Estos nuevos productos están lejos de la pretensión de sustituir al petróleo, pero cerca de contribuir a diversificar la matriz de combustibles. Hoy se los critica, pero no son ángeles de la seguridad energética, ni demonios de la seguridad alimentaria.PorDaniel Montamat.
Los biocombustibles fueron promocionados como baluartes de “seguridad energética”. Ahora enfrentan una crítica impiadosa fundada en razones de “seguridad alimentaria” . Era una exageración plantear su desarrollo como medio de sustituir los combustibles fósiles y es erróneo responsabilizarlos ahora por la crisis de alimentos que padece el mundo.
Durante la era Bush, y sobretodo tras el trágico atentado a las Torres Gemelas, Estados Unidos decidió dar un fuerte impulso a los biocombustibles basado en razones de “seguridad energética”. El ex presidente planteó la “adicción” al petróleo de la economía de Estados Unidos y la urgencia de romper la dependencia con el suministro de Oriente Medio. La respuesta política estaba en casa: producir bioetanol a partir de maíz . El bioetanol iba a sustituir el consumo de gasolina con ventajas ambientales que al principio nadie puso en tela de juicio.
Subsidio mediante, el bioetanol empezó a ganar mercado y a comprometer volúmenes crecientes de la producción de maíz. Viento en popa para los productores agrícolas americanos, pero casi nada de “seguridad energética” adicional en los surtidores, donde los consumidores de nafta siguen expuestos a los vaivenes de la cotización del crudo .
En realidad, el bioetanol, y los biocombustibles en general, pueden ayudar a diversificar la matriz de combustibles , muy dependiente de las fuentes fósiles, pero es imposible reemplazar los volúmenes de nafta y gasoil derivados del petróleo que consume el mundo . Si toda la producción mundial de aceites y grasas se destinara a la producción de biodiesel para sustituir gasoil, sólo lograríamos satisfacer el 12% de la demanda mundial de gasoil. Si toda la producción mundial de caña de azúcar y de maíz se vuelca a la producción de etanol, sólo podemos reemplazar poco más del 20% de la demanda total de nafta. Como se sobreactuó el objetivo de seguridad energética y se fijaron metas ambiciosas de sustitución (Estados Unidos aspira a suplir el 30% de su demanda con biocombustibles en el 2030, Japón y la Unión Europea fijaron la meta del 10% para el 2020), vino la réplica planteada como disyuntiva “alimentos o energía” , y empezaron a arreciar las críticas.
Sin diferenciar unos de otros, se responsabilizó a los biocombustibles de comprometer la “seguridad alimentaria” del mundo y de tener balances energéticos y ambientales negativos (consumen más energía de la que producen y aumentan la emisión de gases contaminantes). Las mayores críticas se focalizan en la producción de bioetanol de Estados Unidos, que abastece sólo el 8% de la demanda de combustibles vehicular del país del Norte, pero que consume el 40% de la cosecha de maíz.
Pero estas críticas no se pueden extender ni al etanol de caña que produce Brasil, ni al biodiesel de soja que produce la Argentina.
Tampoco a muchos biocombustibles cuya materia prima no compite con los alimentos. Es cierto, hay una transición tecnológica donde algunos biocombustibles generan demanda adicional a ciertos cultivos con destino alimentario; pero abortar su desarrollo en aras de la seguridad alimentaria es miope y puede ser contraproducente.
La crisis alimentaria provocada por el alza de los precios de los principales granos es una combinación de factores temporales (sequías, restricciones a las exportaciones, aumentos repentinos de stock por temor a la escasez, debilidad del dólar, encarecimiento de insumos químicos) y otro estructural (rendimientos decrecientes).
Los sospechosos de siempre: la especulación de los mercados de futuro y derivados, la demanda de China e India, y la demanda para biocombustibles, tienen mucho menos responsabilidad de la que se les asigna . Por primera vez desde 1960, los cultivos de granos más importantes para la alimentación (trigo, arroz) crecen más lentamente que la población mundial . Si el mundo no puede alimentar adecuadamente a 7 mil millones de seres humanos hoy, ¿cómo alimentará 9 mil millones en el 2050? Maximizando y distribuyendo mejor lo que produce hoy , y con nuevas respuestas tecnológicas para mejorar los rendimientos de lo que producirá mañana.
En esa respuesta tecnológica, los biocombustibles -que no pueden competir a cualquier precio con los derivados petroleros- tienen desafíos sinérgicos a los de la producción alimentaria. Lejos de la pretensión de sustituir al petróleo y más cerca de la posibilidad de contribuir a diversificar la matriz de combustibles. Ni ángeles de la “seguridad energética”, ni demonios de la “seguridad alimentaria”.
http://www.clarin.com/opinion/Biocombustibles-vs-alimentos_0_449955089.html
FUENTE: DIARIO CLARIN