La amenaza del calentamiento global ya impulsa inversiones millonarias. El «petróleo» que viene del campo. Los que van a ganar con la crisis.
En la clásica película «Gigante», de 1956, el personaje protagonizado por Rock Hudson acepta a regañadientes que su extenso campo ganadero de Texas se reconvierta en un área de explotación petrolera. Medio siglo más tarde, una situación parecida se recrea en los campos argentinos: ejecutivos de fondos de inversión, banqueros y funcionarios prometen a chacareros y estancieros una lluvia de fondos para impulsar la transformación de los granos –sobre todo, la soja y el maíz– en biocombustibles.
El Congreso Americano de Biocombustibles, que reunió 500 participantes la semana pasada en Buenos Aires, trasuntaba la excitación del dinero. «Argentina, alguna vez el granero del mundo, tiene que convertirse en la usina global de energías renovables», propuso el vicepresidente Daniel Scioli durante la inauguración. «Es una gran oportunidad de negocio.
El mundo está demandante y podemos expandir nuestras fronteras agrícolas», se sumó el abogado y empresario Julio César Gutiérrez, presidente de la Fundación Campo en Acción y uno de los organizadores del encuentro.
Si dicen que el ideograma chino de crisis significa peligro pero también oportunidad, para muchos la amenaza del cambio climático es la madre de todas las oportunidades.
Presiones. El aumento del precio del petróleo y la necesidad de reducir la emisión de gases del efecto invernadero, que podría incrementar la temperatura media global del planeta, aumentar la frecuencia de fenómenos climáticos extremos y forzar la migración de mil millones de personas para el 2050, aviva la demanda creciente de energías renovables o limpias. No sorprende que las firmas que se dedican a proyectos de generación eléctrica a partir del viento, el sol, las fuentes geotérmicas o la biomasa asomen como los ganadores más obvios de una economía que se vuelve más verde.
La apuesta del Primer Mundo por los combustibles de origen agrícola o «agroenergéticos» es fuerte. Los Estados Unidos y el Brasil quieren ser los jeques de este nuevo petróleo. Ambos controlan en conjunto el 72 por ciento de la fabricación mundial de bioetanol (a partir del maíz y la caña de azúcar, respectivamente) y proyectan multiplicar entre dos y tres veces su capacidad de producción para el 2012. «El crecimiento de los biocombustibles va a ser vertiginoso en los próximos 5 a 20 años», pronostica Juan Carlos Iturregui, de la Fundación Interamericana de Desarrollo.
¿Cómo juega la Argentina en este contexto? El país es el principal exportador mundial de harina y aceite de soja, y el segundo de maíz. Tiene tierras cultivables. Según la Ley 26.093, a partir del 2010 las naftas y el gasoil que se vendan deberán sustituir un cinco por ciento de su composición con bioetanol y biodiésel, respectivamente. Por lo pronto, YPF presentó esta semana un diésel premium, Gasoilbio YPF, aditivado con biocombustible.
Como el gasoil se lleva dos tercios de la matriz local de consumo de combustible y su participación puede seguir creciendo, la mayor parte de las maquinaciones productivas rondan alrededor de la reconversión del aceite de soja en biodiésel. Hasta ahora, hay apenas seis emprendimientos concretos a escala industrial en marcha.
Cinco pertenecen a grandes cerealeras, como AGD/Bunge, Vicentín o Cargill. Pero se calcula que América Latina está en condiciones de instalar 100 nuevas fábricas en los próximos tres años, y sería lógico que la Argentina aporte una buena tajada.
«Armar una planta de biodisésel requiere invertir de 10 a 60 millones de dólares», explica Gutiérrez, el anfitrión del congreso. «Lo que tienen que hacer los productores agropecuarios es asociarse. No quedarse dormidos».
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Gutierréz: Sin-cuenta. Con «ese». Sin cuenta. ¡Argentina no tiene techo!
El dedo en la llaga. Negocios son negocios. Para sus promotores, toda alusión a los posibles riesgos ambientales y sociales de los biocombustibles es tan aguafiestas como hablar de la anorexia en un desfile de Giordano. «No nos embarquemos en debates falsos», pide Iturregui. «Son discusiones que nos hacen perder tiempo», desdeña Gutiérrez y agrega: «Que otros adviertan: nosotros producimos».
