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El Ministerio de Ciencia y Técnica de Argentina lanzó hace muy poco dos convocatorias para presentar proyectos de bioeconomía, y participa activamente en las reuniones internacionales sobre este tema. Efectivamente, el concepto de bioeconomía ha ido adquiriendo importancia a nivel global. El idioma inglés distingue bioeconomics de bioeconomy.
La primera se refiere a cómo el campo de estudio de la economía está estrechamente relacionado con el de la biología. Para el famoso economista inglés Alfred Marshall,la relación entre ambas ciencias es clave. En su Obra Principios de Economía (de 1890) expresa que así como los musulmanes miran en dirección a la Meca, la economía debe mirar hacia la biología. Por ejemplo, encuentra analogías entre los conflictos entre empresas para sobrevivir y la lucha por la supervivencia de las especies en la naturaleza.
El segundo concepto es más práctico y ha sido introducido más recientemente (en los años 2000). De lo que trata la bioeconomía es esencialmente del uso de recursos renovables para la producción. Un ejemplo de esto es la utilización de azúcar o grasas animales para producir biocombustibles. La contribución de la quema de combustibles fósiles (no renovables) al cambio climático explica en parte el vuelco hacia el uso de recursos renovables con fines productivos.
Hay estimaciones disponibles para varios países sobre el aporte de la bioeconomía (entendida en el segundo sentido) a ventas y empleo: por ejemplo, se calcula que da ocupación a más de 17 millones de personas en Europa. A nivel local, un estudio sobre Argentina realizado para la Bolsa de Cereales estima que la bioeconomía contribuye en alrededor del 15% del PBI (dato de 2012). Se piensa que Argentina posee características (por su abundancia de recursos naturales) que ofrecen muchas oportunidades para el desarrollo de la bioeconomía.
La idea de base es que la bioeconomía podría llevar a una mayor sostenibilidad económica, social y ambiental. Para que un proyecto sea bueno para el progreso social, deben considerarse simultáneamente estos tres aspectos. Una opción para ello es hacer un flujo de fondos (una valuación) que considere los beneficios y los costos que tenga el proyecto para la economía, la gente y el planeta, y evaluar con un criterio como valor actual neto o tasa interna de retorno si vale la pena llevarlo a cabo. En este caso lo que se estaría haciendo es lo que se denomina una valuación social (y no privada) del proyecto. Con este criterio, podrían aprobarse actividades que si bien generan costos ambientales (por ejemplo, aumentan las emisiones de carbono), tienen tantos beneficios en términos de generación de divisas o empleo, que vale la pena llevarlas a cabo.
Otra alternativa es pensar que llevar a cabo este tipo devaluaciones es muy difícil y que es mejor usar indicadores para el análisis de la bioeconomía. Esto es, variables que deberían cuantificarse para ver si un proyecto dentro de esa categoría es positivo o no (empleo, emisiones de carbono, etc.). Así, se puede hacer un tablero de indicadores y comparar los proyectos, no según sus beneficios netos sino según un índice basado en estos indicadores.
Ninguna de las dos opciones es fácil de implementar. Lo que es seguro es que deben considerarse los beneficios y los costos de este tipo de proyectos, ya sea mirando sus efectos usando una unidad monetaria o, con su alternativa, usando un índice basado en indicadores.
POR MARIANA CONTE GRAND
(*)Directora del Doctorado en Economía, UCEMA
FUENTE: AMBITO