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En el encuentro anual de la Asociación de Siembra Directa se hizo eje en la sustentabilidad y la trazabilidad de los productos agrícolas.
Taboada destacó el rol de los suelos como reguladores del clima a través del secuestro de carbono.
El desafío de alimentar a un mundo cada vez más demandante de alimentos tiene a la Argentina en una posición privilegiada. No obstante, las nuevas exigencias de los mercados internacionales sobre las garantías de trazabilidad y sustentabilidad de los productos agrícolas que llegan a las góndolas aparecen como datos insoslayables. Ese fue un tema central en el Congreso de Aapresid «Sustentología«, donde Miguel Taboada, investigador del Centro de Investigación de Recursos Naturales (Cirin) del Inta y del Instituto del Suelo del Conicet, analizó los desafíos que le impone la demanda a la producción agrícola y a la cadena de valor argentina.
Como disparador, caracterizó las demandas ambientales y de seguridad alimentaria actuales que plantean los mercados agroexportadores. «Hay un consenso internacional de que la mejor manera de abordar la inocuidad de los alimentos es a través de un enfoque basado en el riesgo, desde el campo hasta la mesa, que se centre en una prevención redituable», dijo, y subrayó que en la mayoría de los 21 países nucleados en la Organización de Países para la Operación y el Desarrollo Económico (Ocde) se establecieron sistemas de trazabilidad para alimentos y productos agrícolas específicos a nivel nacional. Un caso emblemático es el de los países de la Unión Europea (UE), que fijaron un sistema de etiquetas de calidad como una ayuda a la decisión por los consumidores, pero también son un medio de control de los alimentos, ya que esa etiqueta garantiza la trazabilidad del producto a un área de producción y la aplicación de un conjunto de competencias y know-how.
Taboada señaló que en los países en desarrollo las normas suelen ser «más laxas», a excepción de los productos incluidos en cadenas de suministro para mercados de alto valor, particularmente exportaciones (como café, cacao, miel, carnes de alta calidad) en los que este enfoque de trazabilidad también ha sido especialmente aplicado.
«El sistema de producción, transporte y venta de alimentos fue identificado como uno de los principales contribuyentes al cambio climático. Debido a la mayor conciencia, el cálculo de la huella de carbono (H de C) de los productos alimenticios se volvió cada vez más popular entre los investigadores y compañías que desean determinar el impacto de sus productos en el calentamiento global y comunicarlo a los consumidores», dijo.
La función del suelo. Taboada se refirió al rol que cumplen los suelos ante esta demanda, a los servicios ambientales que éstos prestan para satisfacer las nuevas instituciones internacionales. «Los suelos están situados en el centro de estas demandas alimentarias, pues no sólo cumplen la función de atrapar y filtrar a muchos eventuales elementos potencialmente tóxicos o persistentes que pasan a través de él, sino también de regular el clima a través de las emisiones de gases con efecto invernadero (GEI) y el secuestro y almacén de carbono en los perfiles. Estas funciones son conocidas como los Servicios Eco sistémicos (SE) prestados por los suelos», precisó.
Según explicó, existe una creciente consideración por aquellos SE que no poseen un valor de mercado intrínseco, como los servicios de mantenimiento de stocks de carbono, reservas de biodiversidad y los de regulación de la calidad del agua y del aire, algo que se percibe en los canales de comercio minorista de la UE, los cuales sufrieron fuertes cambios y concentración de actores, con productos de marca propia.
«Se observa la preferencia de productos con la etiqueta BIO, que certifica que un producto comercializado cumple con el Reglamento de Agricultura Orgánica de la UE, basado en la prohibición de fertilizantes y plaguicidas sintéticos», acotó. En cuanto al rol de la agricultura extensiva de grandes superficies, dijo que puede ser afectada por procesos de contaminación no localizada o difusa, como por ejemplo la que deriva del excesivo uso de pesticidas y fertilizantes minerales y el riego con aguas de pobre calidad.
«La fuerte tendencia actual al monocultivo de soja promueve reducciones de la materia orgánica y diversas formas de deterioro estructural que favorecen el desarrollo de procesos erosivos en suelos descubiertos», afirmó Taboada, y aportó datos de la Tercera Comunicación Nacional para el Cambio Climático, que demuestran que en 2010 la Argentina emitió unas 4,5 toneladas de CO2 equivalente por habitante, cifra no menor a nivel mundial.
FUENTE: DIARIO LA CAPITAL/ROSARIO/SANTA FE/ARGENTINA