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Biocombustibles: ¿Hacia una revolución energética?

Biofuels-ArgentinaEn la actualidad, los combustibles de origen vegetal son centro de la escena. Algunos los ven como una nueva revolución energética; otros temen una competencia global por los alimentos.

La cuenta regresiva se aceleró dramáticamente hace algo más de medio siglo. Puede durar otros 30, 40 o 50 años -los cálculos varían-, pero todo atisbo al futuro muestra casi sin excepción un planeta sin petróleo, la fuente de energía no renovable que moldeó la historia del siglo XX y cuyo fin inexorable disparó ya el inicio de una carrera contra el tiempo: con mayor o menor urgencia, las grandes potencias (y muchos países menores detrás) buscan sustitutos al «oro negro».

Y en esta apuesta estratégica -opinan algunos especialistas- los biocombustibles asoman como una fuente de energía capaz de reemplazarlo.

De hecho, no parece casual que líderes como George W. Bush, Angela Merkel, Tony Blair y Luiz Inacio Lula da Silva, entre otros, desde hace algún tiempo estén abogando con insistencia por una mayor producción de biocombustibles. Su cálculo, en realidad, es tanto económico y político como ecológico: los años del petróleo barato parecen ser historia y los combustibles vegetales podrían no sólo protagonizar la próxima revolución energética y redibujar el mapa geopolítico sino convertirse, además, en una fuente no contaminante de energía. En un plano hipotético, las posibilidades son ilimitadas, aunque resuenen con insistencia las alarmas -justificadas, según muchos observadores- de quienes cuestionan el uso de alimentos como combustibles.

¿Quiere decir esto que dentro de algún tiempo nos moveremos en automóviles, camiones o tractores impulsados, por ejemplo, por derivados de aceite de soja o de girasol, de alcohol de maíz o de caña de azúcar? En rigor, la era de los biocombustibles, si se hace realidad, está aún, por decirlo de algún modo, en pañales. Y además, todavía son muchos los interrogantes que abre esta posible revolución. Por caso: la transformación en gran escala de productos agrícolas en carburante vegetal, ¿es realmente una respuesta «verde» si un posible resultado es la degradación de los suelos debido al monocultivo en vastas extensiones de tierra? ¿Es el «genocidio» de los pobres que auguró Fidel Castro, en alusión al probable encarecimiento de los alimentos a nivel mundial si una porción importante de las cosechas es destinada a la elaboración de combustibles? ¿O es «la solución que el planeta necesita no sólo para generar empleo sino, también, para descontaminar», como dijo a LA NACION antes de su visita a la Argentina el presidente Luiz Inacio Lula da Silva?

A la hora de ponderar alternativas energéticas, por atractivas que sean, opina Juan Gabriel Tokatlian, director de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés, «desconocer el valor crucial de los bienes primarios como base de la alimentación y como recurso estratégico para garantizar la seguridad alimentaria sería un error mayúsculo». Y, del mismo modo, «eludir el debate de los efectos ambientales de un uso excesivo y abusivo de los suelos para obtener productos convertibles en combustibles sería inconveniente».

Estas discusiones van para largo y, sobre la marcha, todo puede cambiar a medida que avanza la tecnología. La investigación de alternativas vegetales y los avances en materia de conversión de biomasa en fuente de energía recién comienzan. Lo cierto, por ahora, es que el mundo parece encaminado a explorar la alternativa de los biocombustibles y difícilmente cambie de rumbo en lo inmediato. «Hay una apuesta internacional por el bioetanol y el biodiésel, pero no hay una agenda mundial sino una serie de países que se han lanzado a la experimentación y la promoción», explicó a LA NACION Cristian Folgar, subsecretario de Combustibles de la Nación.

A juicio del funcionario, no caben dudas de que el mundo ya abrazó el uso de los biocombustibles, pero aún es temprano para conocer tanto sus consecuencias como su potencial. «La foto nos muestra que en el futuro es inexorable el uso de biocombustibles, pero las preguntas abiertas son la parte de la película que todavía no vimos», dijo.

También Claudio Molina, director ejecutivo de la Asociación Argentina de Biocombustibles e Hidrógeno, considera inevitable que las naftas y el gasoil de origen vegetal ganen espacio en el mercado energético. «El mundo -señaló- asume que estamos cerca del peak de petróleo, punto a partir del cual su producción comenzará a decaer inevitablemente, y hay una coincidencia en la búsqueda de una alternativa renovable, más amigable con el medio ambiente. Los biocombustibles son una de estas alternativas, y además tienen la ventaja de ser fácilmente adaptables a los sistemas de distribución y almacenamiento actuales y de no requerir cambios en los motores».

