Finalmente, la UE apretó el botón. El exocet contra la industria argentina de biodiesel, la fase superior de la soja, ya fue lanzado: esta semana aprobó la aplicación de derechos de importación del 25% para este biocombustible.
La medida le pega por debajo de la línea de flotación al eslabón más moderno de la cadena sojera. Conviene recordar que la primera exportación se realizó hace apenas cinco años, y que en este lapso se concretaron inversiones por más de 1.000 millones de dólares para agregarle valor al aceite crudo de soja. Se instalaron veinte plantas elaboradoras de última tecnología y gran escala, en los puertos del Paraná, con lo que la Argentina se convirtió de la noche a la mañana en el principal exportador mundial de biodiesel, un combustible renovable que sustituye al gasoil. El país ya era el líder en los dos grandes productos de la soja, la harina de alto contenido proteico y el aceite, con embarques por 25.000 millones de dólares.
La dinámica de esta nueva industria fue formidable. Algunas plantas de crushing (molienda de soja y separación de sus componentes) se instalaron elaboradoras de biodiesel de distintas empresas, convirtiéndose en verdaderos parques industriales como en el caso de T6 en Puerto San Martín, 20 kilómetros al norte de Rosario. Se agregaron destilerías de glicerina, un subproducto de la obtención de bio.
La inercia era tan fuerte que el lunes pasado la empresa alemana Evonik inauguró en la misma T6 una fábrica de metóxido, el catalizador necesario para el proceso de “transesterificación” que convierte al aceite crudo en biodiesel. Una inversión de 30 millones de dólares.
El año pasado las ventas de biodiesel a la UE rozaron los 2.000 millones de dólares. Demasiado para la Vieja Europa, que reaccionó desempolvando lo peor de su tradición proteccionista.
Los dos grandes lobbies para aplicar la retaliación vinieron de España y Finlandia. La primera encontró la fórmula perfecta para castigar la confiscación sin pago de las acciones de Repsol en YPF. La industria española de bio se estructuró sobre la base de la importación de aceite. Pero cuando comenzó a llegar el biodiesel argentino, quedaron fuera de competencia. Desde ese momento intentaron trabarlo por todos los medios.
Finlandia, por su parte, tenía la sangre en el ojo por la cuestión de la pastera de Fray Bentos, la ex Botnia. El conflicto rebrotó en las últimas semanas. Pero hay una cuestión más concreta: el año pasado, la empresa Neste Oil, con fuerte participación del estado finlandés, inauguró la planta de biodiesel más grande del mundo en el puerto de Rotterdam. Una ubicación estratégica, porque allí llega el aceite (su materia prima) desde distintos orígenes. Bingo.
Es justo aclarar que la medida también alcanza al biodiesel de Indonesia, que venía creciendo con ritmo similar. Elaborado a partir del aceite de palma, es tan competitivo como el argentino. La reacción del gobierno de Indonesia fue inmediata: decidieron incrementar el corte obligatorio del gasoil utilizado al interior del país, pasando del actual 10%, al 20%. Este año los embarques a la UE iban a alcanzar los 2 millones de metros cúbicos. Para el 2014 piensan reducirlos a cero, volcando todo el producto a su mercado interno.
La Argentina tiene razones de sobra para implementar una medida similar. La crisis energética tiene por principal protagonista a la escasez de gasoil, precisamente el combustible que el biodiesel sustituye con ventajas técnicas y ambientales.
El Congreso acaba de autorizar al Ejecutivo a importar hasta 8 millones de metros cúbicos de gasoil sin pago de derechos. Sustituir estas importaciones por biodiesel nacional no sólo significa ahorro de divisas, sino que también permitiría sostener miles de puestos de trabajo e incrementar el valor de todos los productos del complejo soja.
Por Hector A. Huergo
Fuente: Diario Clarín Suplemento Clarín Rural