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El transcurso histórico alumbró nuevas dicotomías políticas enfrentando a los unitarios con los federales, a los peronistas con los antiperonistas. Finalmente, la sociedad ha desembocado en la “grieta” actual.
En materia de economía, nuestro país también dicotomizó, en el siglo XIX el librecambio versus el proteccionismo.Posteriormente, en momentos de la industrialización por sustitución de importaciones, la disyuntiva fue campo o industria.
Ya entrado el siglo XXI, el debate pareció girar en torno a la disyuntiva de Desarrollo o Medio Ambiente, planteados como temas mutuamente excluyentes y polarizados, en muchos casos, por la percepción social de los temas y con una notable ausencia de reflexiones sobre el mejor estado actual de la técnica.
En este sentido, hemos visto posiciones mutuamente excluyentes del tipo fracking si o fracking no; minería sí o minería no, cuando el debate debiera pasar por como se pueden desarrollar actividades mineras o petroleras respetando las mejores prácticas ambientales que hagan que las mismas sean medioambientalmente sustentables y promuevan el desarrollo económico y social del país.
Esta falsa dicotomía entre “Desarrollo o Medio Ambiente” no es exclusiva de nuestro país y tiene una razón de ser comprensible. La ciencia económica actual se debate entre dos desafíos de gran magnitud e índole intertemporal de acuerdo con lo planteado anteriormente: en el momento presente, la urgencia pasa por resolver la pobreza.
De acuerdo con datos del Banco Mundial, durante 2015, el 26,2% de la población mundial vivía con menos de U$s 3,2. En paralelo, el segundo gran desafío consiste en reducir las emisiones de CO2 que pueden comprometer el desarrollo futuro y asegurar una explotación de los recursos en línea con las mejores prácticas ambientales.
Los últimos informes del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) han reafirmado las peligrosas consecuencias de que la sociedad global no pueda evitar que el cambio de temperatura sea inferior a los 2 grados centígrados, e incluso hoy hay científicos que advierten consecuencias presentes.
El foco en estos dos problemas se ha visto reflejado en los últimos premios Nóbel de economía: en el año 2018 William Nordhaus fue galardonado con dicho reconocimiento “por integrar el cambio climático en el análisis macroeconómico de largo plazo”. En 2019 Esther Duflo, Abhijit Banerjee y Michael Kremer recibieron la distinción “por su enfoque experimental para aliviar la pobreza global”.
Como sociedad, debemos comprender que los efectos negativos en el mediambiente ya están perjudicando el desarrollo social y económico del planeta en general y de Argentina en particular. De allí el especial interés en cuidar el acervo ambiental: significa cuidar las posibilidades de desarrollo futura. Por su parte, si no logramos un nivel desarrollo compatible con la disminución de la pobreza y la generación de oportunidades laborales, no dispondremos de los recursos humanos necesarios, ni para el presente, ni para el futuro.
De estás reflexiones derivan la necesidad de asegurar que todas las actividades económicas, especialmente las vinculadas a los recursos naturales, sean realizadas respetando los mejores estándares medioambientales de manera que permitan la sustentabilidad
intertemporal en el uso de los recursos, asegurando el desarrollo presente y futuro.
En tal sentido, la Bioeconomía ha surgido como un paradigma que busca atender ambos problemas intertemporales a la vez. De esta forma, a través de la utilización eficiente de los recursos de origen biológico, apela al desarrollo económico comprometido con los desafíos del cambio climático.
Recientemente, hemos visto como en los medios periodísticos se abre una disyuntiva en los mismos términos: petróleo o biocombustibles; vaca muerta o la vaca viva.
Argentina está en la cuarta posición de disponibilidad de recursos técnicamente recuperable, hablando de petróleo, lo que le permite pensar en un desarrollo promisorio en ese sentido. La mayor cantidad de esos recursos están alojados en 30.000 kilómetros cuadros en el yacimiento llamado Vaca Muerta.
Por su parte, la Vaca Viva, comprende el gran potencial agropecuario Argentino, con un dimensión 20 veces superiores a Vaca Muerta con una producción actual y potencial de biomasa que lo constituye en un motor indispensable para el desarrollo del país.
Nuestro país es el principal exportador de aceite de soja del mundo y se encuentra entre los tres principales exportadores de maíz de América.
La disponibilidad de materias primas lo posiciona como uno de los principales países para seguir desarrollando el negocio derivado de las biorrefinerías. Este tipo de desarrollo agroindustrial asociado a la química verde permite sustituir productos típicamente derivados de procesos de refinación de fósiles y petroquímicos por otros basados en la oleoquímica y alcoquímica.
El petróleo y los biocombustibles no debieran ser planteados como conceptos mutuamente excluyentes: ambos son parte de la solución y de la articulación de un modelo de desarrollo que debe apuntar a generar empleos, desarrollar el interior del país y generar divisas necesarias para evitar los recurrentes eventos de stop and go que caracterizan a nuestra economía en momento de estrangulamientos de las cuentas externas.
Para nuestro país resulta indispensable buscar una convivencia viable y competitiva de largo plazo entre los biocombustibles y los combustibles fósiles. Todo en una estrategia de largo plazo que reconcilie las necesidades del desarrollo y el cambio climático, con un modelo de agregación de valor optimizando los recursos biomásicos disponibles y potenciales.
Escribe Mg. Agustín Torroba*
* Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (Instituto Especializado de la OEA)
FUENTE: ENERGIA Y NEGOCIOS