La confirmación del cierre de las importaciones europeas de biodiesel argentino, obliga a elegir con cuidado las herramientas que servirán para defender nuestros intereses. Es obvio que cruzarse de brazos o armar un litigio improductivo y ruidoso, sería hacerle el juego a este nuevo ciclo de arbitrariedades.
Ante todo hace falta entender que puede resultar comparativamente más fácil demostrar la ilegalidad de las restricciones que acaban de aplicarse a los biocombustibles, que imponer por la fuerza la comercialización de un producto al que se le fabricó mala prensa y es visto como obsoleto y contaminador en el mercado de consumo. El litigio debe proveer, como mínimo, una herramienta para obtener una compensación sustantiva y un escenario para generar comercio equivalente al que nos fue quitado por las malas.
Por enésima vez desde que comencé a anticipar que la UE estaba por ?matar o congelar la agro-energía?, me permito insistir en la conveniencia de tratar estos temas con el cerebro y no con la indignación. Una larga y poco eficaz batalla contra la ?religión verde? no es el camino para encontrarle la vuelta a un problema cultural. El presente ataque al etanol y biodiesel de primera generación, es otra batalla con la que Bruselas desea imponer la noción de que la ciencia nunca tendrá chances reales de neutralizar los exóticos antojos del ambientalismo militante.
Aunque se trata de un debate no tradicional, el caso demuestra que el proteccionismo es un mal existente, no un mal necesario, y que ignorar los efectos de esa pandemia doctrinaria resulta ajeno a los auténticos intereses nacionales. El de los biocombustibles es sólo el ejemplo más actual de un largo inventario de disparates comerciales y ambientales. Quien suponga que la vía legal resolverá por sí sola semejante irracionalidad, ignora de principio al fin cómo se juegan estos partidos.
El primer golpe de antidumping europeo lo recibieron los exportadores de etanol estadounidense a principios de año, no quienes desde noviembre de 2013 veremos afectadas exportaciones de biodiesel por más de u$s 1000 millones anuales. La experiencia nos revela que desde mediados de los ?80 Washington está peleando con la UE por otra irracional prohibición europea: la de importar carnes con hormonas promotoras del crecimiento.
Tras ganarle a Bruselas una épica y muy compleja batalla legal a meses de establecerse la OMC, todo el esfuerzo se convirtió en una costosa victoria de papel. Varios años después, en el 2009, la administración Obama optó por aceptar el congelamiento de esa disputa política, comercial y sanitaria, a cambio de una cuota de 45.000 tn de carnes sin hormonas, lo que hasta el momento no puso fin al problema.
Hace pocas horas el Comisario de Comercio de la UE, Karel de Gutcht, decidió reiterar que la Comunidad no intenta aceptar ningún cambio sustantivo de sus políticas regulatorias centrales como fruto de las negociaciones sobre Libre Comercio que lleva a cabo con Estados Unidos y los demás socios del NAFTA. Estaba bajando la expectativa de resolver el nudo principal de muchos de los sensibles conflictos que envenenan las relaciones en el Atlántico Norte. Sostuvo que Europa no desea enterrar una pieza clave del Tratado de Lisboa: el Principio Precautorio (que, tal como se emplea en Bruselas, es el corazón del proteccionismo tecnológico).
De Gucht también moderó el valor de esas negociaciones comerciales y anticipó que con ellas no se creará ningún mercado único con los Estados Unidos. Meses atrás decía que los intereses de ?ambas regiones del Atlántico Norte? permitirían crear el proyecto más ambicioso del mundo.
A todo esto, mientras la Argentina profundiza su apego a los Organismos Genéticamente Modificados como la soja y el maíz, uno de los mayores apologistas de los alimentos elaborados con OGMs, Mark Lynas, decidió revisar su libreto. Sostuvo que es tiempo de satisfacer la unánime preferencia de los consumidores y aprobar el etiquetado obligatorio, puesto que el público tiene derecho a saber lo que come. Tal reconocimiento implica olvidar que el etiquetado siempre se vio como una forma de aceptar que los OGMs son riesgosos para la salud humana, animal o el medio ambiente. Y lo peor es que la mayoría de estas cosas suelen pasar cuando uno tiene apagada la tele.
por Jorge Riaboi Diplomático y periodista
Fuente: Cronista