La agricultura certificada, la forestación y los mercados de carbono son algunas de las alternativas para frenar el deterioro del medio ambiente.
El ex beatle Paul McCartney acaba de recomendar al Parlamento Europeo no comer carne un día a la semana como la medida individual más eficaz para frenar el cambio climático.
Años atrás, este pedido podría haber sonado a una extravagancia propia de un artista que vive en su torre de marfil cantando bajo la ducha viejos éxitos como Help! o Yesterday, muy lejos de los problemas mundanos. Pero después de las agitadas conversaciones de Copenhague conviene no tomarle el pelo al ex beatle McCartney. El borrador, base del futuro Acuerdo de Copenhague, comienza con la siguiente declaración: «Las partes subrayan que el cambio climático es uno de los mayores retos de nuestro tiempo y se comprometen a una respuesta fuerte para limitar el aumento global de la temperatura a un máximo de dos grados sobre los niveles preindustriales».
La mayor cumbre dedicada al problema del medio ambiente de la historia, que involucró a 192 países y cientos de líderes mundiales, entre ellos el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, tendrá sin duda un antes y un después. Entonces ¿Puede el agro argentino hacerse el distraído con este problema?
La actitud más prudente sería incorporar a la variable medioambiental, en particular la emisión de gases, entre los factores que definirán el negocio agropecuario en el futuro.
En una lista de quienes protagonizarán el nuevo proceso aparecen: la agricultura certificada, la medición de gases de efecto invernadero, los mercados de carbono, la siembra directa, la necesidad de obtener una mayor eficiencia ganadera, los biocombustibles de segunda generación y la forestación.
Se debe consignar que el calentamiento del planeta ha puesto todo patas para arriba. En el proceso de discusión la ciencia tiene que andar a los codazos con las ideologías y con los intereses de los países y grupos más variados. Se escuchan por estos días todo tipo de teorías y soluciones, como la de Paul McCartney.
El músico quedó impactado luego de leer el informe de Naciones Unidas «La alargada sombra de la ganadería», que afirma que la producción de carne emite un 18% de los gases de efecto invernadero, por encima del transporte, con un 13%.
¿Qué mejor prueba de que todo está patas para arriba que ahora son las inocentes vaquitas las que están sentadas en el banquillo de los acusados?
Según un informe científico una vaca lechera europea emite la misma cantidad de gases de efecto invernadero que un auto a 60 kilómetros. O para ponerlo en términos aún más gráficos, la idílica imagen de un rebaño de vacas en una pradera representa una amenaza para el ambiente mayor que la de un camión circulando por una autopista.
La explicación a esta nueva versión de buenos y malos del ambiente la tiene Guillermo Berra, del INTA Castelar. «La vaca emite gas metano y óxido nitroso como consecuencia de los excrementos, bosta y orina, y de la fermentación en el rumen. El metano tiene un potencial de calentamiento 21 veces mayor que el dióxido de carbono mientras que el óxido nitroso es de 310 veces», explica.
Las vacas al banquillo
Según este especialista, que trabaja desde hace diez años con un equipo profesional en la medición de los gases de efecto invernadero, en la Argentina la ganadería es responsable del 35% de los gases emitidos totales y si se suman el resto de las actividades agropecuarias se alcanza el 41% del total de gases emitidos. «Después del sector energético, es la actividad más comprometida. Conocer esta influencia obliga a un mayor compromiso en defensa del ambiente.»
A la pregunta sobre qué se debería hacer en la ganadería para mitigar la emisión de gases, la respuesta de Berra no se hace esperar: «Aumentar la productividad», dijo.
«Generalmente aumentar la producción significa andar a las patadas con el ambiente. En el caso de la ganadería no es así. A mayor producción, a mayor productividad, menos emisión de gases sobre kilo de carne o litro de leche producido. Por ejemplo, tener una alta ganancia diaria de peso en los novillos significa que terminarán antes su ciclo y que por lo tanto dejarán de contaminar. Lo mismo ocurre con la cría: tener vacas en el campo sin preñar significa también tener un animal que contamina pero que no produce. Las mejores digestibilidades provocan menos emisiones», explicó Berra.
Para sumar al concepto de mayor productividad igual a menor emisión de gases, se debe consignar el estudio efectuado en los mega tambos industriales de Estados Unidos, donde se demostró que emiten el 37% de lo que se emitía en 1944 para producir la misma cantidad de leche.
Gastón Fernández Palma, presidente de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid), cree que se abren grandes oportunidades para esta técnica en la medida que comience el proceso de certificación de la agricultura. «La siembra directa, además de aumentar los porcentajes de materia orgánica del suelo, favorece el secuestro de carbono y por lo tanto mitiga la emisión de dióxido de carbono. Por el contrario, las labores mecánicas del suelo provocan emisiones de este gas a la atmósfera contribuyendo al calentamiento global. La siembra directa ofrece a la mitigación del aumento de la temperatura ambiente el doble mecanismo del secuestro y la conservación del recurso suelo».
Convertir suelos de labranza tradicional a suelos en siembra directa, con un adecuado manejo, puede ofrecer entre 250 y 700 kg de carbono por hectárea año.
Para Fernández Palma es necesaria la implementación de la Agricultura Certificada, para que los agricultores que secuestran carbono por la siembra directa puedan recibir una retribución por su servicio.
«Uno de los problemas que debemos enfrentar es que el Panel Intergubernamental de Cambio Climático toma como fijadores de carbono sólo a los montes, bosques y pasturas. Ignora a los lotes de siembra directa que se toman como emisores de carbono como al resto de la agricultura.
Creo que debemos insistir en este punto. Nosotros en Aapresid estamos trabajando en la medición de la emisión de gases de cultivos en directa», apunta Fernández Palma.
Una de las mayores polémicas del calentamiento global se encuentra en el uso de los biocombustibles. Aquí no hay medias tintas en un debate por demás acalorado, como no podía ser de otro modo.
Claudio Molina, director de la Asociación Argentina de Biocombustibles, observa una consolidación en los biocombustibles de segunda y tercera generación, que provienen de la celulosa y residuos.
«Aunque EE.UU. y Europa hayan definido sus matrices energéticas y la participación de las energías renovables en estas, lo cierto es que se encuentran enfrascados en una lucha de intereses económicos, políticos e ideológicos. Al momento no hay protocolos para certificar los biocombustibles» afirma Molina.
Según el especialista esto se hace imprescindible para cuantificar la sustentabilidad de los biocombustibles y la sustitución que hacen de los gases de efecto invernadero. Los biocombustibles tienen que enfrentar además la carga de una legislación que atiende el impacto indirecto en el uso del suelo.
Según esta legislación la mayor demanda que provocan los biocombustibles repercute en mayores superficies de tierras vírgenes que entran en producción, lo que se toma en cuenta al momento de medir su eficacia.
El mercado de carbono será sin duda otro de los protagonistas. Las certificadoras afilan los dientes porque observan un incremento de los canjes de carbono una vez que queden definidas las pautas para el 2012, cuando expiren las reglas fijadas en el Protocolo de Kyoto.
Una buena parte de los especialistas reunidos en Copenhague cree que todavía no hay una toma de conciencia del esfuerzo que se necesitará para reducir la emisión de gases. Y advierten que cada día que pasa la dificultad aumenta. «¡Hay que comenzar ya!», exclaman.
El agro ya sabe cuáles son sus deberes.
Por Félix Sammartino
De la Redacción de LA NACION
Fuente: La Naciòn