La venta una empresa pionera en biología sintética demuestra quela síntesis de este producto a base de microbios transgénicos es más difícil de lo que parecía Jueves, 6 de febrero de 2014 Por Martin LaMonica Traducido por Lía Moya
La empresa de biotecnología LS9 se lanzó en 2005 con grandes ambiciones: fundada por científicos de primera e inversores de capital riesgo de peso, planeaba modificar microorganismos mediante ingeniería genética para fabricar competitivamente hidrocarburos como el diésel partiendo del azúcar.
Pero después de nueve años y 81 millones de dólares invertidos (unos 60 millones de euros), los dueños de LS9 vendieron la empresa de San Francisco (EEUU) el mes pasado al fabricante de biodiesel Renewable Energy Group por 40 millones de dólares en dinero y acciones (unos 29 millones de euros), con la promesa de otros 21,5 millones de dólares más (unos 16 millones de euros) si se cumplen determinados objetivos tecnológicos y de producción.
LS9 esperaba estar vendiendo diésel a las refinerías hace al menos dos años. En cambio, Renewable Energy Group, cuya sede está en Ames, Iowa (EEUU), pretende usar el proceso de LS9 para fabricar productos químicos especializados a pequeña escala en algún momento de los próximos dos años y no tiene planes inminentes de fabricar biocombustible con la tecnología de LS9.
LS9 es una de entre varias empresas fundadas bajo la premisa de que la biología sintética (la modificación genética avanzada que cambia radicalmente el funcionamiento de un organismo) se podría usar para crear nuevas cepas de bacterias y levaduras que producirían no sólo los biocombustibles habituales, etanol y biodiesel, sino también hidrocarburos casi idénticos a la gasolina, el diésel y el combustible para aviones. Estos combustibles tendrían un uso más generalizado que los biocombustibles existentes, que suelen tener que combinarse con combustibles convencionales o requieren una infraestructura especial para poder usarse.
Pero a las empresas de biología sintética les ha costado desarrollar organismos capaces de producir combustible a un precio capaz de competir con el petróleo, y aún no han conseguido producir combustible a gran escala. Al igual que LS9, muchas de las empresas que se dispusieron a entrar en el gigantesco mercado de los biocombustibles, han girado hacia la química, por la que se paga más. (Sin embargo, entrar en estos mercados no es especialmente sencillo, suelen exigir productos de altísima calidad y los nuevos competidores se enfrentan a una fuerte competencia por parte de las grandes empresas petroquímicas).
LS9 tiene una planta de demostración en Okeechobee, Florida (EEUU), que produjo diésel a pequeña escala con éxito, y firmó asociaciones con empresas más grandes para hacer pruebas. Pero le costó encontrar financiación para construir una planta de gran escala, explica el cofundador de LS9 e inversor en Flagship Ventures, David Berry. Solazyne, que usa algas transgénicas para fabricar productos partiendo de azúcar, tiene un programa para desarrollar combustible para el ejército estadounidense, pero gran parte de su actividad comercial se dedica a fabricar aceites para la higiene personal y productos alimentarios. Amyris, que fabrica un aceite llamado farnese que se puede convertir en diésel, vende pequeñas cantidades de combustible para autobuses, pero ha centrado su negocio en hacer productos como cremas hidratantes y fragancias.
«Muchas de las afirmaciones que se hacían relativas a los biocombustibles en 2006 y 2997 eran demasiado optimistas», afirma el profesor de biotecnología y química del Instituto Tecnológico de Massachusetts (EEUU), Gregory Stephanopoulos.
El problema, según el profesor de ingeniería biomédica de la Universidad de Boston (EEUU) James Collins, es que aunque las investigaciones en las que se basaban estas empresas eran prometedoras, «en la mayoría de los casos eran demostraciones de laboratorio universitario que no estaban preparadas para un proceso industrial».
Además del reto que supone diseñar organismos eficaces, las empresas de biocombustibles sintéticos se enfrentan a los elevados costes de capital que supone entrar en el negocio. Como los combustibles son productos de primera necesidad con poco margen, las empresas de biocombustibles tienen que producir grandes volúmenes para obtener beneficios. Las plantas comerciales pueden costar cientos de millones de dólares. Algunas empresas de biocombustibles avanzados han podido asegurar los fondos para construir plantas a gran escala saliendo a bolsa, pero ahora muchos inversores rehúyen de los biocombustibles. «La gente quiere que las cosas se validen un poco más adelante y eliminar los riesgos tecnológicos al principio. Hay poca disposición de los inversores a pagar por pruebas de concepto», sostiene Berry.
El cofundador de LS9 y director ejecutivo del Instituto Conjunto de Bioenergías del Departamento de Energía de Estados Unidos, Jay Keasling, reconoce que las empresas de biología sintética han sido más lentas de lo que muchos inversores esperaban. También avisa de que no deben esperar que las bioenergías ganen a los combustibles basados en el petróleo en términos de coste a corto plazo. Fabricar combustibles competitivos con microbios transgénicos requerirá avances tanto en ciencia como en ingeniería, afirma. «Nunca tendremos biocombustibles capaces de competir con petróleo a 20 dólares el barril, y punto», afirma. «Espero que tengamos biocombustibles que compitan con el petróleo a 100 dólares el barril».
En teoría, los hidrocarburos que mueven los aviones y los motores diésel son más valiosos que el etanol, que hay que mezclar. Pero la producción obtenida partiendo de la conversión de azúcares en hidrocarburos es menor que la producción de etanol debido a la química básica, explica Keasling, así que la economía del asunto depende más del precio del azúcar. «Conseguir que la producción sea viable en términos económicos es muy difícil», sostiene.
Keasling mantiene que hacen falta nuevas técnicas para acelerar el proceso de ingeniería de organismos productores de combustible. Si los ingenieros fuesen capaces de aislar las características genéticas deseables y predecir cómo cambiará a un microorganismo una combinación de cambios en los recorridos metabólicos, entonces diseñar células sería mucho más rápido, explica. «Tenemos que ser tan buenos en la ingeniería biológica como lo somos en la microelectrónica», sostiene. Optimizar las cosechas para la producción de energía y nuevas técnicas para fabricar azúcares más baratos también ayudarían a reducir los costes.
Tras cofundar LS9, Berry cofundó otra empresa de biotecnología llamada Joule que busca separar la producción de combustible del precio del azúcar. Ha diseñado cepas de microorganismos fotosintéticos para producir combustibles usando luz solar, dióxido de carbono y nutrientes en vez de azúcar (ver «Audi apuesta por una start-up de biocombustibles«).
Dados los retos a los que se han tenido que enfrentar las empresas de biología sintética, algunas nuevas empresas están decidiendo no fabricar biocombustibles de entrada. De hecho, la primera empresa y en ver la luz del Instituto Conjunto de Bioenergías de Keasling, Lygos, con sede en Albany, California (EEUU), ha decidido fabricar productos químicos de alto valor en vez de combustible.
FUENTE: MIT TECHNOLOGY REVIEW