Por lo pronto, tanto en EE.UU. como en la Unión Europea (UE) y un número importante de países -entre ellos, la Argentina-, el «corte» de las naftas y el gasoil con biocombustibles en distintos porcentajes va a ser una realidad concreta en los próximos años, de acuerdo con una serie de reglamentaciones inspiradas en el Protocolo de Kyoto.

Este simple dato ofrece una dimensión de la apuesta internacional por los combustibles vegetales. Permite, también, estimar un horizonte de demanda sostenida en el futuro, uno de los objetivos que tuvieron en cuenta George W. Bush y Lula al lanzar, el mes pasado, su «alianza del etanol», una ambiciosa apuesta estratégica a largo plazo para promover la producción de biocombustibles: si las potencias -léase Estados Unidos- van a necesitar biodiésel y bioetanol para reemplazar parte de los hidrocarburos que ahora importan de Medio Oriente, Rusia, Venezuela o Nigeria, es necesario diversificar la oferta y fomentar desde ahora su producción a nivel mundial. Y Brasil es, hoy por hoy, el gran campeón regional en materia de biocombustibles.

«Todos se verían beneficiados si esta alianza logra sus objetivos», dijo a LA NACION Sidney Weintraub, experto en energía del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales, un influyente think tank de Washington. «Brasil -dijo- propuso esta alianza porque tiene interés en ganar mercados y porque después de 30 años de experimentación cuenta con la mejor tecnología. Pero la región en su conjunto podría beneficiarse y, ciertamente, también Estados Unidos, de dos maneras: en términos económicos, obtendría el biocombustible que va a necesitar, y, políticamente, afianzaría en lo inmediato el vínculo con Brasil y, en el largo plazo, podría no tener que depender del petróleo que hoy le vende alguien como Chávez».

EE.UU. se propone bajar en un 20 por ciento el consumo de naftas durante los próximos 10 años y reemplazar la mayor parte de este porcentaje por biocombustibles. Y la UE decidió en febrero pasado elevar la meta de consumo de biocombustibles al 10 por ciento del total de combustibles para el año 2020, a fin de reducir las emisiones de gases contaminantes.

Panorama local

En línea con estas previsiones, en la Argentina, las naftas y el gasoil deberán ser cortados con un cinco por ciento de bioetanol y biodiésel, respectivamente, para 2010. Así lo dispone la ley 26.093 de promoción de los biocombustibles, cuyo decreto reglamentario firmó el presidente Kirchner en febrero pasado. Estos porcentajes equivalen a unas 640.000 toneladas anuales de biodiésel y 160.000 toneladas de bioetanol. «Dentro de tres o cuatro años vamos a estar introduciendo biocombustibles en el mercado local en forma masiva», afirmó Folgar, reflejando el optimismo oficial.

Entre los productores y pioneros de los biocombustibles, sin embargo, hay un reclamo de reglas de juego más claras y cierto desencanto tras el entusiasmo inicial, porque, argumentan, con el precio artificialmente bajo del barril de crudo en el mercado local no se puede competir. Y aunque muchos están dispuestos a arriesgarse e invertir, tampoco hay garantías de que en el futuro el negocio vaya a ser redituable.

«En el Gobierno hay algunas buenas intenciones pero no tienen una política de Estado, como sí la hay en Brasil», opinó Gastón Fernández Palma, productor de la zona de Quequén y vicepresidente de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aaprecid), vinculado además a la Asociación Argentina de Biocombustibles. «Tardaron varios años en aprobar la ley y, cuando salió, el resultado fue pésimo: como la ley no fija un marco fiscal previsible y no está claro quién se va a ver beneficiado en el cupo del cinco por ciento de corte de los combustibles fósiles, no alienta las inversiones en el sector», añadió.

¿Está entonces la Argentina a la altura del desafío que plantean los biocombustibles? A priori, según Molina, el país «tiene importantes ventajas comparativas debido a que exporta gran parte de la producción agrícola que produce». De este dato se deduce que, en principio, no hay razones objetivas para que en el país tenga lugar -o al menos gane fuerza en lo inmediato- el debate entre alimentos y combustibles ineludible en otros países. Es decir, no debería replicarse aquí el «efecto tortilla», como se llamó al súbito encarecimiento en México de la popular tortilla de maíz debido al uso cada vez más extendido de bioetanol producido a partir de alcohol de maíz en Estados Unidos.

