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El dilema de los biocombustibles

BID-Luis-MorenoHace menos de un año, los biocombustibles eran aclamados en todo el mundo por su potencial para reducir las importaciones de petróleo y beneficiar a los agricultores.

Hoy, los biocombustibles son acusados de todo, desde las desmedidas alzas en los precios de los alimentos hasta la pérdida de biodiversidad.

Si esto es así, ¿por qué entonces el Banco Interamericano de Desarrollo, la institución multilateral que presido, acaba de aprobar un crédito de 260 millones de dólares a una empresa privada que está construyendo tres plantas de etanol al sur del Brasil a un costo de casi 1000 millones de dólares?

La respuesta se basa en una diferencia que ha sido olvidada en el encendido debate sobre las crisis alimentaria y energética. Hay dos tipos de biocombustibles: aquellos derivados de cultivos que rinden poca energía, como el maíz, en países con climas templados y con limitada disponibilidad de tierras agrícolas, y aquellos derivados de cultivos de alta energía, como la caña de azúcar, en países tropicales con vastas reservas de agua, sol y tierras subutilizadas.

Existen preocupaciones legítimas que indican que el etanol de maíz está contribuyendo a la inflación de los precios de los alimentos. Pero la situación en América latina y el Caribe, que producen etanol casi exclusivamente a partir de la caña de azúcar, es completamente diferente. Estudios llevados a cabo por el BID indican que en la mayoría de países productores de azúcar en la región, el etanol puede rendir beneficios sociales, ambientales y económicos, sin impactar en los precios de los alimentos. Nosotros nos proponemos ayudar a esos países a aprovechar esta oportunidad con los más altos estándares de sostenibilidad ambiental.

Las ventajas comparativas de América latina como productor eficiente de etanol son asombrosas. Colombia ha reemplazado el siete por ciento de su gasolina de transporte con etanol en menos de tres años, al usar para ello caña de azúcar que anteriormente se exportaba como azúcar refinado. La caña de azúcar produce hasta ocho unidades de energía por cada unidad de energía usada en el cultivo y producción de etanol, en comparación con 1,3 unidades del maíz. Colombia necesitará menos de 120.000 hectáreas de caña de azúcar para sustituir con etanol el 20% de su consumo de gasolina en 2012, en un país donde 41 millones de hectáreas son usadas como praderas de uso reducido.

En Brasil, el área dedicada actualmente a la caña de azúcar es casi 45 veces más pequeña que la disponibilidad total de tierras agrícolas y de pastoreo. Incluso si el 100% de la gasolina para el transporte fuera sustituida con etanol (por encima del 50% de la actualidad), la tierra requerida para producirla sería cerca de la mitad de lo que actualmente Brasil destina al maíz. Y contrario a lo que algunos sostienen, la caña de azúcar no está se está sembrando en las selvas amazónicas. La caña no tolera humedad constante, por lo que es cultivada casi exclusivamente en la región sur-central de Brasil.

Las tres nuevas plantas que el BID está ayudando a financiar en Brasil están ubicadas en los estados de Minas Gerais y Goias, muy lejos del Amazonas o de cualquier área protegida. Los proyectos arrendarán tierras a pequeños y medianos propietarios que opten por mejores utilidades con la caña de azúcar que con el pastoreo de ganado -la actividad tradicional de la región-.

Las nuevas plantas utilizarán cosechadoras mecanizadas en más del 80% de la extensión de sus terrenos y crearán unos 4500 empleos permanentes de alta calidad. Producirán anualmente hasta 110 millones de galones de etanol destinado al mercado nacional y generarán su propia electricidad mediante la combustión de bagazo (los desechos de planta). En efecto, producirán un excedente de electricidad para abastecer a 400.000 hogares brasileños.

Beneficios similares, a una escala menor, podrían ser alcanzados por otros países de América latina y el Caribe que hoy dependen de la importación de petróleo. Entre otros países, Guatemala, El Salvador, y la República Dominicana se están preparando para convertir el exceso de caña de azúcar en etanol o producirlo a partir de las tierras no utilizadas.

En lugar de atacar indiscriminadamente los biocombustibles, los políticos deben apoyar los esfuerzos que aseguren su sostenibilidad. Las autoridades de Brasil y de Colombia ya están desarrollando sistemas de certificación que permitirán a los productores garantizar el cumplimiento de normas internacionalmente aceptadas. Y el BID pronto divulgará una «guía de sostenibilidad» que facilitará la evaluación de los proyectos potenciales de biocombustibles por parte de todos los agentes interesados en ese proceso.

Los biocombustibles pueden satisfacer sólo una pequeña fracción de las necesidades mundiales de energía, y en muchos lugares no serán una buena opción. Pero aquellos países que han sido bendecidos con condiciones ideales para producirlos en forma sostenible deben ser alentados, no condenados.

Por Luis Moreno para La Nación

El autor es presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

Fuente: La Nación

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