Hay varias razones por las que es conveniente crear un fondo verde como el que promueve el gobierno de la provincia de Santa Fe. Y dos que a mi criterio son las más relevantes.
En primer lugar, es necesario evitar lo que se llama la trampa energética. El punto es sencillo, para conseguir energía uno debe gastar energía, y hay una relación que debe ser positiva a favor de la energía conseguida respecto de la energía gastada. Por ejemplo, para hacer un fuego hay que cortar un árbol, trozarlo, eventualmente transformarlo en carbón, tareas que implican gasto de energía humana o de la otra. Para hacer andar un auto, primero hay que encontrar el petróleo, perforar, bombear, refinar y distribuir, todo ello con consumo de energía.
Ahora bien, si la relación entre lo que gastamos de energía para producir energía es menos de 1:1, quiere decir que gastamos más de lo que conseguimos.
En las primeras épocas del petróleo la relación era 1:100, o sea se gastaba un uno por ciento del barril de petróleo para generarlo. En la actualidad, por razones ligadas con la inevitable declinación del recurso, la relación es 1:20; si lo sacamos de arenas bituminosas es 1:5; en el caso del petróleo de shale es 1:3; el etanol de maíz tiene una relación de 1:1,4; en el caso de otros biocombustibles, como el alcohol de caña, es 1:8; El carbón es 1:50-85; el gas natural 1:20-40. La energía solar es 1:10; la que proviene del viento 1:20; la energía nuclear 1:15.
La declinación de los recursos fósiles y sus externalidades negativas hace que cada vez sea más caro y más riesgoso extraer petróleo, por lo que la relación irá empeorando en forma inexorable. Está, además, la cuestión del cambio climático: los científicos estimaron un máximo de 565 gigatoneladas de dióxido de carbono en la atmósfera como relativamente seguro, antes de que se produzcan consecuencias catastróficas. Al ritmo de las emisiones actuales, en 16 años llegaríamos a ese límite.
El mundo deberá hacer una transición hacia recursos renovables limpios y esa transición implica invertir, gastar energía. Y las energías limpias tienen el problema de que requieren inversiones muy fuertes al inicio. Ésa es la razón más importante para crear un fondo verde con el propósito de ahorrar y poder comenzar esa transición antes de que sea tarde.
La segunda razón es que el que produce debe hacerse cargo del producto hasta el fin de su ciclo, hasta su total desaparición. Los desperdicios que generan la industria, la actividad agrícola o los particulares, tienen un alto costo para la sociedad.
Al respecto, la inexistencia de un impuesto verde no hace desaparecer su costo, sino que lo prorratea mal (no lo resuelve) y de manera irracional en toda la sociedad, afectando en mayor medida a los que menos tienen. Lo vemos en el paisaje urbano de todas las ciudades argentinas, y les aseguro que es muchísimo peor aquello que no vemos, como los desechos industriales líquidos sin tratar o las cloacas, aguas termales salitrosas y calientes en los cauces de los ríos. Es el famoso caso de Hood Robin.
El impuesto verde genera, además, el incentivo para que las empresas y los particulares busquen formas más eficientes para reducir la intensidad energética y la intensidad de recursos naturales. Es más, debería cobrarse en forma proporcional a los desechos generados. La tecnología está disponible y es accesible. Claro que es más caro, pero como dije antes, el costo existe de todas maneras en términos de contaminación y de salud pública.
Nicholas Stern calculó que reducir las emisiones puede costar entre el 1% y el 2% del producto bruto global. Pero no hacer nada, costaría 25 veces eso (Stern Review: The Economics of Climate Change 2007). A mi juicio es encomiable que el gobierno de la provincia tome una iniciativa que puede ser impopular. El mundo está encerrado en una trampa de la que no se puede salir sin liderazgo. Si los gobiernos toman medidas antipopulares son botados fuera del poder, como pasó con Australia y Canadá, dos gobiernos progresistas que perdieron las elecciones a manos de recalcitrantes reaccionarios. Por otro lado, si las empresas toman medidas para hacerse cargo de sus desechos, son cuestionados por sus accionistas y por el mercado. De modo que si no se rompe ese círculo vicioso, no hay salida.
Alfredo Morelli (*)
(*) El autor es embajador de la República Argentina y trabaja en el tema de energías renovables
Fuente: El Litoral