La estrategia, las reglas y las señales de precios deberán formar parte de acuerdos básicos que morigeren la especulación política cortoplacista.
Importamos gas de Bolivia a 5.06 dólares el millón de BTU cuando la remuneración promedio del producido en la Argentina es de 1.5 dólares; pagamos 100 dólares el MW/hora de la electricidad comprada a Brasil cuando el precio promedio mayorista del mercado argentino es de 22.6 dólares.
Importamos combustibles a precios que siguen la cotización del crudo de más de 70 dólares por barril, pero comercializamos los combustibles en el mercado doméstico tomando como referencia un barril promedio de menos de 35 dólares. Una parte de estas diferencias se pagan con impuestos, comprometiendo superávit fiscal. El subsidio energético crece a tasas exponenciales al ritmo del crecimiento de las importaciones de energía.
Una estimación del subsidio energético con impacto presupuestario directo (hay otro subsidio energético implícito por transferencia de renta de la cadena de valor de los hidrocarburos) eleva las últimas estimaciones para este año a los 14.000 millones de pesos (ver gráfico). Mientras crezca la importación y se reduzca o estanque la producción doméstica, el subsidio implícito empieza a trasladarse a las cuentas fiscales. ¿Somos conscientes de que estamos cebando una bomba de tiempo?
Está claro, no se puede hablar de recomponer precios de la energía hasta después de las elecciones de octubre. Hasta lo de la tarifa social (subsidio focalizado en base a indicadores sociales) suena a eufemismo. Pero no hay ninguna seguridad de que después de las elecciones las autoridades electas se decidan a tomar el toro por las astas. Lo más probable es que mientras las cuentas fiscales aguanten, la energía siga siendo rehén del corto plazo, con la complicidad de algunos dirigentes y unos cuantos ‘escritorzuelos‘ convencidos que para consolidar poder no hay que pagar costos políticos en la largada. La idea subyacente en este sofisma es que en política, a diferencia de lo que sucede en economía, hay ‘almuerzos gratis’.
El problema del autismo energético es que traba los mecanismos de inversión y divorcia la oferta de la demanda energética. Como las moléculas y los electrones no se fabrican con alquimias demagógicas, tendremos que importarlos en cantidades crecientes. A los precios internacionales más el transporte hasta estas latitudes. El balance mundial de energía, en cualquier país, termina cerrando contra la importación de petróleo y derivados (todavía los productos más transables). Si no podemos generar electricidad con gas propio o importado (el suministro de Bolivia se ha vuelto caro o inseguro) habrá que generarla con combustibles líquidos a costa de eficiencia y precio. Como lo harán las nuevas centrales de Timbúes y Campana. Las energías alternativas, necesarias para diversificar las fuentes primarias, no resuelven los problemas de corto y mediano plazo. Pero también son víctimas del autismo energético. No habrá nuevas represas, ni plantas atómicas, ni molinos eólicos sin una estrategia energética de largo plazo y recomposición de precios de la energía fósil. Los proyectos de biocombustibles están focalizados al mercado externo y con temor de ser alcanzados por las ‘generales de la ley’ que afectaron a las exportaciones de carne.
Como la realidad tiene sus cotas y tarde o temprano se impone, es bueno que quienes aspiren a presidir la Argentina en los próximos años adviertan que la solución energética es funcional a una estrategia de desarrollo económico y social que el país se debe. La estrategia, las reglas y las señales de precios para la recomposición sectorial deberán formar parte de acuerdos básicos que morigeren la especulación política cortoplacista. Esta vez, el que apueste al corto plazo energético, enfrentará la rebelión de las moléculas y los electrones, con impacto en la economía real y en los macroequilibrios. Puede que esos acuerdos básicos se inscriban en un proyecto más importante que de una vez por todas nos aleje de las opciones populistas. La alternativa es República y desarrollo. De nuevo, pero más que antes, la solución energética no está en manos de un aspirante a caudillo sino de un aspirante a estadista.
Fuente: On24/Cronista Comercial