biocombustibles

Su majestad, el Señor Yuyo

Por Nestor O. Scibona/No sólo el vocablo inflación eliminó de sus discursos la presidenta Kirchner, para sustituirlo por conceptos menos duros como dispersión o distorsión de precios, con el copyright del ministro Boudou y la complicidad del Indec.

Desde hace tiempo, Cristina reemplazó otro término de indudable connotación negativa: ya no habla del «yuyito» para referirse a la soja; sin duda, debido a la importancia que las exportaciones del complejo sojero han adquirido para su política económica, si así podría llamarse a la estrategia de impulsar sin límite el gasto público y fogonear la demanda interna.

En 2011, la soja volverá a jugar, como lo hizo en los últimos años, un papel clave para la economía argentina. Es una de las principales fuentes de divisas (casi US$ 20.000 millones en 2010, incluidas harinas, aceites y biocombustibles) y, además, de ingresos fiscales a través de las retenciones, que el año pasado aportaron al Tesoro el equivalente de US$ 6600 millones. De este total, casi una tercera parte (30%) se redistribuye entre los gobiernos provinciales ($ 7500 millones en 2010) y les permite financiar proyectos sociales. Más del 90% de la producción se coloca en el exterior, ya que -a diferencia de otros cultivos- el consumo interno es muy bajo y no incide mayormente en la canasta familiar, pese a sus altos precios internacionales.

Estas características aseguran que a la economía no le falten estructuralmente dólares ni recaudación, lo cual disipa riesgos de crisis como las que en el pasado obligaban a drásticos ajustes cambiarios o fiscales cuando se carecía de una u otra cosa. Si se trata de un yuyo, habría que otorgarle un tratamiento protocolar similar al del título de esta columna, por más que la explosiva expansión del área cultivada (pasó del 27 al 60% del total en el período 1995-2010) haya arrinconado a otras producciones agropecuarias menos rentables.

Transformación inédita

Otra buena noticia es que en esta campaña la cosecha será importante, aunque no alcance los niveles récord de 2008. Las oportunas lluvias de fin de enero y comienzos de febrero ahuyentaron al fantasma de la sequía, responsable de la drástica caída de 2009. Según estimaciones de la Bolsa de Cereales, la producción se ubicaría ahora en torno de 47 millones de toneladas, aunque otros cálculos no descartan que se acerque a 49/50 millones. Los rindes no serían tan espectaculares como los que en 2010 (con 52,6 millones) contribuyeron a la fuerte expansión de las zonas productoras, que encabezan Buenos Aires (con 17 millones), Córdoba (13 millones), Santa Fe (10 millones) y Entre Ríos (4 millones). Pero esta merma se compensa con el repunte de los precios internacionales, que en Chicago orillan los US$ 540 la tonelada. En consecuencia, su efecto multiplicador seguirá siendo relevante: una estimación del Movimiento CREA sobre la relación gasto/inversión agrícola indica que el capital de trabajo involucrado en la producción de soja ascendió el año pasado a $ 20.000 millones. A su vez, el complejo sojero representa el 26% del valor agregado de la producción y el 51% de las exportaciones de las 31 principales cadenas agroalimentarias. A ellas deben sumarse las ventas externas de biocombustibles (US$ 1250 millones), que, junto con el 7% que debe mezclarse internamente con gasoil, han convertido a la Argentina en el cuarto productor mundial de biodiésel.

En cuanto al poroto de soja argentino, comparte este año el podio detrás de los Estados Unidos (90,6 millones de toneladas) y de Brasil (68,5 millones).

La explosiva expansión del complejo sojero en los últimos 15 años es producto de una transformación inédita, que combina múltiples factores que lo convierten en una de las cadenas de valor más dinámicas y competitivas de la economía argentina. En un interesantísimo trabajo, titulado «La bendición de la maldita soja», los economistas Lisandro Barry y Carlos Quaglio explican que el salto productivo obedece a fuertes inversiones en nuevas técnicas (siembra directa), biotecnología (soja transgénica, fertilizantes y herbicidas), uso intensivo de maquinaria agrícola, almacenaje (silos bolsa), logística (puertos privados), organización en red (de servicios y financiación) y desarrollo de la industria agroalimentaria y de biocombustibles, que provocaron un cambio estructural que va más allá de la simple producción primaria. Estos factores permitieron aprovechar la creciente demanda de alimentos de países como China y la India, que se tradujo en un sostenido aumento de precios internacionales. Para estos especialistas, el futuro es aún más promisorio. Estiman que la demanda mundial de productos de base agrícola crecerá más del 3% anual acumulativo, arrastrada por la mayor demanda de alimentos y proteínas animales, más el uso intensivo de biocombustibles. Esto implica un aumento del 125% en los volúmenes para dentro de 25 años.

Sin embargo, frente a estas perspectivas, el mayor contrasentido es que los productores agrícolas han sido colocados en el papel de enemigos a partir del conflicto de 2008, pese a que en el período 2000/2009 la Argentina registró un superávit comercial acumulado superior a US$ 117.000 millones, de los cuales las exportaciones de soja y sus manufacturas representaron casi un 80% y eliminaron todo atisbo de restricción externa para la economía. Esto se basó no sólo en prejuicios ideológicos que condujeron a un diagnóstico anacrónico de la realidad del sector, sino en la implícita caracterización de la Argentina como un virtual «emirato sojero», capaz de generar dólares y recaudación, pero sin alentar a pleno la potencialidad del sector como productor agroalimentario a gran escala, su fuerte efecto multiplicador sobre múltiples actividades industriales y de servicios y las enormes oportunidades que ofrece un mundo donde los países que más crecen son demandantes de alimentos a precios más altos. La estrategia oficial, en cambio, se basó en recaudar, armar una maraña de subsidios cruzados, arbitrar y controlar precios (como ocurre actualmente con el biodiésel), en lugar de diseñar políticas de largo plazo.

El enorme aporte de divisas y recaudación tampoco tuvo el mejor uso. Se empleó mayormente para cubrir la intensa salida de capitales del período 2007/2010 , importar a alto costo combustibles que podían haberse producido en el país, aumentar el gasto público hasta un extremo de deteriorar el superávit fiscal, subsidiar indiscriminadamente tarifas de energía y transporte, utilizar las reservas del Banco Central para cubrir pagos externos y revaluar el peso de la peor manera, a través de una mayor inflación. Hoy el Señor Yuyo sigue ayudando, pero su expansión depende más de factores externos (precios internacionales de las commodities ) que de una producción con mayor valor agregado. Y aún así, podría generar a mediano plazo un problema insuficientemente debatido: si se mantiene el fuerte ingreso de «soja-dólares», el tipo de cambio real podría ser aún más bajo (lo que los economistas denominan «enfermedad holandesa»), sin que la política económica disponga de demasiado margen para evitarlo.

FUENTE: LA NACION

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