En el caso de los aceites vegetales, base del biodiésel en un índice de conversión que es prácticamente de un litro por un litro, de los 13 millones de metros cúbicos de aceite que se producen en la Argentina, más del 90 por ciento se exporta en la actualidad. Y si en el país se consumen anualmente unos 12 millones de metros cúbicos de gasoil, según las estimaciones, una operación de regla de tres simple da una idea de las posibilidades hipotéticas.

Si bien no es todavía una revolución, ciertamente el tema despierta fuertes expectativas. Un número creciente de productores grandes y chicos, dirigentes agropecuarios, investigadores universitarios e industriales del sector aceitero de nuestro país están invirtiendo tiempo, dinero y esfuerzo en la exploración de esta alternativa energética; hay quienes ensayan con cultivos alternativos, quienes levantan plantas de biodiésel para autoabastecer las necesidades de sus establecimientos, quienes montan laboratorios de experimentación, quienes promueven la constitución de un polo exportador en Santa Fe. Y hubo quienes, días atrás, hicieron volar un Pucará de la Fuerza Aérea Argentina con Biojet, que contiene un 20 por ciento de derivados de aceite de soja. Fue el primer vuelo a biocombustible del hemisferio sur y el segundo de la historia aeronáutica mundial.

Aunque la Argentina se encuentra todavía varios pasos detrás de Brasil en la materia, todos estos jugadores apuestan, de una manera u otra, a los biocombustibles como negocio rentable y como motor de desarrollo. Pero hay otro aspecto a considerar: «Para el país -observó Tokatlian- podría ser crucial el desarrollo de fuentes alternativas de energía debido a sus limitadas reservas de petróleo y gas».

El horizonte de estas reservas es hoy por hoy del orden de los 10,6 años, indicó Folgar, una estimación que podría variar y crecer con mayores inversiones en el sector petrolero, pero que sin duda tiene un techo. No así los biocombustibles. Y como el signo de los tiempos parece indicar que, aunque puedan durar todavía algunas décadas más, los hidrocarburos serán eventualmente cosa del pasado, bien vale citar una frase que, según el secretario de Combustibles de la Nación, es moneda corriente en el sector: «la Edad de Piedra no llegó a su fin por falta de piedras».

En la Argentina y en el mundo

Menos petróleo. Cada día se consumen en todo el planeta unos 90 millones de barriles de petróleo, un recurso no renovable que, al ritmo actual de extracción, podría durar entre 30 y 50 años, según los cálculos. Se estima que estamos ya cerca del «peak de petróleo», punto a partir del cual la producción comenzará a decaer.

La «alianza del bioetanol». Brasil es el segundo mayor productor mundial de bioetanol, sólo detrás de Estados Unidos. Juntos, estos dos países controlan el 72 por ciento del bioetanol que se produce en el mundo y se proponen dar impulso a un mercado mundial de este biocombustible.

Futuro del mercado local. Para 2010, el consumo interno argentino de biocombustibles deberá ser del orden de las 800.000 toneladas anuales (640.000 de biodiésel y 160.000 de bioetanol), según dispone la ley 26.093, recientemente reglamentada por el decreto 109/07, que prevé un «corte» del 5 por ciento en el gasoil y las naftas tradicionales.

Biodiésel y aceite vegetal. Para producir una tonelada de biodiésel (unos 1130 litros) se requieren 1030 kilos de aceite crudo (1126 litros). Este aceite puede provenir de la soja, el girasol, la colza y la palma, entre otros cultivos. El grano de colza contiene hasta un 45% de aceite, tres veces más que la soja.

Bioetanol y alcohol vegetal. Para una tonelada de bioetanol (unos 1260 litros) hace falta moler unas 18 toneladas de caña de azúcar o 3,5 de maíz, sorgo u otro cereal. La caña de azúcar rinde en promedio unas 65 toneladas por hectárea y es el cultivo utilizado en Brasil para producir biocombustible. En EE.UU., en cambio, se utiliza el maíz.

Precios en la Argentina. El precio del biodiésel ronda los dos pesos más IVA el litro, y el bioetanol, 1,60 más IVA. Su valor no es competitivo en este momento porque las naftas que se venden en el mercado local parten de la base de un precio del crudo muy menor al internacional, en torno a los 35 dólares el barril.

Por Francisco Seminario 

Fuente: Diario La Nación

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