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La maldición de vivir sobre petróleo

biodiesel-petroleo-pemexLos pozos de explotación de crudo complican la existencia de las comunidades de la región de Tabasco que viven junto un negocio multimillonario  

La explosión del Pozo Terra 123 en Tabasco. / M. P. GUZMÁN (CUARTOSCURO) 

Si el Estado de Tabasco fuera un país podría parecerse a Kuwait. Pero Tabasco es México y no le llueven precisamente los petrodólares. Corrupción, pobreza, subdesarrollo y contaminación complican la vida de la mayoría de los 2,3 millones de tabasqueños, sobre todo de las comunidades indígenas que arrastran la desgracia de habitar sobre uno de los subsuelos más ricos en petróleo de todo el país. El esplendor del oro negro no brilla por ningún lado.  

Máximo Lázaro, sentado a la puerta de su solitario negocio de alquiler de películas pirata, razona durante una calurosa mañana sobre la maldición que, paradójicamente, supone para su pueblo vivir al lado de los yacimientos: «Que se lleven el petróleo 364 días al año pero que den al pueblo la riqueza de uno solo. ¡No tenemos ni eso, vivimos en la miseria!».

Quién sabe cuántos años llevaba el señor Lázaro, de 54, echando cuentas a esa idea sentado en su local frente a la plaza de la comunidad de Mazateupa, coronada por una iglesia, quién sabe si a medio construir o a medio derruir, de la que salían los balidos de las ovejas que dan vida a un belén que se colocó para la Navidad pasada y todavía nadie había desmontado. A lo mejor desde que tenía nueve años y recordaba cómo llegaron de fuera y se pusieron a dinamitar la tierra para no parar nunca. Ya entonces hubo protestas, dice, pero «mandaron al ejército».

A muchos kilómetros del pueblo petrolero de Lázaro, la cotización del barril de crudo se fija en torno a los 95 dólares. De todo el Estado de Tabasco, primer productor de la nación sin contar las aguas territoriales, salen cada 24 horas unos 400.000 barriles, según datos de enero de la Secretaría de Energía.

Pemex extrae de de Tabasco  unos 400.000 barriles diarios de crudo   Por estas tierras pocos se explican su mala suerte. En 2012 había 953 pozos trabajando en la zona y solo en 2013 la administración proyectó unos 750 nuevos para los próximos años. El pasado mes de noviembre uno de ellos, el Pozo Terra 123, se incendió en el municipio de Nacajuca. «Se oyó una explosión, tembló. Empezó a salir humo y fuego y todo se puso negro», decía Graciela López, de 34 años, mientras estaba sentada en medio de la carretera para impedir el acceso de los camiones. Era enero y unos 200 indígenas chontales, dedicados únicamente a la agricultura o la producción de artesanías, mantuvieron durante dos meses, hasta el pasado jueves, una protesta para exigir indemnizaciones por los daños causados por la explosión. «Al agua le salió aceite y no se puede pescar, el campo tampoco produce nada ya», explicaba la mujer.

Las llamas brotaron del subsuelo durante semanas y Pemex reconoció unas pérdidas diarias de 8,5 millones de pesos (unos 640.000 dólares) entre la producción no extraída y el hidrocarburo quemado. A las familias de la zona se les dio un vale canjeable por productos alimenticios por valor de 1.500 pesos (unos 113 dólares). Bajo una carpa blanca, los indígenas hicieron turnos de seis horas durante el día y la noche en medio de una carretera llena de socavones por el trasiego continuo de maquinaria pesada que trabaja en los pozos. De un lado y otro se quedaron camiones varados a la orilla. «Ni sale ni entra uno «, decía con orgullo la señora López.

Muy lejos de allí, a través de un ventanal del piso 44 de un rascacielos de Pemex se ve la inmensidad de la Ciudad de México. La compañía petrolera destina el 2% de los contratos de más de 100 millones de pesos (7,6 millones de dólares) a obras sociales en el lugar donde se produce la extracción. Esa cantidad se destina en teoría a la mejora de hospitales, alumbrado, agua potable y carreteras. El director general de Responsabilidad y desarrollo Social, Froylán Gracia, sentado tras una mesa, reconoce que están “ante un problema muy serio” de desvío de recursos. El dinero se presupuesta y se envía pero por una cosa u otra no acaba beneficiando a la comunidad. Pemex invirtió directamente en Tabasco, en concepto de lo que se conoce como obras de beneficio mutuo, más de 20 millones de dólares el año pasado. Conduciendo por las tortuosas carreteras llenas de baches de Villahermosa y paseando por sus oscuras noches al caer la tarde, cuesta creerlo.

