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Científicos que se animan a patentar

biodiesel-biojet-biocombustAl aire. El grupo de Jorge Pérez trabajó en un biocombustible de soja para aviones (Ramiro Pereyra/LaVoz).

En los últimos años se comienza a notar un cambio en la cultura de la investigación. Los hombres de ciencia ya no se conforman sólo con publicar: quieren generar tecnología para transferir a las empresas.

Hay una sentencia entre los investigadores: «Publica o muere». Los científicos deben publicar sus desarrollos y descubrimientos no sólo para someterlos a la evaluación de sus pares y comunicarlo al mundo, sino también para mantenerse y avanzar en su carrera académica.

La idea de aparecer en revistas científicas siempre estuvo contrapuesta con la de lograr una patente de invención. Por muchos años, los investigadores argentinos vieron con malos ojos esta última idea. A su vez, el sistema científico nacional nunca fomentó estas iniciativas.

En los últimos años, la situación está cambiando. De a poco se advierte un cambio en la cultura de los científicos, fogoneado por un cambio en la política científica del país, según la cual no sólo es importante publicar sino también mejorar los mecanismos de transferencia de conocimiento.

Los hombres de ciencia se están dando cuenta de que es posible publicar y patentar, y no morir en el intento. Lo demuestra la experiencia en otros países con sistemas científicos más sólidos y mimetizados con la industria.

«Hay un cambio de cultura en el ámbito científico. Hace 20 años, patentar y vincularse con una empresa desde el sector científico público era una herejía», asegura Javier Gómez, director de Vinculación Tecnológica de Conicet, área encargada de realizar los trámites de patentes de todos los investigadores que pertenecen a esta institución.

El funcionario entiende que el desarrollo de la ciencia por sí misma no debe ser el único objetivo del Conicet. «También hay que contribuir al desarrollo económico y social del país. Una de las maneras es transferir tecnología a las empresas a través de patentes», comenta.

Gómez explica que ese cambio cultural vino acompañado de varias transformaciones dentro de Conicet. A partir de 2007, el organismo modificó su política de propiedad intelectual.

La nueva resolución señala la necesidad utilizar la patente para favorecer el vínculo con las empresas y también se incorporan otros desarrollos patentables no previstos en la anterior resolución, como puede ser software. Y se fija que hasta el 50 por ciento de las regalías que obtenga Conicet por la patente será para los investigadores.

Además, en los últimos cuatro años ha habido una profesionalización del área de propiedad intelectual en el Conicet que tuvo como consecuencia un aumento de patentes.

«Hoy somos el principal solicitante de patentes de Argentina. Tenemos más de 300 patentes entre solicitadas y concedidas. A principios de 1990, sólo teníamos cuatro», afirma Gómez.

Según datos del Ministerio de Ciencia Nacional, en 2003 los argentinos (investigadores, inventores, empresas, etcétera), solicitaron 156 patentes, mientras que en 2007 esa cifra trepó a 445.

Biodiésel que vuela

Varias de las patentes del Conicet son producto de la inventiva de investigadores cordobeses. Un ejemplo son las dos patentes por el desarrollo del biocombustible para aviones del grupo de investigación de Jorge Pérez, obtenida en conjunto con la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y el Ministerio de Defensa.

Pérez logró por primera vez en Argentina, y segunda en el mundo, que un avión volara con una mezcla de hidrocarburo y de biodiésel. Fue en 2007.

«El biodiésel de soja se congela a dos grados bajo cero. Logramos bajar ese punto de congelación a más de 20 grados bajo cero. En la mezcla 80 por ciento hidrocarburo y 20 por ciento biodiésel llegamos a -54 grados».

Pérez patentó el proceso para lograr que el biodiésel de soja se congele a una temperatura más baja, necesaria para soportar los fríos existentes en las alturas atmosféricas. Ahora están experimentando con biodiésel a partir de ricino, un arbusto que no se utiliza para la alimentación y que crece en territorios no agrícolas.

También patentó un procedimiento de recorte molecular del biocombustible para lograr bioquerosén. Quitarle al aceite vegetal los componentes que no tienen que ver con el hidrocarburo. «Sería como petróleo sintético, para no engañar al motor», sintetiza.

Pérez entiende que el problema del bajo patentamiento es de cultura en la comunidad científica, no del gobierno. «Cuando se evalúa el desempeño del personal científico, lograr una patente es un hecho menor. Para hacer carrera hay que publicar. La paradoja es que las reglas de cómo se evalúa las pone la misma comunidad científica, no el Estado. Somos muy corporativos», afirma.

Para Pérez, lo más importante de patentar es la difusión que se logra. «La gente cree que la patente es ocultamiento, pero es difusión. Cualquiera puede acceder a las patentes del mundo con todos los detalles. Es una forma de dar a conocer nuestro trabajo en el mundo, para lograr financiamiento o asociaciones», comenta.

Vacuna contra parásitos

Hugo Luján, investigador del Conicet y docente de la Universidad Católica de Córdoba (UCC), patentó un proceso para la generación de vacunas contra parásitos que logran evadir el sistema inmunológico.

El trámite se realiza en Argentina, Europa y EE.UU.

«No existen en la actualidad vacunas contra parásitos como Giardia (causante de diarreas), Plasmodium (malaria), o Trypanosoma brucei (Enfermedad del Sueño). La incidencia de Giardia es de mil millones de casos por año en el mundo y Plasmodium y Trypanosoma causan 50 millones de muertes por año», explica Luján.

El investigador, que publicó su trabajo el año pasado en la revista Nature, descubrió el mecanismo de disfraces proteicos que usa el parásito Giardia para evadir el sistema inmunitario. «Nuestra idea es que si se logra inmunizar con el repertorio completo de esas posibles cubiertas proteicas, se puede lograr protección frente a la infección», explica.

A la hora de señalar las ventajas de haber patentado, el investigador es cauto: «Si las empresas son honestas, pueden llegar a comprar la patente. Pero si no lo son, son capaces de copiarlas y luego utilizar sus enormes y poderosos estudios de abogados contra los cuales es muy difícil litigar desde países como el nuestro».

Luján entiende que ha habido una mejoría en el Conicet ya que hay más fondos destinados a esto. «Lamentablemente, patentar es sólo una parte del proceso de transferencia y ni el Conicet ni las universidades poseen estructuras para ‘vender’ esas patentes. Por lo tanto, el dinero invertido en patentar se malgasta».

La escasez de patentes frente al importante desarrollo científico del país se debe, según Luján, a varias razones. Primero, los investigadores no ven el beneficio de los conocimientos que generan.

Luego, la necesidad de publicar por las reglas del sistema y la falta de estímulo y de ayuda de las instituciones para llevar a la sociedad el importante desarrollo de la ciencia argentina.

Sin embargo, aclara: «No es totalmente cierto que Argentina tenga pocas patentes, posiblemente tenga muchas que no tienen un verdadero valor o no son ‘vendidas’ por las fallas del sistema».

Y agrega: «Los científicos sabemos generar conocimiento y los tecnólogos saben traducirlos en productos, pero sin el marketing, la publicidad y una agresiva política de transferencia a la sociedad todo queda como está y seguimos comprando nuestras ideas a otros países».

Lucas Viano

Fuente: La Voz del Interior

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