El único argumento que brindó el viceministro de Economía, Axel Kicillof, para explicar el aumento del cien por ciento (pasaron del 12 al 24%) en las retenciones del biodiésel fue que “es una industria madura”. Una definición temeraria: hace unos meses se celebró, en Avellaneda (norte de Santa Fe) la primera exportación de biodiésel, concretada en octubre de 2007.
Uno podría pensar que la decisión se corresponde con la angustia fiscal y la necesidad de divisas. Las exportaciones teóricas de biodiesel sumaron algo más de 1.000 millones de dólares el año pasado, dejando en las arcas K un 12% de esta cifra aproximadamente. Esto es, unos 120 millones de dólares. Los asesores de Economía habrán calculado que había margen como para capturar el doble, y sin las dificultades políticas que hubiera generado un aumento en las retenciones de la soja. Había trascendido que Economía estudiaba un incremento de un 5% en los derechos de exportación de la soja. “Los productores van a cobrar lo mismo, porque subieron los precios internacionales”, transmitió a este columnista el razonamiento de los asesores del joven viceministro. El mismo argumento que utilizó en su momento Martín Lousteau para venderle a los Kirchner la idea de las retenciones móviles. Sabemos en qué terminó todo.
Frente a un escenario de nuevo desbarajuste, optaron por el premio consuelo. “Compraron” teóricos 100 o 120 millones de dólares en eventuales retenciones, que creen asegurarse trabando el consumo interno del biodiésel. Para ello, le redujeron un 15% el precio, en un momento en el que la materia prima (el aceite) está en alza como consecuencia de la crisis climática en los Estados Unidos. Así, de un plumazo, no se puede producir para el mercado interno y hay que salir a venderlo.
Pero España, que se llevaba el 70%, ya no compra. Sólo queda un remanente de contratos celebrados con anterioridad a la decisión de ponerle tarjeta roja a la Argentina por la expropiación de las acciones de Repsol. La propia presidenta Cristina Kirchner dijo en aquél momento que los que se perjudicarían eran los españoles, que tendrían que pagar más caro el biodiésel. Ahora les facilita las cosas: muchas plantas argentinas de bio dejarán de operar y exportarán aceite crudo.
Como Argentina es el principal exportador de aceite de soja, es formador de precios. Los españoles lograrán entonces su objetivo, comprar aceite barato y hacer su propio biodiésel. Lindo bumerán.
La base conceptual de los combustibles es que constituyen una alternativa para diversificar la matriz energética global, hoy dependiente de un recurso no renovable, con precios en alza y abastecimiento inseguro. El mayor desafío ambiental que afronta el planeta es el calentamiento global. Los biocombustibles hacen una contribución sustantiva dado que reducen las emisiones de gases de efecto invernadero.
La producción agrícola argentina exhibe una “huella de carbono” extraordinaria. La siembra directa reduce el consumo de combustibles, permite almacenar más agua y aumenta los rindes. Nadie en el mundo es más eficiente en términos ambientales y económicos.
En los últimos veinte años, se levantó el polo agroindustrial más grande y competitivo del mundo. Más de 50 millones de toneladas de capacidad de “crushing”, que agrega valor a la soja convirtiéndola en aceite y harina.
En los últimos cinco años, comenzaron las inversiones en plantas pequeñas, medianas y grandes de biodiésel. Algunos complejos se convirtieron en verdaderos parques industriales, con varias plantas de biodiésel, refinadoras de glicerina (el subproducto del biodiésel), plantas de metilato (el catalizador). La glicerina viaja por el mundo para meterse en los pomos de dentífrico de las principales marcas. Todos los días, aún antes de desayunar, la soja argentina entra en la boca de millones de seres humanos en todo el planeta.
Corrijo. Entraba.
Por Héctor A.Huergo
FUENTE: DIARIO CLARIN