El gobierno anunció el aumento del corte del gasoil con biodiésel. La medida llega justo para atenuar el impacto de la decisión europea de imponer aranceles del 25% al biocombustible. Pero además tiene valor cualitativo: es un giro de 180 grados en la estrategia oficial.
El primer hecho a destacar es que quien ofició de anfitrión para anunciar el incremento del corte obligatorio en dos puntos, llevándolo del 8% actual al 10%, fue el mismísimo Ministro de Economía Axel Kicillof.
Recordemos que en agosto de 2012 había decidido duplicar los derechos de exportación de este biocombustible, mientras se rebajaba el precio para el mercado interno. La consecuencia fue el inmediato colapso de la industria, en un momento muy delicado porque España, hasta entonces principal cliente de la Argentina, había suspendido sus compras en represalia por la decisión argentina de expropiar, sin pago, las acciones de Repsol en YPF.
En aquel momento, el corte con biodiésel estaba en el 10% y apuntaba al 15%. Era lo que pretendía el ministerio de Planificación, Julio de Vido, apuntalado por el ex secretario de Agricultura Javier de Urquiza. Pero triunfó la línea Kicillof-Moreno, que desde entonces pasaron a manejar la política de biocombustibles.
Las exportaciones cayeron fuertemente. El corte interno bajó a 5%, atendido fundamentalmente por las pymes del sector. Estas habían colapsado, y la conducción oficial reaccionó otorgándoles un trato preferencial, fijando valores más altos. Pero la industria “grande”, orientada a la exportación, siguió fuera de combate: embarques en baja e imposibilidad de venta en el mercado interno.
El anuncio se concretó con una puesta en escena muy sugestiva: al lado del ministro Kicillof, estaba Julio de Vido. Y ambos a su vez flanqueados, respectivamente, por el ministro de Agricultura, Carlos Casamiquela, y la de Industria, Debora Giorgi. Semejante presencia debe leerse como que la política de biocombustibles involucra no solo una urgencia energética, sino que surge como palanca para el desarrollo del agro y la industria.
El biodiésel ahorra divisas, pero también ha generado un poderoso flujo de inversiones. Las jóvenes estructuras de crushing se fueron convirtiendo en parques industriales en los que el aceite se transforma en biodiesel, el subproducto de la reacción química (la glicerina) se refina y exporta, y se sustituye la importación de insumos como el catalizador (metilato) con la instalación de plantas como la de Evonik, inaugurada hace poco más de un mes en Puerto San Martín.
De Vido dijo que la medida de pasar del 8% al 10% (B10) en el corte local significa una demanda adicional de 240.000 metros cúbicos de biodiesel. Y la implementación del B10 en las generadoras eléctricas requerirá otros tantos. En total, se requerirán 1.3 millones de metros cúbicos. Pero la capacidad instalada de la industria supera los 4 millones de metros cúbicos. Hay una enorme capacidad ociosa.
Entonces, si bien la decisión mueve la aguja, es insuficiente. De Vido dejó la puerta abierta a un corte aún mayor, reconociendo que permitiría ahorrar más importaciones de gasoil. Cada punto implica unos 200 millones de dólares.
Pero además quitaría aceite crudo del mercado mundial. Recordemos que Argentina es formadora de precios al liderar las exportaciones de aceite de soja. La caída de embarques de biodiesel determinó un derrumbe del 35% en el precio.
En el mismísimo momento del anuncio, el aceite en Chicago dio un brinco del 1,5%.
El otro tema a resolver es la cuestión impositiva. Los biocombustibles están exonerados, por ley, de impuestos internos.
Sin embargo, la AFIP interpreta la ley a su modo, y le aplica el 41%, mientras el gasoil importado acaba de ser liberado por la ley de Presupuesto. Contrasentido.
Por Hector A. Huergo
Fuente: Clarín Suplemento Clarín Rural