Los investigadores seleccionan las semillas en su laboratorio/Alejandro Cherep.
Investigadores hispano-argentinos ensayan su potencial energético para biodiesel.
En un futuro no lejano, cuando usted pida mostaza, será para llenar el depósito del coche y no para condimentar los perritos calientes. En la búsqueda de nuevas fuentes de energía que sustituyan a los combustibles convencionales, un equipo de investigadores en Argentina y otro en España estudian el potencial de dos especies de mostaza: la etíope (Brassica carinata) y la india (Brassica juncea).
Ambas poseen una considerable concentración de aceite y por consiguiente, un alto valor energético. En Argentina, la tarea de encontrar una alternativa a los hidrocarburos es una lucha contra el tiempo; se calcula que en menos de un siglo ya no habrá gas suficiente para llenar una bombona y que para buscar nuevos yacimientos petrolíferos habrá que aventurarse en las aguas del Atlántico, a 200 kilómetros de la costa.
«En nuestro país, sólo el 1% de los cultivos se destina a la producción de energía. Y de lo poco que se obtiene, el 100% proviene de la soja», indica Patricia Jiménez, participante argentina del «proyecto mostaza».
La idea surgió a raíz de la polémica que libran los defensores de los biocombustibles, con aquellas organizaciones sociales o ambientalistas para quienes la explotación de la soja, la caña de azúcar o el maíz con fines energéticos dejaría sin alimento a los más pobres del planeta.
En un congreso celebrado en 2008 en España, Antonio De Haro, profesor de agronomía de la Universidad de Córdoba y miembro del Instituto de Agricultura Sostenible (IAS), anunció que a diferencia de los otros cultivos, las citadas mostazas pueden crecer en suelos áridos o semiáridos y bajo temperaturas extremas. Y que mediante la biogenética, es posible acentuar esas propiedades, creando un suministro de combustibles vegetales que no afectaría la producción de alimentos.
«Es una solución que vendría como anillo al dedo en Argentina, donde dos tercios del territorio son semiáridos y donde la soja y los cereales ocupan casi todas las tierras fértiles», comenta Daniel Sorlino, otro integrante del programa De Córdoba a Córdoba.
El título se debe a que las semillas, genéticamente manipuladas a fin de reducir el proceso de floración y aumentar el contenido oleaginoso, se producen en los laboratorios de la Córdoba española y se siembran en un vivero de la provincia de Córdoba en Argentina. El experimento también se lleva a cabo en la franja central de las provincias de San Luís, Santiago del Estero y Chaco.
La Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) financia el proyecto de las universidades con miras a diversificar los biodiésel, que en los países de la Unión Europea sólo se obtienen de la colza. Otra ventaja que en Argentina puede inclinar la balanza a favor de las mostazas es que la soja posee altos índices de yodo que son incompatibles con los estándares que impone la Unión Europea a la importación de biocombustible. «Además, las brassicas son más resistentes a las plagas; Antonio de Haro descubrió que poseen una sustancia -el glucosinolato- que actúa como biofungicida natural», agrega Sorlino.
En cuanto al proceso productivo, el especialista argentino destaca que los cultivos perennes, como la caña de azúcar o el maíz, suponen un serio riesgo para el agricultor. Con una helada o una plaga llega el riesgo. Ante un percance similar, la mostaza (cultivo cíclico) se sustituye por otra planta y así se reducen las pérdidas. Aunque el hallazgo de otra fuente de energía renovable y limpia lo entusiasma, Daniel Sorlino considera que los biocombustibles sólo ofrecen una solución intermedia al agotamiento de los combustibles fósiles. «A más largo plazo, no cabe duda que la respuesta está en el hidrógeno», concluye.
Ramy Wurgaft
Fuente: El Mundo/España/Spain