Razones para vender rápido, aguantar hasta que aclare o tomar posición en Chicago.
«La única certeza que dan las retenciones móviles es que no vale la pena esforzarse». Dicho de boca de Gustavo Grobocopatel, cabeza visible de uno de los grupos agropecuarios más grandes del país, la frase es como la punta del iceberg del desaliento. Si los Grobo están desanimados, que queda para los más chicos.
Es que más allá de los clásicos elementos objetivos que interactúan en la oferta agrícola (tierra, clima, rentabilidad, tecnología y crédito), hay un factor subjetivo que también pesa: el entusiasmo. «Había un campo con ganas de trabajar, de seguir invirtiendo e incorporando tecnología. Pero ahora se reducen los estímulos», reflexionó Daniel Miró, titular de la consultora Novitas SA.
Por si fuera poco, los productores están en el umbral de la cosecha de granos gruesos. Es cierto que quieren resistir lo que más puedan en las rutas, pero en algún momento habrá que ir a trillar, aún con el enorme signo de interrogación sobre cómo cerrará la campaña y qué se hará con lo que se coseche.
Pistas. Aunque los técnicos y especialistas reconocen la dificultad de arrojar luz en medio de la tormenta, parecen distinguirse algunas pistas.
Cobertura. A primera vista, alrededor del 30 por ciento de la cosecha de maíz y soja ya pasó por contratos en las diferentes posibilidades que aportan los mercados de futuros y opciones. «Ya hubo un buen nivel de comercialización previa», confirmó Daniel Bertone, gerente general de la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA).
Esa costumbre, generalizada entre grandes y medianos productores, permite cubrirse o calzar costos. Al martes pasado, según datos de la Secretaría de Agricultura nacional, había declaraciones juradas de compra de industrias y exportadores por casi 17 millones de toneladas en soja; 7,2 millones de toneladas de maíz y 3,1 millones de toneladas de girasol.
«Nosotros trabajamos con un esquema de venta previa a la cosecha de 30 a 35 por ciento del volumen total. En soja capturamos un promedio de 260 dólares por tonelada; 135 dólares en maíz y alrededor de 190 dólares en trigo», comentó Carlos Arinci, que integra una sociedad y la consultora Campo y Negocios. Con base en el centro-norte de Córdoba, coordinan una red de más de 4.000 hectáreas bajo alquiler.
Aguantar. Néstor Neill, de Intagro, cree que con la situación imperante, por más que el productor quiera vender, lo recomendable es que aguante. «El consejo sería abrir un compás de espera hasta que aclare. Es un escenario complicado y obviamente los números no cerrarán para productores chicos o en zonas marginales. Habrá un replanteo de quién siembra, cómo y dónde lo hace», dijo.
En esa dirección ya pensaron los integrantes de la regional Noetinger de Aapresid. «Estamos comprando silo bolsas y nos hemos stockeado. La idea es guardar el grueso de la soja, sea a campo o en cooperativas y acopios», comentó el presidente de ese grupo, Fabián Coronato.
Hipótesis móvil
Al momento de pensar a corto plazo, los especialistas trabajan con, por lo menos, dos escenarios. Uno con retenciones en el nivel anterior (supuesta tregua) y otro sobre la hipótesis de que el esquema de retenciones móviles se mantendría sin cambios.
«Yo aconsejo, mientras la posibilidad esté abierta, el uso de calls (opción de compra) en el Mercado de Chicago. Ocurre que no son instrumentos simples a los que estén acostumbrados los pequeños y medianos productores», apuntó Miró.
Arnolfo Calvo, de La Comarca SRL, baraja esa estrategia. «Si se impone este sistema, hay que cubrirse y tratar de agarrar alzas en Chicago». Esa empresa ya ha comenzado a levantar sus primeros lotes de maíz y soja en campos de Wenceslao Escalante, Justiniano Posse, Monte Maíz y Viamonte. La variabilidad es amplia e incluso los promedios difieren en parcelas ubicadas a sólo 100 kilómetros de distancia.
En los mejores casos, las sojas entregaron 45 quintales por hectárea y los maíces, 110 quintales. Pero en el otro extremo, el cereal arañó los 7.000 kilos y la oleaginosa apenas si aportó 1.500 kilos por hectárea.
Al frente de la regional Justiniano Posse de Aapresid, Calvo también piensa que, siempre bajo la «hipótesis móvil», sería conveniente vender apenas se coseche. «Con este esquema, esperar no tiene sentido. Hay que ganar tiempo para comprar los insumos en pre campaña antes de que sigan aumentando».
Arinci –integra el Crea Río Primero– tiene la misma postura. «Nuestra estrategia sería vender la mayor cantidad de producción posible e invertir esa plata en alquileres o en otros proyectos».
El productor tampoco advierte beneficios en guardar. “Si la grilla queda como está, muchos venderán rápido”, agregó Niell. Ahora bien, si todos actúan de la misma forma, el desplome de precios ya tiene la firma puesta.
Cuando hay una expectativa de suba de precios, los productores retienen los granos y gradúan su venta. Pero con este esquema, no hay espacio para los forward y los mercados a término. Dicho de otro modo, sólo queda en pie la plaza disponible.
“Esto es como volver a un sistema arcaico en el que ya se sabe que, cuando llega la cosecha, los precios se derrumban. Es cierto que, si se imponen las retenciones móviles, no hay razones para retener, pero eso hará que los productores se conviertan en enemigos y se desplomen los precios”, advirtió Miró.
Bertone agrega otro elemento. “Si el nivel de comercialización se retoma con fuerza, es seguro que habrá problemas de logística, con muchos problemas para llegar a puertos y acopios”.
Desvirtuado
La desafortunada decisión de imponer un sistema de retenciones móviles es, si se quiere, “una mancha más al tigre”, pero también ha sido, política y técnicamente, la más grotesca.
Todo sistema de comercialización se valoriza según su eficiencia para formar precio. Cada elemento “extraño” que ingresa tiene una consecuencia que, aunque las intenciones sean buenas, impacta en el proceso de construcción del precio. A medida que las intervenciones avanzan, crece el daño y se desvirtúa el mercado.
En la Argentina, que en materia agrícola tiene una estructura exportadora que deriva precios sobre el mercado interno, el impacto es significativo. “Cuando las reglas de juego cambian en medio del partido, los exportadores, que son un actor significativo en la formación de precios, toman previsiones y trasladan las consecuencias al productor”, explicó Miró.
Un claro ejemplo es el mercado de trigo, testigo diario de esa manipulación, que cae como catarata sobre el último eslabón de la cadena. Lo que comenzó en 2002 con un 10 por ciento de retenciones se ha convertido en un grosero manoseo.
Por eso estalló la bronca; por eso el desaliento del que habla Grobocopatel. Y por eso también la paradoja de una medida que, como un bumerán, puede degollar a la gallina de los huevos de oro, es que deja 10 mil millones de dólares en el Estado.
Fuente: La Voz del Interior