«Que se lleven el petróleo 364 días al año pero que den al pueblo la riqueza de uno solo.»  

Máximo Lázaro, 54 años   Gracia dice que Pemex está cambiando el modelo y que, de hecho, Enrique Peña Nieto le ha pedido a la empresa que hagan un esfuerzo extraordinario para mejorar la vida de las personas que viven alrededor de los pozos. Los pobladores de esas zonas se lo exigieron en persona al presidente durante la gira por el país que el político hizo en campaña electoral. Solo en las comunidades que rodean al Pozo Terra, el que se incendió, la compañía invirtió 7 millones de dólares para acabar con los bloqueos de los vecinos.

– ¿Por qué enviaron a los afectados 8.936 pollos vivos?.

-Pollos vivos. Sí, eso pidieron. El equipo que tenía que llevar en camiones los pollos vivos sufrió. Fue una logística muy complicada. Llegaban muertos y tenías que enviar otro camión con pollos.

-¿Por qué Tabasco no supo o no pudo aprovechar mejor estos recursos que se le destinan?

Entre 2007 y 2013, la región recibió, tan solo en donaciones para asfalto y combustible, 179 millones de dólares.

-Es un Estado complicado. Hubo durante muchos años movimientos sociales que a lo primero que iban era a pelear con la empresa. Ante cualquier problema, la respuesta era ‘Pemex nos está explotando’. Se creó una cultura del reclamo. Dábamos dinero a líderes sociales y no acababa en manos de la comunidad. Es una manera de proceder que tiene que cambiar. Queremos capacitar a los jóvenes para que cuando detone la actividad petrolera, tengan un empleo estable en la empresa. Si Pemex contrata a esos jóvenes va a haber un amor a la camiseta en vez de un encono que tienen con la empresa.

Los habitantes de la zona bloquean las carreteras cada vez que hay un accidente para tratar de parar la producción   De vuelta a Tabasco, en la entrada del pozo 123, que ya ha vuelto a producir una vez extinguido el incendio, un militar agarró su arma al ver llegar a unos desconocidos y un hombre con una camisa con el logotipo de Pemex en el pecho cortó el paso nervioso e impidió que se sacaran fotografías. En la zona hay unos 30 trabajadores, la mayoría extranjeros, que a veces al acabar la jornada se reúnen en un restaurante de Villahermosa (capital del Estado) llamado El Rincón Venezolano para cenar arepas y yuca. «Apagar un fuego a esas profundidades es muy difícil, tiene que venir gente de fuera a hacerlo», dice un venezolano llegado hace un mes de Caracas. “La verdad”, coincidieron los trabajadores sentados alrededor de una mesa, “nosotros estamos mejor preparados que los mexicanos”.

Los empleados, hospedados en hoteles caros de la ciudad de Villahermosa, acceden cada día a la zona en helicóptero para sortear las protestas. «Nos dicen que evitemos todo contacto con los indígenas, que si tocamos a uno se nos pueden echar encima los de Derechos Humanos, que hay que evitar que Pemex salga en los periódicos», comentó desde el bar un ingeniero argentino desplazado durante esos días a Tabasco. El pozo incendiado es propiedad de Pemex pero la explotación estaba cedida a la compañía estadounidense Halliburton. Las labores de extinción también fueron contratadas a empresas extranjeras.

«Si Nacajuca fuera dueño de sus pozos sería el municipio más rico del mundo», dice Octavio Romero, el líder de Morena en el Estado, el partido gestado en 2013 por el líder mexicano de izquierdas Andrés Manuel López Obrador, tabasqueño de origen. A los tabasqueños les gusta hacer comparaciones imposibles. Algunos, con sorna, llaman al pueblo Nacahouston pese a que el 54,3% de sus 11.300 habitantes viven en la pobreza.

Las protestas en los caminos consiguieron parar algunos pozos que están en fase de perforación. Justo enfrente del lugar del incendio se alza otra de las torres de hierro. Un empleado con un mono de trabajo con el logotipo de la multinacional Schlumberger reconoció hace un mes que estaban parados. A unos kilómetros de allí, el bloqueo también cesó la perforación del pozo Navegante 1, el mayor hallazgo petrolero de Pemex de la última década.

