedica también a sembrar las dudas acerca de la existencia del cambio climático entre los accionistas: en 1996, más de 15 años después de certificar que era real, y tras casi 20 desde iniciar sus propias investigaciones, el consejero delegado afirma que las pruebas acerca de la existencia de tal cambio causado por la actividad humana en general, y por la quema de hidrocarburos en particular, «son inconcluyentes».
En el 97, Exxon afirma que las evidencias científicas «están lejos de ser claras», y su máximo responsable afirma ante la industria que el globo terráqueo está en realidad enfriándose, y que actuar contra el cambio climático «desafiaría el sentido común». Llega el 98 y la multinacional publica un informe en el que discute abiertamente la existencia del cambio climático.
Un año después, y tras más de 20 conociendo la existencia del proceso, Exxon compra Mobil y se convierte, en ese momento, en la mayor petrolera del planeta. Pero tendrán que pasar otros 15 años, hasta 2014, para que por fin la petrolera comunique a sus inversores que, aunque pretende incrementar la producción de crudo y gas, es «consciente» de la necesidad de gestionar «los riesgos» del proceso de calentamiento climático, un hecho real y palpable, y derivado directamente de la emisión de C02 a la atmósfera.
Más allá de la lógica tormenta mediática -ExxonMobil, por cierto, ha respondido atacando públicamente a los autores de la serie de artículos-, la petrolera se enfrenta a un problema mucho más serio: los jueces de Estados Unidos.
Hace un mes el fiscal general de Nueva York anunció la apertura de una investigación para tratar de determinar si la empresa texana ha cometido un fraude al mercado de valores, al ocultar a accionistas y obligacionistas información relevante que podría haber afectado a la valoración de la compañía en el mercado.
La investigación deberá determinar si Exxon engañó a los inversores al no facilitarles datos, y si además se dedicó consciente y activamente a sembrar dudas sobre la existencia de un proceso climático que conocía y entendía a la perfección con dos décadas de antelación, tal y como se desprende de la investigación periodística.
Las evidencias de que eso es precisamente lo que ocurró son abundantes. Baste citar como ejemplos un paper público con fecha tan tardía como 2002 en el que Brian Flannery -reputado analista energético entonces a sueldo de la empresa- acusaba al IPCC (el grupo científico de Naciones Unidas) de sesgar sus conclusiones al afirmar taxativamente que el cambio climático existía, y un memorando interno de 1998 en el que ExxonMobil señalaba los objetivos de su campaña mediática para neutralizar los estudios científicos que contradecían su posición pública.
«La victoria se conseguirá», afirmaba ese memorando, «cuando el ciudadano promedio y los medios de comunicación acepten que hay incertidumbres en torno a la ciencia climática; cuando los máximos directivos acepten esas conclusiones y se conviertan en potentes embajadores para dar forma a las políticas energéticas de los gobiernos; y cuando aquellos (políticos) que promueven el protocolo de Kyoto basándose en la evidencia científica existente aparezcan públicamente como si hubiesen perdido el contacto con la realidad».
Fernando Puente
Fuente: El Economista