La producción en gran escala de etanol y biodiesel a partir, especialmente, de la caña de azúcar, maíz, soja o girasol, ha conmovido el escenario de estas y otras actividades.
El uso de biocombustibles implica desplazar, en cierta proporción -nunca más allá del 20 por ciento- al petróleo, de fuerte efecto contaminante y principal responsable del recalentamiento de la atmósfera.
Desde ese punto de vista, la novedad debiera ser bienvenida. No es que antes ignoraran esta posibilidad sino que, por los mayores costos, se había preferido postergar esta sustitución en forma significativa.
La conflictiva situación de Medio Oriente, recrudecida debido a la captura de 15 marines ingleses por parte de Irán, volvió a llevar hacia arriba la cotización del barril de crudo (cualquier incidente provoca subas).
Sobre un consumo de 75 millones diarios, Estados Unidos absorbe la cuarta parte; por lo cual, su demanda incide fuertemente sobre el mercado del producto y la pretensión de operar en aquel sentido, también.
En 2006, dicho país adoptó una iniciativa que modificó el cuadro preexistente: desvió 55 millones de toneladas de maíz sobre una cosecha de 267,6 millones; o sea, la quinta parte, a biocombustibles. El impacto fue inmediato: la cotización de dicho cereal, en su mayor medida destinado a alimentar animales, subió en forma inusitada -más del 80 por ciento- e incluso superó el precio del trigo.
Este trascendental giro ha sido ratificado con respecto a la cosecha 2007/08. El secretario de Agricultura anticipó que se incrementará esta finalidad hasta llegar a 85 millones de toneladas. De más está decir que los agricultores tomaron rápidamente buena nota de ello y han decidido ampliar el cultivo de este cereal en un 15,52 por ciento.
Si los rindes son semejantes al período precedente, llegarán a cosechar 313,4 millones de toneladas. En ese país, la tierra tiene un elevado índice de laboreo, razón por la cual deberán reducir el área sembrada de otros cultivos. Es obvio que, automáticamente, se han encarecido los alimentos balanceados y el costo de carnes rojas blancas a nivel mundial.
La zona en que se cultiva soja será la más directamente impactada, ya que ella sola mermará en 9,82 por ciento. Junto con Brasil y Argentina -en ese orden-, son los tres máximos productores del mundo; tal circunstancia preanuncia buenos precios para este oleaginoso y sus derivados, como el aceite.
Pero allí no paran las modificaciones pues, dentro de la gama de biocombustibles, el uso de la caña de azúcar para generar etanol ofrece la versión de menor costo. Ello explica la visita del presidente Bush a Brasil y la posterior de su colega Lula, recibido por aquél con todos los honores en Camp David. Es que, tanto por clima como por extensión territorial apta, es en Brasil donde se dan las mayores posibilidades de atender los crecientes requerimientos de biocombustibles a partir de este insumo, por su economicidad.
En el caso de Argentina, la repercusión es muy favorable a sus intereses. Desde ya, la superficie sembrada y la consiguiente cosecha esperada de maíz ha saltado de 17,5 a 22,5 millones de toneladas (siempre que las copiosas lluvias no la afecten sustancialmente). Por otro lado, que Estados Unidos haya disminuido el área dedicada a soja, también juega a nuestro favor ante la perspectiva de un récord de 45,6 millones de toneladas. En ambos casos, para años subsiguientes, hay amplias perspectivas de incrementarlas. En cambio, ha habido un leve retroceso en trigo.
No todo lo que brilla… El aplauso y la satisfacción no son unánimes. Quizá el primero que alzó su voz de protesta con singular dureza fue nada menos que el reaparecido Fidel Castro, a través de un artículo periodístico que constituye su retorno a la vida publica desde su larga convalecencia. El argumento de fondo es que atenta contra el precio y cantidad de alimentos disponibles, agravando la situación de media humanidad que sufre hambre.
No está solo en esta tesitura. Fue sostenida en Buenos Aires, el pasado martes 27 de marzo, por el doctor Loek Boonekamp, director de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo, organismo internacional especializado de las Naciones Unidas. En tal sentido señaló que Estados Unidos subirá de 18 mil a 45 mil millones de litros para 2015 su demanda y que a ellos sumarán las suyas la Unión Europea, China y otros países con alrededor de 22 mil millones, superando las posibilidades de una futura producción que la ubica para ese año en 64 mil millones.
Ello hace pensar en la disponibilidad de tierras que podrían afectarse al cultivo de cereales y oleaginosos (preferentemente éstos). El diagnóstico resultante es obvio: incrementos de precios y menor oferta de los demás productos; o sea, drástica reducción en las exportaciones de trigo y casi total de otros granos secundarios.