Esos parones se viven como un éxito en la zona, pero lo cierto es que los bloqueos son relativamente frecuentes después de algún derrame o accidente, lo que sucede con frecuencia. La postura de la petrolera suele ser esperar a que se levanten solos para evitar enfrentamientos, aunque esta vez la insistencia ha tenido sus frutos. El Gobierno del Estado y Pemex se han comprometido a crear nuevas oportunidades de empleo y reparar los daños en las viviendas de las comunidades afectadas. En el pasado estos planes no tuvieron éxito y normalmente los problemas se zanjaron repartiendo cheques de supermercado a los vecinos.

El exgobernador de Tabasco, detenido en 2013, aumentó la deuda del Estado de 500 a 20.000 millones de pesos (1.600 de dólares)

A estas comunidades de Tabasco, a tan solo 20 kilómetros de Villahermosa, apenas han llegado las noticias de la polémica reforma energética aprobada por el presidente Enrique Peña Nieto el año pasado y que pretende abrir la explotación del petróleo a las empresas nacionales y extranjeras. «El petróleo es de los mexicanos», reza la frase que los detractores de la reforma esgrimen, pero muchos se preguntan por aquí qué hay de cierto en eso. En Nacajuca, el esplendor del oro negro no brilla por ningún lado.

En Tabasco ya operan empresas extranjeras desde la reforma de 2008 como subcontratas de Pemex para realizar determinadas labores, aunque la producción es 100% de la estatal. Con la actual reforma, las extranjeras podrán tener propiedad sobre el petróleo por primera vez en 75 años, desde la expropiación petrolera de 1938. El tema ha generado polémica, pero en la zona agrícola de Tabasco lo que preocupa es el nivel de sobreexplotación, que se sigan abriendo agujeros al colador.

«Quieren duplicar la producción, eso va a afectar a la vida económica y social de Tabasco. Las empresas vendrán y explotarán el suelo durante 10 o 15 años, luego se irán y las reservas se van a agotar. Nadie va a devolverles su suelo», explica el investigador Javier Herrera.   A los tabasqueños hace tiempos que nadie les devuelve nada. Solo en 2012 el Estado (de apenas 25.000 kilómetros cuadrados, un 1,3% de la superficie de México) aportó el 3,5% al Producto Interior Bruto (PIB) nacional, con 525.000 millones de pesos (40.000 millones de dólares), según datos oficiales, pero su presupuesto para 2014 roza los 40.000 millones de pesos (3.000 millones de dólares). Pero el de las comunidades no es solo un problema de explotación petrolera. Hay que sumarle décadas de corrupción política en la gobernatura del Estado. El caso más sonado fue en el exgobernador Andrés Granier, que fue detenido y encarcelado en junio del año pasado acusado de lavado de dinero y evasión fiscal. Durante su mandato (2006-2012) la deuda del Estado pasó de 500 a 20.000 millones de pesos (1.600 de dólares). «No se le recuerda una sola obra en seis años, no hay desarrollo social de ningún tipo, hay saqueo», dice el investigador Javier Herrera, que recuerda que el único teatro del Estado se construyó en los años 80. «Todo sigue igual que entonces, solo que 30 años más viejo».

Solo el 2% de las 26.000 personas que se dedican al petróleo en la zona de Tabasco y Veracruz son de Tabasco de acuerdo a la información facilitada por el Instituto Federal de Acceso a la Información (Ifai). La gran mayoría viene de fuera, trabaja la tierra unos años y después se va. Policarpio Zeferino, una calurosa mañana de enero, estaba enfundado en el mono azul de una gran multinacional petrolera. Llaman los azulitos a sus empleados, pero Policarpio no tenía ninguna vinculación contractual con la empresa. Se había encontrado el traje en un barranco y se lo enfundó. Después se colocó en la puerta de un yacimiento esperando a que le contrataran por unos días. Para cualquier tarea menor. “Yo soy de aquí. La tierra que explotan es de mi pueblo, pero yo y mi gente nos quedamos con la propina, las migajas”, dice mientras otros cuatro, vestidos también de multinacionales en las que no trabajan, le dan la razón. Desde donde estaban sentados podían ver perfectamente a las máquinas extraer el petróleo del subsuelo, la tierra de su pueblo, pero una verja de dos metros les deja fuera de todo el negocio.

Juan Diego Quesada / Inés Santaeulalia Tabasco (México)

Fuente: EL PAIS

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