Luis Inacio Lula Da Silva (*)
Las discusiones durante la reciente Cumbre del G-8 + 5, en Heiligendamm, dejaron en claro que asuntos como el cambio climático, el crecimiento sostenible, fuentes nuevas y renovables de energía y financiamiento para el desarrollo son temas mundiales sobre los cuales los países del sur deben ser oídos. Al final de cuentas, nuestras poblaciones son directamente afectadas por esos múltiples desafíos. Más aún, en nuestros países surgen propuestas innovadoras y creativas para enfrentarlos. El aporte de los líderes de Sudáfrica, Brasil, China, India y México durante la Cumbre Ampliada del G-8 refuerza la importancia de profundizar en un verdadero diálogo Sur-Norte.
Africa tiene un papel central en este debate. El continente está pasando por profundas transformaciones que sientan las bases para un nuevo ciclo de estabilidad política y dinamismo económico. Son 53 países, vastos recursos naturales y una población joven que aspira a realizar todo su potencial de desarrollo y prosperidad. Esa Africa, que visité cinco veces durante mi primer mandato y que continuaré visitando, está reforzando sus vínculos económicos, comerciales y políticos con Brasil.
En la Cumbre Africa-América del Sur, en 2005, y en las dos ediciones del Foro Brasil-Africa, exploramos las múltiples potencialidades de esa asociación. Los biocombustibles pueden dar una calidad superior a esa alianza.
Brasil tiene una experiencia exitosa (de más de 30 años) en la producción de carburantes que combinan la seguridad energética con amplios beneficios económicos, sociales y ambientales. La mezcla de 25 por ciento de etanol en la gasolina y la utilización de alcohol puro en automóviles “flex-fuel” permitió reducir un 40 por ciento el consumo y las importaciones de combustibles fósiles. Dejamos de emitir, desde 2003, más de 120 millones de toneladas de gas carbónico, ayudando a combatir el recalentamiento mundial.
Pero el potencial de las biomasas trasciende la generación de energía limpia y renovable. La industria del etanol creó directamente 1,5 millones e indirectamente 4,5 millones de puestos de trabajo en Brasil. El programa de biodiesel, en su fase inicial, ya brinda empleo a más de 250 mil personas, sobre todo a pequeños agricultores de zonas semiáridas, generando ingresos y colaborando para fijar la población a la tierra. Los biocombustibles también ayudan a combatir el hambre, aportando ingresos que permiten a las poblaciones pobres adquirir alimentos. Su producción no amenaza la seguridad alimentaria, ya que afecta al dos por ciento de nuestras tierras agrícolas.
Esos programas desalientan las migraciones desordenadas, reducen la saturación de las grandes ciudades y la marginación urbana, así como la presión de los pequeños mineros y los agricultores para arrasar con los bosques autóctonos. Además, la expansión de la caña contribuyó a recuperar zonas de pasturas degradadas, de bajo o nulo potencial agrícola.
Por todas esas razones, los biocombustibles tienen una relevancia especial para los países en desarrollo. Dado su enorme potencial de creación de empleos y de ingresos, ofrecen una verdadera opción de crecimiento sostenible, especialmente para los países que dependen de la exportación de escasos bienes primarios. Al mismo tiempo, el etanol y el biodiesel abren nuevas avenidas de desarrollo, sobre todo en las industrias bioquímicas. Son alternativas económicas, sociales y tecnológicas para países pobres económicamente, pero ricos en sol y en tierras de labranza.
Estoy convencido de que los biocombustibles deben estar en el centro de una estrategia planetaria de preservación del medio ambiente. Los acuerdos como el firmado por Brasil y Estados Unidos, y en negociación con países europeos, prevén la instalación de proyectos triangulares, en América Central, el Caribe y Africa, capaces de unir la tecnología brasileña con las condiciones climáticas y de suelos favorables en esas regiones. El gobierno y el empresariado brasileños ya ofrecen cooperación técnica bilateral en la producción de alcohol y de biodiesel en Mozambique, donde un programa de biocombustibles asocia el conocimiento brasileño con el financiamiento británico. Podemos repetir esa iniciativa en toda Africa subsahariana.
Los biocombustibles pueden ayudar a un mundo que carece de soluciones para la degradación ambiental y el encarecimiento de la energía. Ofrecen esperanza a los países pobres al combinar crecimiento económico, inclusión social y conservación ambiental. Un valioso aliado, por lo tanto, en el combate a la inestabilidad social y política, a la violencia y la migración desordenada.
Entretanto, esa revolución sólo ocurrirá si los países ricos abren sus mercados a los más pobres, eliminando subsidios agrícolas y barreras a la importación de los biocombustibles.
Todos ganarán. Los países en desarrollo generarán puestos de trabajo para las poblaciones marginadas y divisas para dinamizar sus economías. Los países desarrollados podrán acceder a fuentes de energía limpias a precios competitivos, en lugar de invertir en costosas innovaciones para que los combustibles convencionales sean menos contaminantes.
La creación de un riguroso sistema de certificación pública en materia de biocombustibles, reafirmado por acuerdos multilaterales y el compromiso de la opinión pública, ayudará a preservar el medio ambiente y garantizará condiciones dignas de trabajo. Los biocombustibles ofrecen una alternativa para ayudar a la humanidad a prosperar como un todo, sin dejar a nadie atrás ni hipotecar el futuro de las nuevas generaciones. Este es el mensaje que llevaré en 2008 a la Conferencia Mundial sobre Biocombustibles, que Brasil está organizando.
(*) Presidente de Brasil.
Fuente: La Capital