En su discurso inaugural al asumir como nueva presidente de Brasil, Dilma Rousseff remarcó el rol del campo y la agroindustria en el desarrollo de la ahora octava economía del mundo. Fue muy enfática en señalar que el papel del sector rural fue clave en el gran hito del gobierno de su antecesor, Lula Da Silva: sacar de la pobreza extrema a 29 millones de brasileños.
El plan “Hambre Cero” garantizó la mesa de todas las familias. Pero al mismo tiempo Brasil se consolidó como el líder mundial de la producción de alimentos. Expandió fuertemente su frontera agrícola, ganando millones de hectáreas para la producción de granos, especialmente soja, que allá es políticamente correcta. En paralelo, creció la cosecha de granos forrajeros, especialmente maíz. La combinación maíz/soja dio pie a un monumental crecimiento de las proteínas animales, en especial pollos y cerdos, poniendo al Brasil en el primer escalón del podio mundial. Más de 10.000 millones de dólares en exportaciones de carnes de todo tipo, que hoy se encuentran en las góndolas de más de cien países. Miles de puestos de trabajo en una industria mano de obra intensiva, que nunca adoleció de falta de “materia prima”.
Es cierto, esto venía de antes. Pero Lula, el obrero metalúrgico, abrazó con fuerza el sendero agroindustrial. “Vio” que no solo podría asegurar la mesa de los brasileños, sino que la producción de alimentos era el negocio del siglo XXI. Así como el siglo XX fue, en su segunda mitad, un mundo de excedentes agrícolas, ahora predomina la escasez. No es porque falten granos, sino que ahora los que los comen son los cerdos, los pollos, las vacas lecheras, los peces en las granjas acuícolas.
Los brasileños comprendieron que productos clasificados como “primarios” son, sin embargo, productos de alto valor agregado.
También venía de antes el impulso a la bioenergía. Pero Lula (y ahora Dilma también aseguró continuidad y profundización) inició su mandato con un increíble raíd por toda América “vendiendo” el proyecto del etanol de caña de azúcar. Un proyecto iniciado en los 70, pero que durante su mandato logró incorporar varios millones de nuevas hectáreas de cañaverales destinados exclusivamente a la producción de alcohol. Los beneficios van mucho más allá del agro: la tecnología de motores “Flex fuel”, que pueden utilizar distintas mezclas de nafta y alcohol, fue desarrollada en Brasil y hoy se encuentra en todos los países desarrollados. Se expande también la producción de biodiesel, donde el objetivo de alcanzar un 5% de mezcla con el gasoil, planteado para el 2013, se cumplió en el 2010. Aunque en este rubro la Argentina les ha tomado una sorprendente delantera.
Junto con la expansión agrícola, abriendo campos en los Cerrados, vino el crecimiento ganadero. Brasil es hoy el principal productor y exportador de carne vacuna del mundo. Dos empresas brasileñas –con fuerte apoyo estatal- ya dominan el mercado mundial del rubro después de comprar frigoríficos y establecimientos de engorde hasta en los Estados Unidos. También adquirieron las principales plantas de faena en la Argentina. Lamentan que, ni bien iniciaron la ronda de inversiones, la estrategia de “la mesa de los argentinos” terminó diezmando los stocks. La Argentina se quedó sin carne. Pero cuando vuelva la normalidad, ellos estarán en la primera fila.
Brasil marcó el camino. La Argentina, sin rumbo definido, está en el mismo sendero. Estas pampas son más competitivas, para la producción de granos y carnes, que las enormes extensiones del Brasil. La diferencia se compensa con los errores de manejo. Acá se prefiere vivir de rentas. Allá, que la renta se capitalice en más crecimiento.
En su primera salida al exterior, a fin de este mes Dilma Rousseff vendrá a la Argentina. Habrá que escucharla.
Por Héctor A. Huergo Hhuergo@clarin.com
FUENTE: DIARIO CLARIN SUPLEMENTO RURAL