El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, lanzó la semana pasada un nuevo órdago al establishment energético planetario. Fue durante la clausura de la I Conferencia Internacional sobre Biocombustibles celebrada en São Paulo, que concluyó que la producción mundial de etanol crecerá un 200% en los próximos seis años, comiéndole terreno a los combustibles fósiles. En el punto de mira brasileño está el continente africano, vasto en hectáreas de tierra baldía y generoso en sol y mano de obra, elementos esenciales para el cultivo de la caña de azúcar.
Discretamente y sin hacer ruido, hace dos años que Brasil desembarcó en África con el objetivo de dar un nuevo giro de tuerca en su estrategia para implantar mundialmente la energía verde, pero también para hacer negocios y consolidar su influencia en la región; todo ello en un momento en el que China también tiene su mirada puesta en las materias primas y la mano de obra del continente negro. El pulso está soterrado pero es real.
Brasil es el segundo productor mundial de etanol, sólo por detrás de Estados Unidos. También es el país que más conocimiento y experiencia atesora en la investigación de los biocombustibles. Siete de cada diez vehículos brasileños se mueven hoy con alcohol.
El interés de los brasileños por el desarrollo de esta fuente de energía verde se remonta a la crisis petrolífera de los setenta, cuando el país decidió usar sus excedentes de caña de azúcar para producir un combustible alternativo que disminuyese su dependencia del crudo. Hoy, varias empresas brasileñas, empezando por la propia petrolera estatal Petrobras, están en la vanguardia del mercado del etanol, y en Brasilia se piensa que ha llegado el momento de lanzar el negocio a escala planetaria. «Sólo habrá un mercado internacional de biocombustibles si muchos países producen y muchos países compran», comenta a EL PAÍS una alta fuente del ministerio brasileño de Relaciones Exteriores.
A lo anterior hay que sumar el ya consabido interés de Lula por crear un área de influencia estratégica brasileña en el continente africano, algo que se refleja claramente en la siete visitas oficiales que ya ha realizado a la región desde que es presidente. Más de una por año.
Buena fe de lo que se está fraguando entre Brasil y África da la reciente visita a Brasilia del presidente del Banco de Inversión y Desarrollo (BIDC) de la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (CEDEAO), Christian Adovelande. Las reuniones que se desarrollaron entre Adovelande y funcionarios de la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (EMBRAPA) pasaron desapercibidas, si bien en ellas está la clave de los movimientos económicos que se avecinan en estos países. Según declaró el director del BIDC, África está determina da a ayudar a Brasil en su pretensión de convertir el etanol en una materia prima de referencia mundial, como a día de hoy lo es el petróleo o el gas natural. A cambio, Brasil transferirá tecnología y creará puestos de trabajo en la región.
Desde Brasilia también se esgrimen argumentos de tintes humanitarios, como el combate a la escasez energética que aflige a no pocos países africanos. «Los países no se pueden desarrollar sin energía, y hoy en África la media de población que tiene acceso a ella es del 30%. En África del oeste esta media cae hasta el 4%», explica la fuente anteriormente citada. «Es importante que estos países adopten su propia lógica energética y el etanol es una buena alternativa. Ante los argumentos de que el etanol va en detrimento de la producción de alimentos hay que dejar clara una cosa: África ya dejó de producir alimentos hace mucho tiempo», concluye con contundencia.
Lula ya tiene quince países de su lado
De los quince países africanos que estarían dispuestos a producir etanol con tecnología y supervisión brasileña (Benín, Burkina Faso, Cabo Verde, Costa de Marfil, Gambia, Ghana, Guinea, Guinea Bissau, Liberia, Mali, Níger, Nigeria, Senegal, Sierra Leona y Togo), en algunos de ellos ya se han iniciado las primeras inversiones de empresas de bandera brasileña. Es el ejemplo de Ghana, donde recientemente se ha inaugurado una delegación permanente de la EMBRAPA para supervisar los proyectos lanzados en la región. En este país que baña sus costas en el Golfo de Guinea, la constructora brasileña Constran ha invertido más de 300 millones de dólares en la infraestructura necesaria para procesar anualmente entre 150 y 180 millones de litros de etanol a partir de la caña que se recoja en 30.000 hectáreas cultivadas. ¿Quién será el último beneficiario del preciado combustible verde? La firma sueca Svenks Etanolkemi AB (Sekab) ya se ha comprometido a comprar la producción de etanol made in Ghana durante diez años.
En lo sucesivo, la lógica pretende ser la misma: la EMBRAPA tutelará emprendimientos entre empresas brasileñas y locales para la producción de etanol, financiados en parte con créditos blandos concedidos por el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) de Brasil. La idea es que el mercado de esta producción acabe situándose en la Unión Europea (UE), expandiendo de esta manera el consumo de etanol en una de las regiones más relevantes del globo. El negocio, por tanto, tiene varios frentes abiertos.
«Los estudios de que disponemos nos indican que las condiciones para la plantación de caña en algunos países africanos son excelentes. Son tierras que se asemejan mucho al cerrado brasileño», explica José Roberto Rodrigues, Director General de Transferencia Tecnológica de la EMBRAPA. Según Rodrigues, es evidente que junto al loable objetivo de estimular la soberanía alimentaria y energética de África, la implantación de proyectos en la región abre una nueva brecha a la industria brasileña del agronegocio para obtener pingües beneficios.
El viernes pasado Lula fue gráfico en un discurso dirigido claramente a los europeos: «Lo que nos gustaría es que los países ricos, al adentrarse en la era de los biocombustibles, cierren colaboraciones con los países pobres, sobre todo en África, para que allí puedan producirse parte de los biocombustibles que los países ricos desean. Es una forma de ayudar al desarrollo de África, es una forma de resolver el problema de la inmigración».
Por Francho Barón
Fuente: El País