El autor afirma que si no se implementa ya una nueva política gasífera que estimule la producción, el agro deberá afrontar en los próximos años mayores costos por los fertilizantes y agroquímicos que son tan importantes para mantener y mejorar los rendimientos de la tierra. Una buena es que se alentarán los biocombustibles.
Alieto Aldo Guadagni. INSTITUTO DI TELLA
El campo deberá afrontar en los próximos años, igual que el resto de las actividades, un cuadro energético distinto al que prevaleció en los últimos.
El nuevo panorama estará signado por el tránsito desde una situación caracterizada por energía abundante, exportada y barata, a otro donde la energía será escasa, importada y cara.
Esta nueva situación tendrá un impacto en tres rubros: costos de transporte y labores de la tierra, costos de fertilización y oportunidades para los biocombustibles.
Comencemos por señalar que la Argentina está perdiendo su autoabastecimiento petrolero que había ganado hace 17 años; desde 1998 la producción de petróleo cae sistemáticamente y ahora está un 25 por ciento por debajo de ese año.
Esta caída no se debe a una maldición geológica sino a la merma en las tareas de exploración; el año pasado se perforaron apenas 27 pozos para explorar petróleo y 18 para gas.
Esto ocurre a pesar que los precios del petróleo son 8 veces superiores a los de la década pasada; sin embargo en esos años se perforaron en promedio 100 pozos exploratorios anuales.
La ausencia de reglas estables y que alienten las inversiones es una traba para inversiones que no quieren sumar al natural riesgo geológico el riesgo de políticas arbitrarias o imprevisibles.
La situación se agravará, porque la pérdida del autoabastecimiento petrolero no impactará principalmente en mayores importaciones de petróleo sino en mayores importaciones de gasoil y naftas.
Esto se debe a que hace mucho que no se invierte en expansión de la capacidad de las refinerías: la última gran inversión ocurrió hace más de 20 años, cuando la entonces YPF amplió la capacidad de producir gasoil de las refinerías de La Plata y Luján de Cuyo.
En el interín, el campo pasó de producir 30 millones de toneladas a mover cosechas de 100 millones; por eso en los próximos años la mayor demanda de naftas y gasoil será cubierta por importaciones a valores CIF, porque las refinerías ya no pueden aumentar su producción por no tener capacidad y no hay inversores dispuestos a encarar esta actividad.
En esta situación, los precios internos de los combustibles tenderán a adecuarse a los altos valores de importación, como ocurre hoy día en Chile, Paraguay, Uruguay, Brasil y Perú, donde cuestan más del doble que en nuestro país.
En este escenario, tenemos que prever alzas en los costos directos de producción agrícola (labranza más cosecha), además de los aumentos en los costos de transporte, las cuales impactarán mayormente en las zonas alejadas de los puertos, lo cual afectará negativamente la rentabilidad de las economías regionales que tanto han venido creciendo en los últimos años.
Recordemos que la Argentina es un país con altos costos logísticos, que en el caso de productos primarios como la soja se estiman en un 27% del valor FOB del producto.
Nuestros costos logísticos de exportación, cuyo principal componente es el costo de transporte, son nada menos que el triple del vigente en los Estados Unidos y los países industrializados, pero superiores también a los vigentes en Chile, México , Colombia y Brasil.
Influyen en nuestros altos costos de transporte la decadencia del ferrocarril de cargas, que hoy apenas transporta el 7 por ciento de las cargas, mientras que el camión transporta más del 90 por ciento.
La modernización del ferrocarril de cargas, particularmente del Belgrano, podría contribuir a preservar la competividad de nuestro agro, sobre el cual se ciernen perspectivas de encarecimiento en los costos de transporte, por el alza del precio del gasoil.
El modelo a imitar son Canadá y los Estados Unidos, países con fuerte agricultura y con similitud geográfica con nosotros, donde el ferrocarril transporta el 36 por ciento de las cargas, es decir proporcionalmente más de cinco veces del volumen argentino.
Podríamos entrar en este «primer mundo ferroviario» a través de la modernización de nuestra extendida red; de esta manera, la política de transporte apuntaría a compensar los efectos negativos que la pérdida del autoabastecimiento petrolero tendrá sobre los costos agrícolas.
Esto parece más racional que la postergable decisión de construir un tren bala para pocos pasajeros.
El segundo rubro que será afectado serán los costos de fertilización y agroquímicos, cuya utilización viene creciendo fuertemente desde hace ya años.
La cuestión aquí será el abastecimiento de gas, que es el insumo básico del Polo Petroquímico de Bahía Blanca.
Lo grave es que la producción gasífera viene cayendo desde el año 2004 y en esta década ya hemos perdido casi la mitad de las reservas.
La producción de gas recibe una remuneración de apenas 1,50 dólares, a Bolivia le pagamos alrededor de 8 dólares, pero como no está en condiciones de cumplir las entregas contratadas, hay que traer el gas más caro que se conoce: el provisto a más de 16 dólares por un barco regasificador que operará en Bahía Blanca, donde se procesan la urea y otros insumos agroquímicos.
Si no se implementa ya una nueva política gasífera que estimule la producción, el campo deberá afrontar en los próximos años mayores costos por los fertilizantes y agroquímicos que son tan importantes para mantener y mejorar los rendimientos de la tierra.
Finalmente, una nota positiva. El aumento futuro en los precios del gasoil y las naftas mejorará sensiblemente la rentabilidad de las inversiones en biocombustibles, ya que el escenario más probable es que sustituirán en el futuro importaciones valorizadas a precios internacionales. Y esta es una buena noticia para ellos.
Fuente: Clarín