Dado que estas proyecciones suponen que no habrá aumento considerable de superficie, al optarse por productos con destino final al área energética, calculan habrá escasez e insuficiencia para atender fines humanos de sus dietas. Pero frente a esta óptica hay una visión contrapuesta: este nuevo doble propósito al cual, además de Estados Unidos y Brasil, convergen en el mismo sentido la Unión Europea, China, India y Sudáfrica -han creado un Foro Internacional sobre Biocombustibles-, expandiría la obtención de estos insumos. Sostienen que el área sembrada actual es muy inferior a la potencial y que hay suficientes espacios poco explotados en el planeta para cubrir plenamente ambos destinos.
El presidente Lula da Silva ha advertido que los niveles de precios para su uso alimenticio están afectados en medida superior por los cuantiosos subsidios a los agricultores y acopiadores que les otorgan en Estados Unidos, la Unión Europea y Japón. Son éstos quienes están haciendo fracasar la Ronda de Doha de la Organización Internacional de Comercio, que amenaza cancelarse a mitad de año en medio de una rotunda frustración por no aceptar bajarlos. Y que esto provoca pérdidas y miseria generalizada.
Según Lula, respetando los bosques del Amazonas, Brasil puede disponer parte no utilizada de su territorio para extender en varias veces el tonelaje que dispone en la actualidad, en especial de caña de azúcar. Conforme a lo expuesto, sobre 340 millones de hectáreas cultivables, apenas la quinta parte estaría en producción. Dicho país exhibe la mayor y más exitosa experiencia -que data de los últimos 30 años- en la mezcla de etanol y biodiesel mediante motores denominados «flex-fuel», que admiten cualquier proporción de mezcla. Con vistas a un mercado mundial, propugna proyectar el ejemplo a otras latitudes; concretamente, África, Centroamérica y el Caribe.
En el marco del seminario organizado por la Cámara de la Industria Aceitera (Ciara) y el Centro de Exportadores (CEC), realizado durante la última semana de marzo en Buenos Aires, se examinó la situación general y la específica del sector. Estiman que, si hay sustituciones de cultivos en beneficio de las destinadas a biocombustibles, incidirá, antes que en los cereales, sobre las oleaginosas. En esta hipótesis, Brasil debería duplicar su volumen de producción (57 millones de toneladas) de soja y Argentina acrecentarlo en no menos de 20 millones hasta 2010, para atender la demanda potencial futura. Entre ambos países lo pueden hacer pues tienen superficie suficiente, lo que no ocurre en Estado Unidos, y aconsejan encarar en forma intensiva la colza, pues no compite en el uso de la tierra con los de verano.
En consecuencia, la receta para aprovechar al máximo la coyuntura sería una trilogía: extensión del área sembrada, diversificación de cultivos y elección de la mejor tecnología.
El drama del hambre. En cuanto al drama del hambre, la mitad de la población del orbe apenas sobrevive con un ingreso inferior a dos dólares diarios. Frente a ello, el proceso de polarización es creciente desde 1950. Entre el decil más rico y el más pobre, había una brecha de 35 veces que se ha ido ensanchando de tal forma que en 2003 ya era de 89 veces. En este esquema, el flagelo referido reinará siempre.
La disponibilidad de alimentos sería suficiente, pero se maneja de forma tal que arroje la máxima tasa de beneficio. Por otra parte, los grandes centros del poder privilegian otorgar subsidios a sus productores (mil millones de dólares diarios) que afectar esa cifra u otra menor a crear mejores expectativas de vida en el planeta. Erradicar el hambre, proveer servicios de salud y educación primaria a todos estos menesterosos insumiría menos de 200 millones de dólares por día, apenas el ocho por ciento de lo que gastan en armamentos o la mitad que en Irak. Quienes postulan e insisten en la vigencia de bajos precios, sin advertirlo, prevén que los pobres no mejoren su situación y queden donde están, como única chance de poder acceder a ellos para así terminar con las carencias vitales.
La ampliación en el cultivo de caña de azúcar, maíz o soja sería una vía directa y sólida. La meta mas ambiciosa de expansión de los biocombustibles pretende llegar al 20 por ciento del consumo energético; para lo cual, sin disminuir la cosecha ya alcanzada de cereales y oleaginosos, exigiría encarar el incremento de la producción de por lo menos un 50 por ciento hasta 2015. Un área muy extensa de países con menor ingreso y miseria en ascenso puede y debe participar en esta epopeya que, al mismo tiempo, atemperaría el temible «efecto invernadero». Por lo tanto, la solución integral no está en oponer como opciones irreconciliables alimentos o biocombustibles sino crear e impulsar el uso intensivo de las tierras del planeta, para que se cumplan las dos finalidades sin desmedro recíproco, y ello es posible. Mantener, como hasta ahora, medio mundo sumergido en necesidades esenciales insatisfechas hará que de aquí a 2050 haya nada menos que seis mil millones de mendigantes casi famélicos. Un mundo insostenible e inviable… que terminaría explotando.
Por Salvador Treber Profesor de Posgrado Facultad de Ciencias Económicas
Universidad Nacional de Córdoba
Fuente: Diario La Voz Del Interior