Sin embargo, fue el propio invitado estrella del congreso de biocombustibles, el ex vicepresidente norteamericano Al Gore, quien puso el tema sobre la mesa. «Si bien pueden ser parte de una solución (al calentamiento global), deben manejarse con mucho cuidado ya que también su producción tendrá un impacto en el medio ambiente, y podría afectar los precios internacionales de alimentos, y provocar la deforestación innecesaria de bosques», advirtió en su conferencia.
La semana pasada, un duro documento de Greenpeace planteó que el vertiginoso aumento en la producción de biocombustibles va a elevar los precios del maíz, las oleaginosas (como la soja y el girasol) y el trigo entre un 11 y el 26 por ciento para el 2010. Y que cada incremento del uno por ciento en el precio de los alimentos básicos suma 16 millones de personas en el mundo que pierden la garantía de seguridad alimentaria.
«Decidir si inyectar nuestra comida en los tanques de combustible de 800 millones de automóviles o hacerla más accesible para los estómagos de casi 2.000 millones de seres humanos no es una cuestión menor», alertan el ingeniero agrónomo Walter Pengue y el ecogeógrafo Jorge Morello, investigadores del Conicet y miembros del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente de la UBA (Gepama).
Pengue, quien también dirige el posgrado en Economía Ecológica de la Facultad de Arquitectura de la UBA, agrega que la aparente disminución de la emisión de gases del efecto invernadero no toma en cuenta que la industria petrolera va a volcarse a la fabricación de nuevos agroquímicos y fertilizantes, lo que va a profundizar la sobreexplotación de la tierra y la presión sobre la biodiversidad de especies. «No está demostrado que los biocombustibles generen un beneficio ambiental», coincide el climatólogo Osvaldo Canziani, del Programa de Estudios de Procesos Atmosféricos en el Cambio Global de la UCA.
Otra voz crítica es la de Enrique Martínez, presidente del INTI. Según Martínez, la política de biocombustibles –bajo su look renovador– resulta funcional a las petroleras, que mantienen el actual sistema centralizado de distribución de combustibles. En cambio, se pierde de vista lo más sensato: ahorrar energía a gran escala.
Alternativas. La crítica verde a los biocombustibles es una extensión del debate de la soja transgénica (ver columna). La pregunta, otra vez, es si se puede conciliar el beneficio económico con el cuidado del ambiente. Y el modelo productivo que se pretende para el país. Fernando Vilella, director del Programa de Agronegocios de la UBA, sostiene que «debe haber regulaciones que eviten el aumento en la producción de biocombustibles a partir de una deforestación reciente».
El ex decano de la Facultad de Agronomía rechaza asimismo que haya un dilema entre alimentos o energía: «Que suba el precio de la soja, el maíz, los aceites o las carnes que exportamos, es una buena noticia para la Argentina. En todo caso, lo que también tienen que subir son los sueldos.»
Juan Carlos Villalonga, de Greenpeace, propone salir de la discusión restringida a la producción de bioetanol y biodiésel desde el maíz y la soja, y apostar a obtener biocombustibles a partir de insumos que no demanden tierra y sean más eficientes en términos energéticos, como residuos de actividades agrícolas y forestales o desechos urbanos. Un ejemplo sería el de la empresa canadiense Dynamotive, que va a producir en el país un tercer biocombustible –bio oil– a partir del aserrín de aserraderos en Corrientes.
Pero ningún reparo amilana a quienes corren, fervorosos, detrás de la nueva fiebre del oro (verde). Gutiérrez, de Campo en Acción, fue pionero en el negocio del cable, en la década del 80. «Me decían que no iba a andar…», se jacta, socarrón. Ahora juega sus fichas a los biocombustibles y ya maneja un fondo de 100 millones de dólares. Guiña un ojo y sonríe: «Esto va a andar mejor». l
Matías Loewy mloewy@perfil.com.ar | Fotos: AFP y Cedoc
Fuente: http://www.noticias.uol.com.ar/edicion_1586/nota_04.htm